jueves, 28 de diciembre de 2017

Sobre "El Viejo Fantasma"






El Viejo Fantasma es un nuevo grupo editor, la aventura audaz de un pequeño equipo de compañeros que nos proponemos, ante todo, difundir textos que hacen a la historia y a la actualidad (si está permitida esa diferencia arbitraria) del movimiento obrero internacional y, por supuesto, de la Argentina. También pretendemos ser difusores de literatura y poesía, siempre vinculadas (aunque no sea su propósito inicial) con las cuestiones sociales (el arte es forma y contenido). Y, por supuesto, ensayos de diferentes materias.
Después de comenzar el año pasado con la publicación de Pedazos de tiempo, un libro de cuentos, relatos, “algunos poemas deshilachados y pequeñas contribuciones a la historia universal de la infamia”, ahora sí, con la idea de darle al proyecto una continuidad sostenida, comenzamos a editar una colección: “Revolución Permanente”. El primer tomo de esa colección es La revolución traicionada, de León Trotsky, con prólogo de Christian Rath. Como bien dice Christian en su prólogo, editar ese libro no es una actitud neutral. Por cierto que no.
Agotada la primera edición de ese libro, ya está en la calle la segunda. Y nos encontramos mientras tanto en pleno trabajo de edición de Problemas de la vida cotidiana y El nuevo curso (los dos en un solo volumen), escritos por Trotsky en el año clave de 1923 –el año de su derrota− y que señalan el comienzo de su enfrentamiento abierto (entendido aún como una lucha interna) contra la camarilla de Stalin que terminaría por destruir al partido de Lenin, al Estado soviético, a la Revolución de Octubre misma. En la sinopsis que publicaremos sobre ese libro en esta misma página el lector encontrará algunos datos interesantes.
El Viejo Fantasma no tiene nada que ver con una actitud neutral, pasiva, sólo observadora. Como señalara Jean-Jacques Rousseau, quien sólo pretenda observar no observará nada: inútil para el trabajo y un estorbo para el esparcimiento, será apartado de uno y de otro. El propósito de nuestra editorial es efectuar una contribución –siquiera tan pequeña− a la difusión de ideas que sirvan a las transformaciones revolucionarias, a la construcción del partido que ese objetivo requiere; en fin, a la acción, a la actividad militante por el gobierno de los trabajadores, por la dictadura del proletariado; en fin, por el futuro socialista de la humanidad.
Compañeros, allá vamos.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Arbolitos de navidad



por Eugenia Cabral



Hace muchos, muchos años, en tiempos del escritor Hans Christian Andersen, el abeto para adornar la fiesta navideña se cortaba del bosque cuando el árbol todavía era joven. Al convertirse en “arbolito de Navidad” sobre el piso de la sala de una casa familiar, ya se lo consideraba árbol viejo y, pasadas las fiestas, se volvía madera de leña. Pero todavía eran tiempos mágicos, donde los árboles y los animalitos se comunicaban entre sí, cada uno con la lengua propia de su especie, y se consolaban entre ellos o se preguntaban acerca de sus respectivos destinos.
En cambio, en los tiempos actuales, que son los del cineasta Walt Disney, aquellos abetos naturales sólo se ven en sus películas basadas en cuentos de Andersen, o de Grimm, o de Perrault, pero los que se lucen en los hogares durante la fiesta navideña son objetos de plástico, imitaciones de árboles. Y los trabajadores pobres (algunos de ellos, los mismos que han fabricado las imitaciones de abeto navideño) los conservan de año en año, de Nochebuena en Nochebuena, porque resultan caros para sus bolsillos de mera supervivencia. Los ricos, es decir, los dueños de las fábricas de arbolitos donde trabajan los desunidos proletarios del mundo, descartan cada año los abetos de plástico, para adquirir un nuevo modelo en la siguiente Nochebuena.
En tiempos de Andersen, la muerte de leño viejo que tenían los campesinos -que a su vez habían talado los juveniles abetos- ni siquiera figuraba en las estadísticas de producción, ni el Estado se ocupaba de sus condiciones de vida. En los modernos tiempos de Disneylandia, los trabajadores son descartados legalmente, como un arbolito plástico de Navidad pasado de moda.
Pero en la era Disneylandia, las luces intermitentes no permiten ver a los ángeles navideños que imaginaba Andersen, los que transportaban a los cielos las almas de los humildes y los sufrientes, entre los haces de luz emitidos por las estrellas como si fueran cosecha de frutos cósmicos, a granel.
En los tiempos de Walt Disney, parece que sólo van al cielo las princesas. De los rústicos trabajadores ni tan siquiera se informa que, en cierta manera, son arbolitos de navidad durante toda su existencia. Que son como plástico descartable en los residuos que van al reciclado. Que casi no se nota en ellos cuándo son jóvenes, cuándo mueren, o si todavía viven.
Nos enteramos de que tal o cual trabajador estaba vivo, cuando ya lo mataron. José Luis Cabezas, Carlos Fuentealba, Cristian Ferreyra, Rafael Nahuel, Juan Carlos Erazo, Roberto López, Silvia Suppo… miles de nombres. Millones de nombres. Incluso en países que no festejan la nochebuena. Namibia, la India, la China, Yemen, Afganistán… cuando los asesinan, entonces sí parece que la muerte consiente en encender un camino de luz en medio de los astros celestes, como le gustaba imaginar a Hans Christian Andersen, ascendiendo en luminosa redención hacia donde ya nadie podrá talar la juventud de los árboles, hacerlos trabajar intensivamente y, luego, quemarlos como a leña seca, hasta el siguiente año en que, nuevamente…


diciembre de 2017

Navidades paganas

Este texto fue publicado el año pasado en este mismo medio, y anteriormente en el libro "Pedazos de tiempo" (El Viejo Fantasma, Buenos Aires, 2015). A pedidos de algunos lectores, volvemos a publicarlo. La fecha lo merece.



por Alejandro Guerrero



En los templos católicos cuelgan en estos días carteles que dicen “Navidad es Jesús” ¿Por qué necesitan aclararlo con tanta insistencia? Simplemente,  porque no es cierto.
Si el cristianismo fue, al decir de Karl Kautsky, “uno de los fenómenos más gigantescos de la historia humana”,[1] sólo el Iluminismo del siglo XVIII se asomaría a una indagación científica de sus orígenes y sentido. El historiador inglés Edward Gibbon, que dedicó más de cuarenta años de su vida (entre 1744 y 1788) a escribir una monumental “Historia de la decadencia y caída del imperio romano”, señala con una ironía finísima que, a pesar de sus milagros resonantes y del impacto social de sus andanzas terrenales, ninguno de sus contemporáneos menciona a Jesús.
Séneca (4aC-65), impulsor del estoicismo filosófico que fue parte fundante del corpus ideológico del cristianismo (la filosofía de la decadencia), era hombre obsesionado por los profetas de su tiempo y confeccionó una larga y minuciosa lista de los muchos predicadores que por entonces recorrían Palestina; pues bien, no hay en ella ningún Jesús.
Plinio el Viejo, gran astrónomo (Roma fue pobre en astrónomos y matemáticos), estudió minuciosamente los eclipses y su mecánica, y los describe con cuidadoso detalle en su Historia natural ¿Cómo pudo pasársele el oscurecimiento de tres horas que siguió inmediatamente a la muerte del Cristo?
La primera mención a la existencia física de Jesús se encontraba en Antigüedades judías, de Josefo Flavio —nacido en el año 37—, pero luego se comprobó que se trataba de un agregado fraudulento hecho mucho después por un copista cristiano, ofendido porque el texto no hablaba ni una vez del Mesías.
Aquellas indagaciones de la ciencia dieciochesca sobre el cristianismo continuaron y culminaron en el siglo XIX, el de la victoria definitiva y la consolidación de la revolución burguesa que, al cargar contra el feudalismo y los monarcas absolutos, debió emprenderla también contra el rey de reyes, el papa de Roma. Sería la presencia del proletariado la que interrumpiría esos aires anticlericales de los patrones decimonónicos. Esa presencia haría, como dice Engels, que los burgueses alemanes volvieran a ayunar los viernes y a sudar en sus reclinatorios mientras soportaban interminables sermones protestantes. Fue el marxismo, la ideología de la clase obrera, el encargado de retomar aquellas investigaciones sobre el cielo y la tierra, y desenvolverlas a fondo. Mucho les debemos, en ese punto, a estudiosos como Kautsky o Lucien Henri, entre otros.
Pero volvamos al “Navidad es Jesús”.
En el Evangelio de Lucas (2,8) se lee que en el momento de la natividad de Cristo “había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y de noche se turnaban velando sobre su rebaño”. De modo que, aun si se aceptara que el personaje en cuestión nació alguna vez, eso no podría haber ocurrido en diciembre, cuando el rigor invernal hacía imposible que pastor alguno pernoctara a la intemperie o que velara en las noches para cuidar su rebaño.
Así las cosas ¿por qué la Navidad en diciembre?
Se debe señalar, en principio, que se vivían tiempos de crisis histórica. El esclavismo, que había construido civilizaciones maravillosas como Grecia y Roma, se agotaba aceleradamente. La expansión romana no podía proseguir sino muy costosamente y se detendría por completo en el segundo siglo; a partir de entonces no haría sino retroceder. Las grandes extensiones agrícolas, las latifundia, empezaban a encerrarse en sí mismas y a transformarse en feudos.
Levantamientos de esclavos, como el de Espartaco en el 44aC, terminaban en masacres atroces (por otra parte, los esclavos no tenían ningún modo de producción superior que ofrecer: su victoria tal vez los habría convertido en amos, pero no podrían haber creado una sociedad de hombres libres). El esclavismo cedía desde sus cimientos y nada progresivo se avizoraba en su reemplazo. Por eso su derrumbe provocaría una enorme regresión histórica, un milenio de oscurantismo, de miseria física, moral e intelectual, de pestes y suciedad. Bien venía, entonces, una religión que proponía el abandono de toda lucha, aceptar el sufrimiento y esperar el reino de los cielos después de la muerte. Eso era el estoicismo y eso fue el cristianismo.
Se debe recordar que el cristianismo primitivo, perseguido ferozmente, vinculado con una suerte de comunismo rudimentario, fue el grito confuso pero rebelde de los parias de Israel. Cuando el régimen de los Césares llegara a su ocaso final sería el momento de la derrota definitiva de aquel cristianismo, que ya era otra cosa, opuesta a sus orígenes, en el momento en que Constantino lo declaró religión oficial del Imperio en el siglo IV. En ese momento, sin embargo, la Navidad aún no existía.
El avance de la barbarie cristiana sobre la civilización antigua fue arrasador. Atila fue poco comparado con el grado de destrucción de la espada, el fuego y la cruz de los cristianos contra una cultura abrumadoramente superior a ellos aun en su decadencia, a la que no podían asimilarse y, por lo tanto, necesitaban aplastarla. No obstante, 2000 años de civilización no podían suprimirse con el único recurso de la represión, por más brutal que fuera. Así, la festividad más importante del paganismo, las Saturnales que en diciembre celebraban el solsticio de invierno, el día del Soli Invictus en el que la Tierra retorna al Sol después de la noche más larga del año; ese día, en fin, sería la Navidad de los cristianos, en el que era, al decir del poeta Cátulo, “el mejor de los días”.
La Saturnalia empezaba con un banquete público el 17 de diciembre y duraba siete días. A ese banquete estaban invitados todos: nobles, plebeyos y hasta los esclavos, que por un momento dejaban de serlo y eran servidos por hombres libres e incluso por sus amos. Se hacían sacrificios en honor de Saturno, el dios de la agricultura, y se encendían velas y antorchas por el renacimiento (la natividad) del Soli Invictus (la entrada del Sol en la constelación de Capricornio, el solsticio de invierno). Era, además, el momento en que había terminado la siembra invernal, de modo que se estaba en un periodo de descanso. Se celebraba en un ambiente de carnaval, se comía, se bebía y se intercambiaban regalos. (Las Saturnalia empezaron en el año 217aC, seguramente para levantar la moral del pueblo después de la derrota romana contra los cartagineses en el lago Tresimeno).
No solo era la Roma que hablaba en latín. Toda la Europa antigua y más allá, compuesta por pueblos de agricultores, festejaban el solsticio de invierno a partir del cual los días volvían a alargarse. Persia honraba, el 24 de diciembre, el nacimiento de Mitra, la divinidad de la luz, un culto que Pompeyo, conquistador del Asia Menor, llevó a Roma en el siglo II antes de nuestra era. Mitra, dice la leyenda persa, mató al toro sagrado cuya sangre, al mojar la tierra, hizo surgir todas las plantas y todos los animales. Mitra lleva un gorro frigio y se la representa en el momento de matar al toro con un cuchillo largo (algunos sostienen que las corridas de toros tienen su origen ancestral en el culto a Mitra).
La primera mención comprobada al nacimiento de Jesús se lee en el Calendario Philocalus, del año 345. Allí se dice que el 25 de diciembre es Dies natalis Soli Invicti. En él se ponen a la par los nacimientos de Mitra y de Jesús.
En definitiva, el solsticio de invierno, que en el hemisferio norte dura del 25 de diciembre al 6 de enero (la Epifanía cristiana) fue la fiesta más importante de los pueblos indoeuropeos, y sobrevive hasta hoy en todas las culturas creadas por ellos (los carteles “Navidad es Jesús” son un intento inútil de proseguir la lucha de 2000 años contra el paganismo). La Navidad empezó en la Europa suroriental del siglo IV, en la que confluían tradiciones griegas, egipcias, judeo-cristianas y otras del Oriente próximo. En las culturas de celtas, germanos e indios védicos esos eran los días en que se comunicaban el mundo de los muertos con el de los vivos, cuando se anunciaba el retorno del Sol y el renacimiento de la vida, que no muere con el frío invernal y reverdece en la primavera, en la Pascua.
Se trataba, en fin, de un rito pagano imposible de suprimir por la sola represión; por eso se lo coopta, se lo integra como hicieron los incas con las deidades de los pueblos que conquistaban y sojuzgaban. No fue sencillo. A tal punto no fue sencillo que todavía San Agustín (354-430), en sus Sermones, les pide a sus contemporáneos que el 25 de diciembre no adoren solamente al Sol y que recuerden también el natalicio de Jesús. No lo lograron nunca, y hasta hoy tienen que poner en los templos que “Navidad es Jesús”, lo cual de ningún modo es así.
Fue, según parece, en el año 345 cuando Juan Crisóstomo y Gregorio de Nancieso incorporaron las Saturnales al rito cristiano-romano, y fundaron la Navidad para furia de los cristianos de la Mesopotamia, que los acusaron de idolatría pagana. Todavía durante el reinado del emperador Honorio (395-423) la Navidad se celebraba el 25 de diciembre sólo en la Iglesia occidental, mientras la oriental aún festejaba la natividad en Epifanía, el 6 de enero.
Sólo en el año 440 la Iglesia decide oficialmente conmemorar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre; y será fiesta obligatoria recién en 506, por resolución del Concilio de Agde. Pero habría que aguardar hasta 529 para que el emperador Justiniano lo declarara día festivo.
Como se ve, el rito pagano de Saturnalia, con sus banquetes y sus regalos, no se suprimió jamás y aún hoy se celebra. En el siglo VII, Gregorio Magno quiso “cristianizar” la Navidad y pidió que se hicieran ayuno y penitencia en Adviento (las cinco o seis semanas previas a la Navidad), pero fracasó: su orden se derogó en 1918 sin haber regido nunca, salvo en una porción de la Iglesia oriental.
El intercambio de regalos propio de Saturnalia está representado por Santa Claus, que es en verdad el dios germano Thor, el más alegre, el que protegía los hogares que le consagraban un lugar especial en los altares caseros. Thor descendía por las chimeneas para encontrar su elemento: el fuego. Eran también las fiestas paganas de Jul, a fines de diciembre, cuando se plantaba frente a la casa un abeto adornado con pequeñas antorchas y cintas de colores: el árbol de la Navidad.
Por cierto, develar el origen de la Navidad (del cristianismo) no suprime el hecho de que “la angustia religiosa es al mismo tiempo expresión del dolor real y la protesta contra él. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, tal como es el espíritu de una situación sin espíritu. Es el opio del pueblo” (Marx, Crítica a la filosofía del derecho de Hegel). No los suprime, como el cristianismo no suprimió los ritos paganos por más que cuelguen carteles en las iglesias. La inexistencia física de Jesús no suprime tampoco su incuestionable existencia social, una construcción histórica de veinte siglos. Pero, en cambio, permite advertir cómo los hombres, según el modo en que producen su vida material y social, crean sus dioses a su imagen y semejanza. Los socialistas luchamos por un mundo sin suspiros de criaturas oprimidas porque toda opresión se habrá eliminado, un mundo sin miserias infames que necesiten buscar en fantasmas etéreos el clamor de la desesperanza. En el que ningún patrón ensotanado pueda amenazar a nadie con los fuegos del averno.
Cuando no haya amos en la tierra los cielos se verán libres de dioses.




[1] Kautsky, K.; “Orígenes y fundamentos del cristianismo”; enhttp://www.nodo50.org/ciencia_popular/articulos/Cristianismo.pdf

martes, 5 de diciembre de 2017

Trotsky y la vida cotidiana

El grupo editor El Viejo Fantasma comienza la venta anticipada de dos obras clave de León Trotsky: Problemas de la vida cotidiana y El nuevo curso






Problemas de la vida cotidiana y El nuevo curso, aunque no se desprenda tajantemente de sus títulos, señalan el comienzo de la lucha frontal de León Trotsky contra un aparato burocrático –son textos escritos en el año clave de 1923−al que él aún procura subordinar al partido, no destruirlo, porque la destrucción de la burocracia, sostiene el aún comisario de Guerra, deberá ser el producto necesario de un progreso económico dificultado decisivamente por las sucesivas derrotas de la revolución en Europa (ésa será, a la postre, la ventaja determinante de Stalin sobre Trotsky y sobre toda la vieja guardia bolchevique, que en su mayor parte fue, en aquellos días, aliada y defensora del aparato).
Problemas… es producto de una serie de reuniones de Trotsky con obreros de Moscú, con quienes debate el que era, según él, el problema de los problemas: el rendimiento del trabajo, la necesidad de compensar mediante la producción propia –siquiera en mínima parte− el aislamiento internacional de la Revolución Rusa, que tanto él como Lenin habían considerado provisoria y ahora quedaba a la vista que se prolongaría por todo un periodo histórico (añádase el agotamiento del proletariado ruso después de cuatro años de guerra imperialista, tres de guerra civil y el posterior derrumbe económico).

El “nuevo curso” había sido, en verdad, un acuerdo engañoso del triunvirato o “troika” (Stalin, Kámenev y Zinóviev) con Trotsky. Según ese convenio, se renovaría la vida interna del partido mediante una mayor democracia y libertad de debates. Cuando, a fines de 1923, Trotsky publica un folleto con ese título, por primera vez utiliza el concepto “degeneración burocrática”, aunque aún la considera un peligro muy presente pero no un fenómeno consolidado. Sólo al año siguiente la camarilla de Stalin haría de la necesidad virtud y, ante el aislamiento, proclamaría la teoría –evidentemente antimarxista− del “socialismo en un solo país”. Entonces sí, Trotsky organizaría la Oposición de Izquierda. Se trata de textos de primera importancia para comprender los acontecimientos más importantes de la historia del siglo XX, de un periodo aún abierto y, es más, en pleno auge. De ahí que El Viejo Fantasma los haya elegido para este segundo volumen de su colección Revolución Permanente.

jueves, 30 de noviembre de 2017

ARA San Juan: un crimen de Estado y una crisis política



por Alejandro Guerrero



Lo que ahora empieza a conocerse de la masacre del submarino ARA San Juan es simplemente tenebroso. Se sabe, por ejemplo, que la batería estallada tenía problemas desde la botadura de la nave en 1985, y que el martes 14, un día antes del desastre, el capitán Pedro Fernández había informado que tenía “un cortocircuito en la batería 3” (Infobae, 29/11), la misma del viejo problema, porque le entraba agua por el snorkel (el snorkel es un dispositivo que permite operar con motores diésel y tomar aire de superficie, pero para eso se debe navegar a profundidad de periscopio: no más de 20 metros). A las 6 de la mañana del miércoles 15, Fernández pidió que se le permitiera cambiar de rumbo porque estaba a 300 kilómetros en línea recta del golfo San Jorge y podía llegar a tierra. Se lo negaron y le ratificaron la orden de dirigirse a Mar del Plata ¿Por qué? A las 7.30 el submarino tuvo su última comunicación con tierra. Desde ese momento está tragado por el océano.
Mientras esto sucedía, el jefe de la Armada, almirante Marcelo Srur, estaba en Montevideo, donde recibía una condecoración por los 200 años de la creación de la marina de guerra uruguaya. No tenía ni noticias de que había un submarino desaparecido. Peor aún: recién al día siguiente, el jueves 16, el ministro de Defensa, Oscar Aguad, se enteró por los diarios. Nadie le había informado nada y, por supuesto, nadie buscaba al ARA San Juan.
Hasta ese momento sólo se trataba de negligencia criminal, pero todo es peor, mucho peor.
Perdida otra posibilidad de comunicación, para trasmitir por vía satelital el submarino debía mantenerse en ese nivel de profundidad pero le resultó imposible porque el Atlántico se encontraba “en condiciones 5/6” (ídem), lo implica olas de entre seis y ocho metros. Golpeado por el oleaje, el San Juan se vio obligado a sumergirse, de modo que ya no podía impulsarse por diésel y con la mitad de las baterías inutilizadas. A las 10.30 se produjo la implosión, detectada por unidades internacionales de control de explosiones nucleares. La catástrofe se había consumado. La crisis no hacía más que empezar.

¿Descontrol?

La Nación (Daniel  Galllo, 29/11) habla de “hundimiento descontrolado” y del debate y la crisis política que ha producido este desastre.
La nota tiene un mérito indudable: aún desde un ángulo reaccionario, sitúa el problema en su contexto político, en el nuevo papel que pretende asignarse a las Fuerzas Armadas y a hipótesis de conflicto interno. Habría que añadir, cosa que el articulista no hace, la entrega de la Patagonia a pulpos internacionales como Lewis y Benetton, comenzada durante el gobierno K y extendida ahora por el de Macri. La presencia allí, ahora, de fuerzas militares extranjeras de ocupación va más allá, sin embargo, de la simple protección a los intereses de esos monopolios usurpadores.
Como se sabe, el gobierno pidió y obtuvo autorización senatorial para el ingreso en territorio argentino de tropas y navíos de los Estados Unidos y Chile para desarrollar 22 maniobras militares en el próximo año. Sería una ingenuidad suponer que no toman parte en esas acciones unidades del Reino Unido, país que, como se sabe aunque se recuerda poco, ha instalado en las islas Malvinas la base de armamento nuclear más grande del mundo. Esto se hace mientras, poco tiempo atrás, en el Mar de la China naves y aviones de ese país han efectuado, junto con fuerzas militares rusas, las maniobras más grandes de la historia. La crisis internacional muestra su tendencia a la guerra y el gobierno macrista pretende mostrar a las claras de qué lado quiere ponerse, sin estropear al mismo tiempo sus negocios y negociados con China (nada hiede más que el mundo de la diplomacia imperialista y de sus sirvientes).
Ese “nuevo papel” de las Fuerzas Armadas argentinas fue marcado sin lugar para las dudas por el gobierno de los Kirchner, primero con la invasión a Haití (allí tropas argentinas de ocupación cumplen desde hace mucho el papel de policía interna, todo un entrenamiento para lo que se quiere que hagan acá), y luego con la firma de los dos convenios de “lucha antiterrorista” con el gobierno norteamericano. Macri sigue esa línea, la amplía y la empeora.
No debe olvidarse, en este punto, que la reforma laboral y previsional que intenta aplicar el gobierno abre toda una hipótesis de conflicto interno: basta ver las multitudinarias movilizaciones que se han producido contra el pacto del oficialismo con la burocracia patronal de la CGT, y sobre todo el estado deliberativo que se desenvuelve en cada lugar de trabajo, para entender que el ideal de la Casa Rosada sería algo parecido al “Libro Blanco” firmado por el Perú en 2005, que autoriza al gobierno de ese país a convocar en su ayuda a tropas extranjeras ante la presencia de grupos que promuevan “la violencia social”, un marbete que puede aplicarse a cualquier organismo que quiera luchar.
En todo ese cambio que se pretende para las Fuerzas Armadas se incluyen maniobras como las que se desarrollan en estos días, y son tan lacayos, tan hasta sorprendentemente gurkas, que han obligado a un submarino argentino a marchar por encima de sus posibilidades técnicas para cumplir su papel de mucamos logístico de las fuerzas extranjeras de ocupación. Esa transformación policial de las Fuerzas Armadas tiene, por cierto, sus consecuencias presupuestarias, la reducción y adaptación del presupuesto y un re-armamentismo acorde con esa función lacayuna. Por eso, inconfundiblemente, la muerte de los 44 marinos argentinos del ARA San Juan es un crimen de Estado y ha producido, lógicamente, la indignación de sus familiares y, seguramente, un estado deliberativo en voz baja dentro de las propias fuerzas. Es de esperar que esas voces aumenten su volumen y se dejen oír.
Estas Fuerzas Armadas son del todo inútiles: no están preparadas para atacar fronteras ajenas ni para defender las propias. Están condenadas irremediablemente a cumplir el papel de sirvientes de sus amos extranjeros, del imperialismo que oprime al país. Son fuerzas profundamente antinacionales. Los suboficiales y jóvenes oficiales que han ingresado en ellas con el propósito de “servir a la patria” pueden ver ahora, con toda claridad, que los mandan a matar y a morir para defender a patrones gringos, a la antipatria. Resulta preciso que se rebelen contra ese papel canallesco y se unan a la lucha de la clase obrera: sólo un gobierno de trabajadores podrá construir un ejército poderoso, capaz de llevar en la punta de sus fusiles y sus cañones la estrategia de los Estados Unidos Socialistas de América Latina.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Submarino perdido y tropas yanquis en territorio argentino




por Alejandro Guerrero



Lo primero que viene a la imaginación es la muerte horrorosa, la sensación del sepulcro en vida bajo un abismo de agua, la de esa agonía indecible de 43 hombres y una mujer a bordo del submarino ARA San Juan cuando la esperanza de encontrar con vida a esa gente parece diluirse porque hasta buques y aviones de búsqueda de alta tecnología, pertenecientes a fuerzas militares de las más avanzadas del mundo –Estados Unidos y Gran Bretaña, por ejemplo− no logran dar con ellos.
Por eso resulta necesario un esfuerzo muy especial para abstraerse de esa pesadilla aplastante y empezar con preguntas indispensables ¿qué pasó y por qué?
En ese punto, se hace obligatorio recordar que el Senado dio media sanción a un pedido del gobierno que estuvo en práctica aún antes de que lo aprobara Diputados: el ingreso de tropas norteamericanas de tierra en territorio argentino y de naves de guerra de ese país en nuestro mar territorial, junto con fuerzas chilenas, para desarrollar maniobras militares de alta especialización. No es novedoso: sólo una versión ampliada de una autorización parecida que les dio el gobierno kirchnerista en 2014 –cuando el genocida César Milani era jefe del Ejército− para operar en tierra y mar argentinos.
En lo que constituye casi un símbolo, el último contacto con el ARA San Juan se tuvo en el golfo San Jorge, a la altura del Chubut, donde desembarcaron los marines norteamericanos. Se trata, conviene recordar, de la provincia donde Gendarmería secuestró y asesinó a Santiago Maldonado para proteger las tierras usurpadas por pulpos como Benetton y otros por el estilo. Por eso resulta lógico pensar que el ARA San Juan era parte de esas maniobras o se dirigía a tomar parte de ellas. Sólo se ha informado que la nave se dirigía a Mar del Plata, donde tiene su apostadero habitual, pero no está clara su procedencia, de modo que puede inducirse que tomaba parte de alguna de las 22 maniobras previstas para este año y el próximo con las fuerzas extranjeras.
El submarino perdido es un TR-1700 construido para la Armada argentina en 1985 en Alemania. Aunque es una de las pocas naves de la ARA posteriores a la II Guerra Mundial, se trata de una antigüedad que no tiene incorporada tecnología de punta, salvo la posibilidad de inflar tanques y emerger como un globo en caso de emergencia. No lo ha hecho.
De 66 metros de eslora y 7,50 metros de manga, es una lata asfixiante en la cual la tripulación apenas puede moverse. Está preparado, según sus constructores, para atacar fuerzas de superficie, a otros submarinos, a tráfico mercante y para efectuar operaciones de minado.
El gobierno, cuando hizo autorizar por el Senado las maniobras con los yanquis, indicó que se harían, además, “ejercicios avanzados de guerra antisubmarina”. Armatostes de tecnología atrasada como el ARA San Juan sólo pueden ser una suerte de mucamos logísticos de la Armada norteamericana. Y cuidado, porque esas prácticas incluirán “guerra antiaérea, guerra litoral y operaciones de interceptación y captura de buques mercantes para el control y prevención de ilícitos…” Es decir, actividad militar interna.
El objetivo de esas operaciones es tan difuso que le da una amplitud ilimitada: dice ser un entrenamiento para hacer frente a “nuevas amenazas”. Incluso el gobierno uruguayo ha protestado por la “omisión maliciosa” de las verdaderas hipótesis de conflicto de los ejercicios conjuntos. Por ejemplo, una de las operaciones previstas, llamada “Team Work South”, incluirá a soldados chilenos para entrenarlos en el combate al “terrorismo, la piratería y el contrabando”.
Así, Macri avanza audazmente sobre los pasos del gobierno anterior en la violación explícita de la Ley de Defensa Nacional, que prohíbe a los militares tomar parte en tareas de seguridad interior. Esa ley, cierto es, siempre fue una fantochada: durante la gestión del criminal Milani, el Ejército y la Gendarmería desarrollaron tareas explícitas de espionaje a dirigentes sindicales y sociales, opositores políticos y periodistas molestos en el denominado “Proyecto X”.
Corresponde responder a esto con una fuerte movilización, que no se detenga hasta que no quede en el país un solo militar extranjero. Es de interés primordial, porque el objetivo de esos ejercicios no puede ser otro que imponer en toda Latinoamérica el “Libro Blanco”, aprobado por el Perú en 2005, que permite convocar a militares locales y extranjeros al combate contra “amenazas internas”, como, por ejemplo, la presencia de “grupos terroristas y subversivos” o “grupos radicales que promueven la violencia social y desbordes populares”.
Mientras tanto, la hermana del oficial Javier Gallardo, un submarinista de la nave perdida, denunció por Radio Brisas, de Mar del Plata, que las autoridades de la Armada ni siquiera se comunicaron con su familia y sólo les dicen que “están buscando”. Algo ocultan.
Los suboficiales y los oficiales jóvenes de las Fuerzas Armadas están obligados a reflexionar sobre el papel que les obligan a cumplir, el modo en que les hacen servir y los transforman a ellos mismos en fuerzas de ocupación. Ahora, 44 marinos argentinos son víctimas de esta política de entrega y sumisión, de represión al pueblo trabajador argentino, a los pueblos originarios, en defensa de los invasores, de los usurpadores imperialistas.

martes, 21 de noviembre de 2017

Murió Charles Manson



Su vida fue un viaje a los umbrales de lo más atroz de un mundo en derrumbe






por Alejandro Guerrero



¡cuidado!
porque aquí llega
cuando llego abajo vuelvo a subirme al tobogán
ahí me paro, me giro y me tiro
hasta que llego abajo y te vuelvo a ver

dime ¿no quieres que te lo haga?
bajo rápido pero no dejes que te rompa
dime, dime, dime la respuesta
quizá seas una amante pero no sabes bailar
¡cuidado!
descontrol
descontrol
descontrol
¡cuidado!
descontrol

mira que rápido baja
sí, muy rápido, sí, muy rápido

¡tengo ampollas en los dedos!

Helter Skelter

Paul McCartney




Nació en noviembre de 1934, hijo de una prostituta adolescente (algunos dicen que alcohólica; puede ser, pero sobre la infancia de Charles Manson las leyendas contaminan la historia a cada paso) que lo abandonó de bebé (es una certeza) y lo rechazó de niño cuando él la buscó después de huir de una de esas jaulas que son las “escuelas” para chicos como él (es otra certeza, lo contó ella misma después de los crímenes cometidos por su hijo biológico, de modo que lo abandonó por tercera vez como seguramente habían hecho con ella).
Tuvo su primera condena por robo  a sus 8 años de edad. Luego conoció reformatorios, fue violador, proxeneta, traficante, siempre ladrón. Una historia infantil y adolescente similar, por ejemplo, a la del ex campeón mundial de los pesados Archie Moore, sólo que Moore terminó sus días como un pacífico anciano que había invertido todo su dinero en instalar un hogar para niños abandonados, que él mismo atendía. Para aclarar un poco el asunto: historias similares no siempre generan productos parecidos.
Manson se hizo músico en la cárcel, donde un asaltante de bancos le enseñó a tocar la guitarra, y se volvió místico cuando, una vez más, quedó libre en 1967 después de haber pasado en correccionales, a sus 33 años, más de la mitad de su vida. Decía entonces que quería ser “famoso y millonario”. Nunca fue millonario, por cierto, y sólo en prisión pudo comer todos los días, pero famoso fue hasta la exageración. No deja de resultar útil el indagar por qué.
Obsesionado con los Beatles, quiso ser como ellos, así de famoso y millonario. Lo intentó. Incluso llegó a vivir un tiempo en la casa de Dennis Wilson, baterista y fundador de Beach Boys, una banda de rock pop que tuvo su influencia en el desarrollo del género. Wilson dijo de él que “parecía un buen tipo cuando lo conocí”, y que musicalmente Manson tenía “un talento potente y extraño”. Fue un fracaso, pero un par de años después un grupo de sus seguidoras se había consolidado detrás de él (“era como Cristo, tenía todas las respuestas”, dijo una de ellas) y constituido “La Familia”. Era, como tantas de la época, una secta hippie que proclamaba “paz y amor”, pero, casi súbitamente, Manson comenzó a anunciar el apocalipsis, una guerra racial que derivaría en el exterminio de la raza blanca.
Supremacista delirante, Manson decía a sus seguidores que esa guerra debía ser proclamada y acelerada; es más, que ellos mismos debían mostrar cómo comenzarla para que los negros cumplieran su cometido. Después, por ser los negros una raza inferior, Manson y los suyos, únicos blancos sobrevivientes, serían los amos del mundo. Por alguna razón que las oscuridades de su mente jamás pudieron explicar, Manson creyó encontrar una convocatoria a esa guerra en la canción Helter Skelter, de Paul McCartney, que los Beatles grabaron en su The White Album (1968). Traducida al español mayoritariamente por Descontrol, la canción hace una metáfora con los helter skelter que, en la realidad, son un juego para niños muy común en Gran Bretaña: un gran tobogán en espiral que bordea una torre cónica. Abundan en las plazas de las ciudades inglesas. (Dicho sea al pasar: en 2005, la revista musical inglesa Q incluyó a Helter Skelter entre las cien mejores composiciones para guitarra de la historia).
Por esos tiempos comenzó la carrera homicida de Manson, cuando estafó y luego asesinó a balazos a un narcotraficante negro, a quien miserablemente los medios de la época trataron de hacer pasar por militante de los Black Panters (Panteras Negras, un grupo armado que luchaba contra la opresión racial del pueblo negro en los años 60 y parte de los 70). El 8 de agosto de 1969 asesinó también a Terry Melcher, un productor musical que había rechazado varias de sus composiciones. Un crimen de venganza.
Dos días después, el 10 de agosto, “La Familia” conmocionó al mundo. Manson no fue personalmente, pero mandó a su gente (tres muchachas de entre 20 y 22 años) a la mansión que ocupaban en Beverly Hills el director de cine Roman Polanski y su esposa, la actriz Sharon Tate, por entonces de 26 años y embarazada de ocho meses (iba a dar a luz, calculaban, un par de semanas después).
Tate estaba con otras cuatro personas. Una de las atacantes, Susan Atkins, de 21 años, la apuñaló 16 veces, le vació el vientre, bebió de su sangre y también con la sangre de la actriz escribió en la pared la palabra “pigs” (cerdos). Los otros cuatro acompañantes de Tate también murieron a puñal y a balazos. Polanski había viajado a Londres.
Dicen que Manson se disgustó porque aquel crimen estuvo “lleno de ruido” y había sido “ineficaz”. Al otro día, para “mostrarles cómo se hace”, él mismo asesinó dos víctimas elegidas al azar: el empresario Leno LoBianca y su esposa. Los mató en su casa, donde también escribió “pigs” con sangre pero, esta vez, añadió “Helter Skelter” en la puerta de la residencia.
La policía, desconcertada por la desconexión entre las víctimas, estuvo meses sin saber por dónde buscar. Finalmente, una de las seguidoras de Manson que había estado en la residencia de los Polanski la noche de la masacre, Patricia Krenwinkel (22 años), fue detenida por otra cosa y se jactó en la cárcel de los crímenes cometidos. Otra presa la denunció y así cayó “La Familia”. Como otras veces, había funcionado lo que los criminalistas llaman “imprevisibilidad criminal”.
Desde ese día, Manson logró uno de sus propósitos: fue famoso como pocos. Famoso hasta hoy, al punto que grabó algún tema de él una banda fascistoide como Guns N’ Roses (tiene un tema sobre el sida, por ejemplo, que dice “los inmigrantes y los putos nos trajeron una peste de mierda”), y el cantante y artista plástico Marylin Manson tomó de él su nombre artístico (y de Marylin Monroe). El fiscal de la causa se hizo millonario al publicar un libro sobre el caso, Tarantino aún está por filmar una película sobre Manson y en estos días se encuentra en cartel, por Netflix, la serie Aquarius, dedicada también a “La Familia”.
¿Cómo se explica?
La de Manson decía ser una secta “satánica” como las que hoy proliferan en los Estados Unidos e incluso en la Argentina, donde tienen 90 mil miembros según el obispo Manuel Acuña, de la Asociación de Iglesias Luteranas de Sudamérica. Por supuesto, Acuña pide represión (deberá contenerse para no clamar por la hoguera). Si bien las sectas evangélicas ven por todas partes a los adoradores del “Señor de las Sombras”, lo cierto es que abundan quienes se proclaman cultores del “Rey Sol” o “Lucifer” (“Señor de la Luz”). Hasta han visto en logos de grandes empresas señales que indicarían devoción al “maligno”. Son cosas de tiempos de crisis, claro está, cuando se hace tentador buscar salidas en cielos o en avernos.
Manson, además, anunciaba una guerra racial, el final de una época y se preparaba para la que sobrevendría. También es típico de tiempos de crisis, y ni siquiera es tan extraña la atrocidad espectacular de sus crímenes (“la banalidad del mal”, diría Hanna Arendt). Manson no es ni aproximadamente el peor asesino serial de la historia norteamericana (cometió nueve homicidios, mientras otros han pasado el centenar): el apocalipsis social, la catástrofe que anunció convertida en acto le dio esta fama descabellada. No fueron sus crímenes por sí mismos los que produjeron semejante conmoción mundial (más allá de la fascinación morbosa que produce este tipo de asesinos) sino que, en su locura, su prédica alienada y la sangre que derramó, convertida en símbolo, se engarzó con un tiempo de  guerras, convulsiones sociales, conflictos raciales, hambrunas y terror masivo. Él, de alguna manera, obligó a la humanidad, con un empujón brutal, a asomarse a los umbrales de un abismo horroroso: rompió, con intención o sin ella, la banalidad del horror.
Durante el juicio se grabó a cuchillo una esvástica en el entrecejo. En la cárcel jugaba al ajedrez, leía la Biblia y los sábados y domingos, de 8.30 a 13.30, recibía decenas de visitantes aún deslumbrados por esa caída desde un tobogán en espiral, que él describía con incoherencias a veces inaudibles.
Este domingo 19 no recibió a nadie porque murió a sus 83 años en el hospital Mercy, de Bakersfield, California, a las 8.20 de la mañana, diez minutos antes de que empezara el horario de visitas.

sábado, 21 de octubre de 2017

Ethelvina



por Ricardo Lusso




Subió al 21 en Don Torcuato, a la altura de la 202 y Panamericana.
Era una de esas tardes en las que quie consigue un asiento se duerme. La mayoría van a Puente La Noria, otros bajan antes, en Liniers… A esa hora, el colectivo va poblado por el silencio de los ausentes, de los dormidos, del cansancio de esos hombres y mujeres que en esos momentos sólo quieren llegar a sus casas.
Sin embargo, para Ethelvina ése no era un viaje rutinario, de los que se hacen a diario. Para ella, el 21 era un mundo extraño que la llevaba hasta Madero, en La Matanza.
A la altura de Panamericana y el Unicenter algo la empieza a inquietar. Se le nota en la cara la pregunta que la persigue, la únicA: ¿cuándo llegará?
El silencio del colectivo sólo era interrumpido por algún ronquido, uno que otro ringtong de un teléfono que llega desde los asientos del fondo. Todo parece repetirse: las luces de la Panamericana, las paradas, la gente que sube o que baja;  los que duermen, sentados o parados; la gente que sólo dice: −Hasta La Noria…; Liniers… Todos con el mismo tono, con el mismo sonido. Algún afortunado se sienta. Es gente que va a trabajar cuando todavía es de noche, y vuelve cuando es de noche otra vez… viven de noche. Viven en la oscuridad.
Ethelvina está cada vez más inquieta. Tiene su teléfono en la mano derecha y lo mira, ansiosa. Nada, la pantalla no avisa nada. Ningún mensaje, ningún llamado. El paisaje repetido de la General Paz la desorienta.
−¿Falta mucho para Liniers…? –Le pregunta a la señora sentada al lado de ella.
−No… no. Bah… ¿quién sabe? Con este tránsito… y a esta hora… puede que 30 minutos o 45 –le contesta la otra.
−Ah, porque tengo que llegar. Vivo en Madero ¿Este colectivo para en Madero? Es que hoy salí… no salgo mucho ¿sabe? Este es el rápido, aunque va tan lento… Porque fui a acompañar a mi sobrinita a la clínica. Me levanté tempranito… imagínese, desde temprano, seis y media de la mañana, tomé tres colectivos para ir desde Madero hasta la clínica. Lejos, va… aunque a mí no me gusta salir mucho. Prefiero quedarme en casa. Salgo sólo cuando tengo que acompañar a mi sobrinita. Después, nos fuimos con mi hermana y mi mamá hasta su casa en Don Torcuato. Lejos, bastante lejos ¿vio? La otra vez hicimos lo mismo…
−Me imagino… ¿Qué le pasó a su sobrinita?−pregunta la del asiento de al lado, como para seguir la conversación.
−Ah sí…, es la tercera operación, tiene una malformación en el corazón. Es congénito ¿vio? Pero dicen que va a estar bien. No sabe la emoción… conocí a su médico ¿sabe? Es la segunda vez en dos meses que la acompaño a mi sobrinita. El doctor es una eminencia, mire, hasta tiene una fundación. Lloraba de la emoción al verlo. Una persona única, imagínese, ayuda tanto a los niños. Él ya la operó tres veces, no sabe… hay tanta injusticia en este mundo, que encontrarse con personas así a una le llena el alma… Lo que pasa es que no salgo nunca. Imagínese, llevo a mi nena al jardín, hago las compras y me meto en mi casa. Porque es mejor quedarse en casa, no salir. Pasan tantas cosas… aunque mi barrio es lindo. Pero ahora se empezaron a ver unas caras… complicado ¿vio? Ya no se puede salir como antes, pasan tantas cosas… ¿Vio en la televisión todas las cosas que pasan? Por eso yo prefiero quedarme en mi casa. No salgo nunca. Los fines de semana en casa, con mi hija… mejor ¿no? ¿Y de dónde viene usted con este frio…?
−Fui a visitar a una señora para la que antes yo trabajaba en Don Torcuato. A mi edad siempre salgo. Trato de salir, de visitar amigas…, a gente para la que trabajé toda mi vida…
−Ah, qué bueno, qué bien. En cambio yo prefiero quedarme en casa, casi no salgo. Fíjese que está todo tan violento… no hay respeto, con mis 32 años prefiero quedarme en casa, en las paradas de colectivos todos te empujan, la calles están llenas de basura. No hay respeto ¡no hay respeto! Por eso prefiero no salir, quedarme en casa con mi hija y mi marido cuando viene de trabajar. No se puede vivir así ¿qué le espera en el futuro a mi hija? ¿Por qué no hay un poco de respeto? Por eso casi no salgo. ¿Falta mucho para Liniers?
La muchacha estira su cuerpo menudo cuerpo por sobre el asiento de adelante, y parece pensar: “Ya casi está, no me voy a pasar”. Respira un poco.
Suena su teléfono.
−Hola ¡Sí, holaaaa mi amor… sí… sí… ya te dije −la voz le tiembla un poco, aunque trata de mantener la compostura. −Te mandé un whatsapp cuando estaba a la altura de Unicenter… sí, sí, sí, no te hagas problema, ya voy a llegar ¿Adónde me vas a ir a buscar? No, no, por favor, no me hagas eso… (traga saliva) −Esperame en Crovara. Sí, este es el rápido, te dije que tomé el rápido, para en Crovara, no… no, en Madero no, por favor… En Madero es muy peligroso… Además… sí, bueno, en Crovara. Si, cuando llego hago la comida. No, es que se hizo tarde. No tengo la culpa…
Se corta la comunicación.
El colectivo para en Liniers. Ahí baja mucha gente y mucha gente sube. El transitar eterno del bondi. El amontonamiento en la puerta delantera y en la trasera. El universo todo que se expande y se contrae indefinidamente en el colectivo 21.
Ethelvina sigue:
−Es que no salgo nunca. Encima la única vez que salgo para acompañar a mi sobrinita… éste me reclama que esté a la hora que él dice… yo no le digo nada cuando llama la hermana a la noche para que la vaya a buscar. Y él va a buscarla vaya saber dónde. Yo no salgo nunca. Estoy con mi hijita, la llevo al jardín, hago las compras…. Y los fines de semana prefiero estar en mi casa.
Ethelvina tiene ojeras marcadas, boca pequeña y cristales en las retinas ¿Y su cuerpo? menudito, a punto de la desnutrición. Es como blanda, tierna, de voz suave pero aguda. Todo el colectivo la oye. Todos oímos su historia.
Ethelvina mira hacia abajo. Siempre mira hacia abajo. Debe hacer años que mira hacia abajo.
Espera que el teléfono vuelva a sonar para atender al primer tono… Por suerte para Ethelvina el 21 ya pasó Rosas. Está cerca.
−¿Estamos cerca de Crovara señora?
−Sí, le responde la vieja.
Ethelvina sabe que en la próxima parada está su vida, la de siempre. El 21 la devuelve a esa vida de la que se ha prometido no salirse nunca.
Cuando al auto que la espera en Crovara, jurará una y otra vez que no volverá a salir. Aunque pueda.
Para sobrevivir, lo mejor es no salir nunca de casa ¿vio? 

viernes, 20 de octubre de 2017

Justicia por Mariano



por Susana Guagliacome



Sólo sé que por las calles de Avellaneda repujaste un tornero,
para un acero que nunca se repujará…
Sólo sé que algunos libros de historia comenzaron su letargo
y no serán compartidos con tus discípulos, que nunca existirán…
Sólo sé que te gustaba Lhasa de Sela y que tal vez ella
esté arrullando tu inocencia, con su voz sin tiempo, en un espacio sin espacio…
cuando extrañas a tu madre-guardapolvo blanco y ojos secos
de lágrimas infinitas…
Sólo sé que vivías en Sarandí, con tus padres y tu hermana…
Y que mirabas los Simpsons y Padre de Familia…
Y que La Pequeña Orquesta Reincidentes emocionaba tus sentidos
de artista o de ángel…
Y que la solidaridad te llevaba hasta los pantanos de los desolados…
Sólo sé de tu coraje… y de tu militancia… porque me lo contó Internet,
cuando se lo pedí…
Pero sé sin duda alguna que junto a Santillán y Kosteki
¡estás reclamando justicia! La que los necios desoyen y los poderosos dominan…
Sólo sé que con la corta historia de tu sangre de hombre nuevo
escribiste los trazos de tu nombre,
que ya es del pueblo… y ya es de la deuda inmoral de los salvajes…
Sólo sé que es imposible no fundirse en las voces de los justos,
que claman y piden sin cansancio la petición que no substituye tu ausencia…
pero te eleva a héroe, te enaltece y glorifica…
cuando en las calles inciertas y acechantes el coro insiste:
“¡Justicia por Mariano!”


(este poema fue incluido en el libro "Poemas por Mriano Ferreyra", una antología de distintos autores del Partido Obrero de Córdoba)
La ilustración pertenecer al gran artista plástico Carlos Terribili (1936-2016)

jueves, 19 de octubre de 2017

“La revolución traicionada”, de León Trotsky



Reedición en castellano de uno de los libros fundamentales y menos publicados del compañero de Lenin



Después de muchos años, La revolución traicionada, de León Trotsky, vuelve a editarse en castellano. Como bien dice Christian Rath en su prólogo, publicar este libro no es un acto neutral: no por nada se trata de una de las obras menos difundidas del gran compañero de Lenin. En principio, los “amigos de la URSS” -tan solidarios con la burocracia estalinista como enemigos de cualquier revolución proletaria que estuviera por hacerse− se encargaron de ocultarlo, de sabotear su publicación y de difamarlo luego. Más tarde fueron muchos de los proclamados “trotskistas”, deslumbrados por la “desestalinización” de los burócratas del Kremlin (después se deslumbrarían con la “perestroika” y la “glasnost”) los que prefirieron ocultar las críticas y el análisis de Trotsky al Termidor estaliniano.
 
Por otra parte, La revolución traicionada no es una curiosidad histórica o una inquietud académica; se trata, por el contrario, de un proceso vivo y plenamente vigente. Escrutamos el pasado en busca de respuestas que sirvan para operar en el presente, con la vista puesta en el porvenir (“es en función de la vida que interrogamos a la muerte”); dicho sea esto contra quienes pretenden enviar la obra de Trotsky (de todo el marxismo) a los anaqueles de las bibliotecas y, sobre todo, contra quienes consideran cerrada la época abierta por la Revolución de Octubre. Esta edición es, además, un homenaje al centenario de aquella revolución.
 
Para el grupo editor El Viejo Fantasma es un honor presentar esta nueva edición de La revolución traicionada, profusamente anotada para mejor comprensión de los sucesos y las personalidades a las que se refiere el autor.
 
Se consigue en Mitre 2162, Ciudad de Buenos Aires, a partir del martes 19. También en las mejores librerías de Buenos Aires o por pedido a https://www.facebook.com/alejandro.guerrero.92754. En el interior, podés pedirla en el local del PO más próximo a tu domicilio.


Publicado en Prensa Obrera 1476; 28/8/17

martes, 17 de octubre de 2017

El Che Guevara: el revolucionario y el mito

Cuando de política se trata, los mitos son necesariamente contrarrevolucionarios en cuanto su objetivo es esconder la realidad, hacerla inasible. El Che ha sido, seguramente (y alguna responsabilidad tuvo él mismo para que eso sucediera), una de las mayores víctimas de la mitología política, al punto que hasta sus enemigos usan hoy sus remeras y lo invocan, lo han quitado de cualquier política revolucionaria para colocarlo en un altar absurdo que a él, sin duda, le habría repugnado. Trataremos en esta serie de trabajos, como dice Trotsky en La revolución traicionada (El Viejo Fantasma Grupo Editor, 2017) de “mostrar un rostro, no una máscara”.








por Alejandro Guerrero




El del Che Guevara, como el de Fidel Castro y el de la propia Revolución Cubana, es un legado contradictorio, al punto que, como señalara Jorge Altamira en una serie de charlas sobre Guevara allá por 1998, el periódico francés Lutte Ouvrière, de la ya disuelta Liga Comunista Revolucionaria, dijo alguna vez del Che que había sido un “revolucionario no comunista”. Dicho así, parece una suerte de oxímoron en el cual el segundo adjetivo niega al primero. Esto es: Guevara habría sido revolucionario como lo fue Mariano Moreno a comienzos del siglo XIX, cuando no sólo quiso emancipar las colonias del dominio español; también a los indios de la explotación infrahumana de los encomenderos, fuesen españoles o criollos, y darles a los pueblos originarios igualdad jurídica, de modo que él traía al Río de la Plata el impulso indudablemente revolucionario de los acontecimientos de la Francia de 1789. Moreno, influido, como Esteban Echeverría, por el socialismo utópico francés, no era ni podía ser comunista pero sí un revolucionario, cosa que ya en 1810 se demostró imposible en estas pampas. Según Lutte Ouvrière, algo así habría sido Guevara un siglo y medio después… He ahí una parte del mito, aunque no la peor.
En estos casos, como casi siempre, lo mejor es empezar por el final.
En su último documento, escrito poco antes de caer asesinado en Ñancahuazu, Guevara escribe su consigna definitiva: “Revolución socialista o caricatura de revolución”. En las remeras y los posters, entre las frases popularizadas del Che, se encontrarán decenas sobre “hombres nuevos”, principios morales, injusticias y tantas otras que cualquier jesuita podría repetir, pero nunca ésa: “Revolución socialista o caricatura de revolución”. Ahora hasta los kirchneristas, represores y entreguistas como pocos, usan la cara del Che en sus campañas políticas, y agrupamientos como Patria Grande, declaradamente nacionalistas, usan al por mayor la imagen del revolucionario argentino-cubano y repiten canciones y poesías. Pero jamás esa consigna: “Revolución socialista o caricatura de revolución”.
Vamos ahora a mostrar el rostro en vez de la máscara canallesca que le han colocado.
Con ese fin, resulta indispensable remontarse a otro hito olvidado ex profeso: el gobierno nacionalista del general Jacobo Arbenz Guzmán en la Guatemala de 1954, cuando el Che anduvo por ahí.
Mejor dicho, habría que retroceder hasta la revolución del 20 de octubre de 1944, cuando un levantamiento de militares nacionalistas, acompañados por la mayor parte de la población trabajadora, derrocó la dictadura del general Federico Ponce Valdes y convocó a las primeras elecciones libres de la historia guatemalteca, en las que venció Juan José Arévalo (1904-1990). Arévalo se declaraba “socialista espiritual” e impulsó una serie de reformas “inclusivas” en favor de los sectores más pobres. Decía inspirarse para eso en el New Deal norteamericano de presidente Franklin Roosevelt. Esas reformas alcanzaron para que la oligarquía guatemalteca lo calificara de “comunista”.
Arévalo no tocó el problema de la propiedad de la tierra (“el problema del indio es el problema de la tierra”, había dicho José Carlos Mariátegui) a pesar de que la mayoría de la población guatemalteca era indígena y campesina; es decir, explotada doblemente, en cuanto clase y en cuanto nación oprimida. Sí, impulsó, en cambio, la organización sindical de los trabajadores rurales de las explotaciones más tecnificadas, lo que disgustó gravemente a la empresa que era, en la práctica, la dueña del país: la United Fruit Company. Arévalo impulsó el surgimiento de sindicatos en casi todas las ramas de la producción, siempre bajo control y regimentación del Estado.
Cuando en 1951 lo sucedió –también en elecciones libres− el general Jacobo Árbenz Guzmán, los conflictos se radicalizaron. En ese año, el 10 por ciento de los propietarios rurales poseía el 76 por ciento de la tierra, mientras el 70 por ciento de los campesinos eran dueños sólo del 2,2 por ciento del territorio. La United Fruit era dueña de más del 50 por ciento de las tierras cultivables, aunque sólo explotaba el 2,6 por ciento y pagaba a sus obreros salarios peor que miserables. Además controlaba los principales puertos y las compañías de electricidad, teléfonos y telégrafos, que ni siquiera pagaban impuestos. Como se ve, Arévalo había fastidiado bien poco a la UFCo.
Árbenz, en cambio, decidió ir más lejos que su antecesor.
En principio se declaró nacionalista y de izquierda, y en su discurso de asunción anunció tres objetivos fundamentales de su gobierno:

  • “Convertir nuestro país de una nación dependiente y de economía semicolonial en un país económicamente independiente;
  • “Convertir a Guatemala de país atrasado y de economía predominantemente semifeudal en un país moderno y capitalista; y
  • “Hacer que esta transformación se lleve a cabo en forma que traiga consigo la mayor elevación posible del nivel de vida de las grandes masas del pueblo”.

Casi de inmediato, Árbenz promulgó el Decreto 900, que expropiaba todos los terrenos que la United Fruit mantenía ociosos; anunció la construcción de la carretera al Atlántico, que terminaría con el monopolio de la compañía ferroviaria de la UFCo, y empezó los trabajos para erigir el puerto Matías de Gálvez para competir con Puerto Barrios, también controlado por la United (sólo se terminó en 1976). Además, empezó los estudios para montar la planta de generación eléctrica Jurún Marinalá, que competiría con la compañía en manos de los norteamericanos. La oposición interna que encontró Árbenz no se limitaba a los militares reaccionarios o a la oligarquía: en 1952 ganó la alcaldía de Ciudad de Guatemala el jefe del Partido de Unificación Anticomunista (PUA), Juan Luis Lizarralde, respaldado por el Comité de Estudiantes Universitarios Anticomunistas y la Juventud Nacionalista, toda gente de armas llevar y que anunciaba un proceso de guerra civil. Sin embargo, Árbenz logró ganar las simpatías de buena parte de la ciudad con toda una serie de obras públicas que, lógicamente, generaron conflictos severos con los fascistas que tenían la alcaldía en sus manos. Todo empeoró cuando Árbenz incorporó al gobierno a miembros del pequeñísimo Partido Guatemalteco del Trabajo, que era el nombre que tenían en el país el PC estalinista. En ese momento, el jefe de la CIA, Allen Dulles (fue el primer civil que tuvo ese cargo) dijo que Guatemala se había transformado en la “cabecera de playa soviética en América latina”. El presidente norteamericano era el general Dwight Eisenhower y estaba en plena actividad el Comité de Actividades Antinorteamericanas que presidía el senador Joseph McCarthy.
A principios de 1954, cuando la crisis guatemalteca estaba ya muy avanzada, el Che Guevara llegó al país, donde sólo llegó a estar nueve meses. Por supuesto fue a respaldar al gobierno e hizo grandes esfuerzos por trabajar de médico para el Estado, cosa que nunca logró y pasó penurias económicas. Pero no fue eso lo que le dejó su primera marca grande, sino la United Fruit. El 10 de diciembre de 1953, poco antes de llegar a Guatemala, le escribe a su tía Beatriz y le dice:

“En el paso tuve la oportunidad de pasar por los dominios de la United Fruit, convenciéndome una vez más de lo terrible que son estos pulpos. He jurado ante una estampa del viejo y llorado camarada Stalin no descansar hasta ver aniquilados estos pulpos capitalistas. En Guatemala me perfeccionaré y lograré lo que me falta para ser un revolucionario auténtico... Tu sobrino, el de la salud de hierro, el estómago vacío y la luciente fe en el porvenir socialista. Chau. Chancho”.

En Guatemala conoció a la peruana Hilda Gadea, economista y dirigente del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana, conducida por el líder nacionalista Raúl Haya de la Torre), colaboradora directa de Árbenz. Gadea, que luego sería su primera esposa, lo puso en contacto con un grupo de cubanos exilados que habían tomado parte en el asalto al cuartel de Moncada en 1953. Guevara, entre todos ellos, se hizo amigo entrañable de Antonio “Ñico” López.
En esos días, el Che tuvo una mala experiencia con los seguidores del “viejo y llorado camarada Stalin”, al que veneraba en estampas sobre las que se debía jurar. El partido estalinista, el PGT, le ofreció trabajo de médico en el Estado a cambio de que se afiliara, cosa que él rechazó indignado. También por entonces comenzó a escribir su libro La función del médico en América latina, donde asegura que un sistema de “medicina social preventiva” será un eje central para la transformación “revolucionaria y socialista” de la sociedad. Es decir que la “medicina social preventiva” sería una herramienta de la revolución y no la consecuencia de ella. El pensamiento de Guevara, como se ve, es en esos momentos más que confuso, pero también se verá hasta qué punto era capaz de observar y de formarse, mediante la reflexión y la práctica, de esas mismas observaciones,
Por entonces, ya estaba en plena marcha el plan PBSucces, pergeñado por la CIA para derrocar a Árbenz. El 18 de junio, a las ocho de la noche, una fuerza mercenaria sorprendentemente débil, de menos de 500 efectivos al mando de un coronel exilado, Carlos Castillo Armas, penetra por las fronteras de Honduras y El Salvador en cuatro grupos. A la vanguardia de ellos, comandos norteamericanos de saboteadores vuelan puentes y cortan líneas telegráficas. Los sediciosos utilizan tácticas guerrilleras, evitan encuentros con el Ejército mientras una propaganda especialmente intensa los presenta como si se tratara de una fuerza poderosa que levanta poblaciones a su paso; es decir, como si se tratara de una rebelión popular.
El fracaso militar de la invasión fue estrepitoso. Un primer grupo de 122 insurgentes intenta tomar la ciudad de Zacapa, pero es aplastado por apenas una treintena de soldados apostados allí. Sólo 28 insurgentes evitaron la muerte o la captura. Peor aún le fue a un segundo grupo, que atacó la ciudad costera de Puerto Barrios. El jefe de policía de esa ciudad repartió armas entre los trabajadores del puerto, los dispuso para la defensa y en pocas horas los rebeldes estaban muertos o cautivos. Apenas unos pocos de ellos consiguieron huir a Honduras. En tres días de combates, dos de los cuatro grupos invasores estaban aniquilados.
Frente al desastre, Castillo Armas ordenó un ataque aéreo que resultó un papelón. Un solo avión logró bombardear una cisterna de petróleo, pero los bomberos sofocaron el fuego en menos de 15 minutos. Entonces ocurre lo aparentemente insólito: Jacobo Árbenz se rinde, entrega el poder y huye. Castillo Armas instaura entonces una dictadura fascista cuyas consecuencias se sienten hasta hoy: la fachada constitucionalista del sistema de gobierno guatemalteco oculta un régimen de represión y terror sistemáticos.
¿Qué era, a todo esto, del Che? Infructuosamente, intentaba repetir la experiencia del jefe de policía de Puerto Barrios y conseguir armas para formar milicias de trabajadores que le hicieran frente al golpe. Algún funcionario del gobierno, mientras rápidamente preparaba sus petates para emprender la huida, le dijo: “Doctor, no se haga matar en vano. Usted no puede defender a un gobierno que no quiere defenderse a sí mismo”. Así, casi de regalo, Castillo Armas se encontró al frente del Ejército que hasta pocas horas antes obedecía a Árbenz, y al que él no podría haber hecho frente jamás en condiciones más o menos normales.
Guevara consiguió refugio en la embajada argentina, y en setiembre de ese año de 1954 consiguió un salvoconducto para viajar a México, donde viviría dos años y, por fin, podría ejercer la medicina y ganarse la vida con alguna holgura. Pero antes de eso, desde la embajada, le escribió a su madre:

“La traición sigue siendo el patriotismo del Ejército, y una vez más se prueba el aforismo que indica la liquidación del Ejército como el verdadero principio de la democracia”.

En otras palabras: la instauración ya no del socialismo sino simplemente de la democracia exige la supresión del Ejército profesional, de ese destacamento especial de hombres y mujeres armados al servicio de los opresores, que constituye la sustancia misma del Estado.
En México se reencontró con su amigo “Ñico” López y en 1955 conoció a Raúl Castro; es decir,  los hombres que, como él, se embarcarían en 1956 en el Granma para comenzar la Revolución Cubana. Lo que vino después y el carácter de lo que vino es otra parte de la historia, pero puede decirse, a modo de adelanto, que la experiencia guatemalteca fue determinante en toda la vida política ulterior de Ernesto Guevara. Esa experiencia lo condujo a estar entre los opositores más decididos a cualquier acuerdo con el Ejército cubano en 1957, cuando la guerrilla aún combatía en las Sierras de Oriente (Sierra Maestra). Ese Ejército debía ser destruido, suprimido, porque ninguna democracia –y la democracia era, no debe olvidarse, el propósito de los revolucionarios conducidos por Fidel Castro− podía construirse con esa fuerza armada presente en el panorama político.
Varias veces Raúl Castro dijo: “Cuando nosotros conocimos al Che, ya era un revolucionario formado”. Así es, estaba formado por la negativa, por lo que había vivido en Guatemala y le haría decir más de una vez: “No se debe confiar en la burguesía ni tantito así”. Y en los días finales de su vida: “Revolución socialista o caricatura de revolución”.
Esa consigna que no suele leerse en las remeras.


domingo, 15 de octubre de 2017

Hay muertos persistentes




por Alejandro Guerrero



Casi todas las familias tienen sus secretos ¿vio, Parodi? Su muerto en el ropero… en la mía, de pibe, había temas prohibidos. Familia grande ¿vio? No, ya no existe, se fue dispersando, qué sé yo… pero entonces se armaban mesas familiares de veinte o veinticinco personas, y hasta había había un reglamento… De política, de religión y de fútbol no se habla, porque se pudre… pero esos no eran los secretos, no, los secretos eran otra cosa, algo más denso, más oscuro, algo que no podía mencionarse ni en cuchicheos. Uno de esos secretos era mi abuelo. Pedro Beltrán se llamaba… sé que un día se fue, que no volvió nunca ni se volvió a saber de él. Un desaparecido, sí, pero por decisión propia, o no sé… Después, la familia lo desapareció. Lo convirtió en innombrable.
Sí ¿vio, Parodi? Este  café es un refugio, como para mostrarle al mundo que Almagro resiste, carajo. Claro ¿no se acuerda? Acá a media cuadra, por Acuña de Figueroa, estaba el Mercado de las Flores, por eso el café se llama La Orquídea ¿Cuándo lo cerraron al mercado? ¿2003, 2004? Sí, fue por ahí, déjeme de joder con Google… y también por Acuña pero para el otro lado, a cuadra y media de Corrientes, estuvo el primer local de la Unión de Juventudes por el Socialismo, la UJS ¿sabe? Lo volaron de un bombazo a fines del 74 o principios del 75, sí. Fue de noche, a la madrugada. Cuentan que al otro día, a la mañana temprano, vino la cana, metieron unas cajas en el local en ruinas y llamaron a la tele. Cuando llegó la televisión y el diario Crónica los milicos salieron del local con los fusiles FAL que ellos habían plantado un ratito antes, antes de que aparecieran los periodistas. Jajaja, qué hijos de puta, che…
Pero ¿quiere que le cuente de mi abuelo, o acá también va a ser tema prohibido?
¿Que cómo sé de mi abuelo si era un muerto en el ropero, un desaparecido, un innombrable? Porque como dicen los policías de Homicidios, los más veteranos, no hay nada más persistente que un cadáver. Tarde o temprano aparece. En este país sabemos bien que ningún desaparecido desaparece del todo, que son una presencia, que están ahí. Y el abuelo Pedro persistió en mi vieja, ella no quiso perderlo de nuevo, se negó a que su padre no fuera siquiera recuerdo, que no fuera ni pasado. Se negó, y como quien no quiere la cosa, de a poquito, me fue contando pedacitos de una historia que yo también quise olvidar. Pero la vieja sabía que yo no iba a poder, y que algún día iba a contar esos retazos de historia que quedaron del abuelo Pedro, para que su padre no se esfumara. Le defendió el derecho a ser pasado, a haber existido ¿vio, Parodi?
El relato de mi vieja empezó una tarde, en su casa, cuando ella revisaba fotos viejas que no volví a ver. Tengo toda una historia de fotos perdidas ¿sabe, Parodi? Eso no es malo, porque si no está la foto bien puede ser que el recuerdo sea falso, que nada hubiera ocurrido nunca. Pero son fantasías, yo sé que pasó. O por lo menos sé el relato, lo que mi madre recordaba. Y la foto… la foto era de Mar del Plata, un hombre alto, de bigote grueso, con malla enteriza como las que se usaban en la década de 1920, con una niña sobre los hombros chapoteando en el mar. Había que ver la carita de felicidad de esa nena, la admiración que sentiría por ese padre. Claro, Parodi, la nena era mi madre. El de bigotes y malla enteriza era su padre, mi abuelo Pedro.
Pero anote el dato, Parodi. Mar del Plata en los años 20 del siglo pasado. No cualquiera ¿eh? Faltaba bastante para que un laburante pudiera darse el gusto de meter las patas en el agua de la Bristol. En los 20 había que ser un bacán para ir a Mar del Plata ¿Y tener un auto?  ¿Un Ford T? Había que tener mucha guita, Parodi, o por lo menos ser un profesional muy acomodado. No, no cualquiera. Bueh, mi abuelo Pedro tenía un Ford T.
Por lo que contaba mi vieja, el abuelo no era tipo de fortuna, pero era gerente del Banco de la Provincia de Buenos Aires y tenía un sueldo importante, muy importante. No ahorraba nada ¿vio? Se daba los gustos, vivían bien, muy bien para la época.
La familia vivía en Hurlingham. Supongo que todavía debo tener algún pariente por esa zona, o en San Miguel, o Bella Vista, por ahí… “La perla del oeste”, le decían a Hurlingham. Hasta hoy quedan ahí los chalés ingleses y el Hurlingham Club, con su cancha de golf y una casona –un castillo− construida allá por 1860. Por ingleses, claro… Mi tío Alfredo, hermano de mi madre, era caddie en ese club. Siempre recordaba a los ingleses que después de un golpe largo le decían “caman, caddie”. Le decían así, o por lo menos él lo recordaba así…
Uno de los recuerdos de la infancia de mi madre en aquellos años era el canillita que pasaba a la tarde voceando los diarios: “¡Razón, Crítica, Vanguardia, Protestaaaaa!” ¿Se da cuenta, Parodi? La Vanguardia y La Protesta eran diarios, diarios obreros, y los voceaban los canillitas junto con la prensa comercial. Nunca más los trabajadores volvieron a tener un diario…
Mi vieja recordaba también que un día, a la mañana, su padre les dijo (eran cuatro hermanos, tres mujeres y un varón) que esa tarde tendrían una sorpresa. Y Pedro volvió con un paquete grande, lo desenvolvió y sacó un aparato raro, y lo armó ¡Era una radio, Parodi, una radio! Un lujo ¿vio? Otra vez, Pedro llevó a sus hijos al centro, para que conocieran una escalera que subía sola…
Pero el 6 de setiembre de 1930 lo voltearon a Yrigoyen y le voltearon la vida al abuelo Pedro ¿Por qué? Porque él estaba metido hasta las manos con el partido radical. Mi vieja no sabía qué jerarquía tenía su padre en el partido, pero no debía ser demasiado poca. Y los yrigoyenistas no solían ser amables con quienes no lo eran. En fin, por eso o simplemente porque los golpistas querían los puestos gerenciales para acomodar a su gente, el asunto fue que al abuelo Pedro lo echaron del banco. Y minga de indemnización ni nada de nada. A la calle nomás.
Entonces empezó un peregrinaje que fue una pesadilla. Chau auto, chau radio, chau casa, chau todo. Mi vieja recordaba que anduvieron por Tandil, por el Azul, donde la madre de mi madre tenía parientes, a buscar un trabajo de cualquier cosa. Pero Pedro no podía con su genio. Una tarde, trepado a un banco de plaza, tal vez en Azul, se mandó una arenga contra los milicos que habían dado el golpe y lo metieron en cana. A mi vieja, una niña de no más de diez u once años, la llevaron a casa de unos vecinos mientras su padre estaba detenido, y una de las matronas le preguntó: “¿Tu padre es orador?” Hasta el fin de sus días, mi madre asoció la palabra “orador” con terror desatado. Si eras orador te metían en cana y te pasaban cosas terribles.
Ahí, en Azul, mi abuela… claro, Parodi, la mujer de Pedro ¿quién va a ser? A usté hay que aclararle todo, che… mi abuela, le decía, tenía parientes bacanes, los Toscano de Azul. Tenían tierras y una empresa de transportes. No hace mucho, mire, vi un camión que decía Toscano SA, Azul. Así que todavía andan por ahí los tipos. Eran tanos del norte de Italia, de la Toscana, y parece que ese origen les dio el apellido o lo tomaron de ahí, vaya a saber.
Ahí le dieron al abuelo Pedro un laburito de mierda, en unas oficinas. Se ve que algún cable ya se le había soltado al abuelo, porque un día, en vez de ir a trabajar, se lo llevó a mi tío Alfredo (a mi tío Alfredo le decían Victorio, porque a mi abuelo se le ocurrió que el pibe era parecido a Victorino de la Plaza), se lo llevó a pescar, le decía.
Al otro día, cuando fue a la oficina, el tano pariente que tenía de jefe le dijo en su lengua toscana:
—¡Eh, Pietro! ¡Pia sacco e battina pisca!
O así, por lo menos, lo recordaba mi madre. Sí, Parodi, que agarrara el saco y se fuera a pescar. Lo echó a la mierda, de una…
Se ve que entonces los cables se le terminaron de soltar al abuelo. Un día, no sé cómo porque de eso mi vieja no se acordaba o no quiso contar y tampoco le pregunté, el tipo desapareció. Simplemente se fue. Abandonó todo porque antes se había abandonado a sí mismo, se transformó en escombros.
¿Sabe, Parodi, qué es lo que me rompe el alma? Creo que mi madre, hasta que ya era muy vieja, nunca dejó de esperarlo. Andaba cerca de los ochenta mi vieja cuando me contó un sueño que había tenido. Estaba en su casa, golpeaban la puerta y cuando abría estaba mi abuelo Pedro ahí. Mi vieja solo le decía:
—Ahhhhh ¡sos vos!

Hay muertos persistentes ¿no le parece, Parodi?



(Publicada en el Libro Pedazos de tiempo, El Viejo Fantasma, 2016