sábado, 7 de julio de 2018

A 44 años de la muerte de Perón





El poeta francés Paul Valéry tiene un frase especialmente bella: “No se puede gobernar por la pura coerción, hacen falta fuerzas ficcionales”. Esto es, ilusorias. Juan Perón, de cuya muerte se cumplieron 44 años este 1° de julio, manejó como nadie esa ficción y esas ilusiones.
¿En qué sentido ilusiones? ¿En qué sentido ficciones? Porque, después de todo, cualquiera podría decir que no fueron ilusiones ni ficciones las enormes conquistas sociales que Perón concedió —cierto que al precio de la estatización de los sindicatos, de su conversión en simples dependencias ministeriales— cuando aún era el jefe del Departamento de Trabajo, una dependencia menor del gobierno militar instaurado en junio de 1943. Conquistas que, dicho sea al pasar, eran ley desde hacía tiempo por iniciativa del Partido Socialista, pero como el PS consideraba que las huelgas y la acción directa de los trabajadores constituían métodos “primitivos” de lucha, las patronales desconocían tranquilamente esa legislación, transformada así en cartón pintado. Las vacaciones, el aguinaldo, la jornada de 8 horas, el mojar por primera vez los pies en el agua de la Bristol, el comprar el terreno para edificar su casa, el soñar con enviar sus hijos a la universidad, entre otras cosas, no eran conquistas menores aunque a cambio se debieran entregar las organizaciones sindicales ya burocratizadas hasta la médula por lo menos desde 1930.
¿En qué consistían las “fuerzas ficcionales” de las que hablaba Valéry? En lo siguiente: la confianza de los trabajadores en el peronismo era la ilusión en un desarrollo infinito e ilimitado del capitalismo argentino. Dicho de otro modo: en que mantener el progreso social sólo requería votar y ganar.
Se tuvieron indicios de que eso no era así ya durante el primer gobierno peronista. Por ejemplo, con la huelga ferroviaria de 1951, reprimida ferozmente con despidos, detenciones y la delación pública de los dirigentes de la huelga, cuyas fotos aparecieron en los diarios como si se tratara de criminales (aquella huelga, dicho sea al pasar, fue reprimida personalmente por Eva Perón y el ex socialista y ex dirigente sindical Ángel Borlenghi, por entonces ministro del Interior del gobierno peronista). Pero el proletariado tomó aquello, precisamente, a modo de indicios.
Ya no fueron indicios los hechos posteriores al Cordobazo, en 1969, cuando un proletariado joven, ya alejado del peronismo, produjo un levantamiento insurreccional en Córdoba, una situación abiertamente revolucionaria y una crisis de poder. Fue entonces que los mismos que habían derrocado a Perón en 1955 lo trajeron en 1972 —el presidente de facto era el general Alejandro Lanusse, quien había estado cuatro años preso por el intento golpista de 1951 que dirigió el general Luciano Benjamín Menéndez— porque se trataba del único político burgués con suficiente autoridad para sacar las castañas de semejante fuego.
El tercer gobierno de Perón, muy breve (desde el 12 de octubre de 1973 hasta su muerte el 1° de julio del año siguiente) ya no fue ni podía ser un gobierno de cooptación de los trabajadores, como habían sido los primeros dos. La situación de la posguerra era y es irrepetible, por eso es irrepetible aquel peronismo. En 1973 había comenzado la crisis que no ha hecho más que agravarse hasta hoy. Fue la época, por tanto, de la ley de Asociaciones Profesionales que atornilló a la burocracia en sus sillones, la de las reformas al Código Penal que transformaba a las huelgas no aprobadas por el gobierno en materia de persecución judicial y policial, la de los primeros contratos basura… El comienzo, en fin, de la supresión de las conquistas arrancadas por los trabajadores desde 1969 e, incluso, de las otorgadas por el peronismo de sus primeros tiempos. Y para cuando eso no alcanzó ahí estuvo la Triple A, creada personalmente por Perón el 8 de octubre de 1973 (el día de su último cumpleaños) en su casa de Vicente López, con el nombre inicial de Comando Libertadores de América. Cuando, hace pocos años, diversas investigaciones probaron el papel personal de Perón en la creación de aquella organización criminal, la burocracia sindical —con Hugo Moyano y el “Momo” Venegas a la cabeza— empapeló las ciudades con carteles que decían: “No jodan con Perón”. Eso significaba “no jodan con la burocracia sindical”, porque muchos de ellos tuvieron su papel personal en las actividades y en la continuidad de aquella Alianza Anticomunista Argentina.
Después del 1° de julio, después de la muerte de Perón, se abrió una situación alucinante: el gobierno quedó directamente en manos de la camarilla terrorista de Isabel Perón y López Rega; es decir, de la Triple A, continuado poco más tarde por la dictadura militar.
Pero ésa es otra parte de la historia. Hoy el peronismo —que tiene su expresión en Cristóbal López, Rudy Ulloa, el valijero López, Miguel Pichetto, Moyano, “601” Martínez o los estancieros Rodríguez Sáa y Gildo Insfrán, entre otros—  es lo que representa la colaboración, el cuasi cogobierno con la administración Macri, continuación directa de los gorilas que derrocaron a Perón en 1955.

Alejandro Guerrero