viernes, 14 de septiembre de 2018

En el 130° aniversario de la muerte de Domingo F. Sarmiento




Por Alejandro Guerrero



“¡Hiju’na’gran puta, al fin te dejarás de joder!”, gritó un hombre que miraba, desde las cercanías del Congreso donde había sido velado, pasar el féretro que transportaba el cadáver de Domingo Faustino Sarmiento, recién traído desde el lugar de su muerte, Asunción del Paraguay. El hombre se equivocaba: aquel “cuyano alborotador”, como lo llamó José Ignacio García Hamilton, no se deja de joder hasta el día de hoy; por el contrario, es aún uno de los hombres más polémicos de la historia nacional.
Este 130° aniversario de su muerte (11 de setiembre de 1888) resulta especial en uno de los aspectos clave de la vida política de Sarmiento: su libro “Educación popular” (seguramente el menos publicado y menos conocido), propulsor del I Congreso Pedagógico de 1882 y de la ley 1420 —redactada en gran parte por el propio Sarmiento— de educación pública, laica, gratuita y obligatoria, es destruido en sus principios por la derecha liberal (que de liberal no tiene nada) que hoy gobierna la Argentina y transforma en ruinas los principios educacionales de quienes se propusieron la utopía de construir una Argentina capitalista pujante y poderosa.
“¡Cuántas industrias podría mover toda esta energía!”, exclamó Sarmiento cuando vio por primera vez las cataratas del Niágara. Lejos de conmoverse por una belleza natural, Sarmiento mostraba entonces su obsesión industrializadora, la herencia de la Revolución Francesa (sobre todo de Nicolás Condorcet, opuesto a toda educación dogmática, elitista y religiosa) y del proceso independentista norteamericano (en especial del educador y artista Horace Mann). He ahí su punto de coincidencia con Juan Bautista Alberdi, con quien tuvo discusiones y contradichos durísimos por la cuestión patagónica y la guerra del Paraguay.
En verdad, la cuestión educacional había sido una preocupación desde los primeros gobiernos nacionales posteriores a la llamada “organización nacional”. En principio por el de Bartolomé Mitre (1862-1868), pero fue a partir de la presidencia de Sarmiento (1868-1874) cuando el tema se vinculó con un proyecto más integrado de desarrollo económico. Al asumir Sarmiento, el analfabetismo (él ordenó el primer censo nacional) superaba el 70 por ciento. Por lo demás, al igual que Alberdi, sostenía una propuesta diversificada de la producción, opuesta al monocultivo. Por eso llegó a llamar a los latifundistas de su tiempo “oligarquía con olor a bosta de vaca”. Confiaba, al mismo tiempo, en una República parecida en su desenvolvimiento a los Estados Unidos y a las naciones más avanzadas de Europa. Fue el primero, también, en promover la educación femenina en términos igualitarios a la de los varones.
Esa idea de nación avanzada lo condujo a sostener una política sencillamente brutal contra los pueblos indígenas que no aceptaran la autoridad del gobierno nacional, y a un proceso tardío de proletarización a palos de la población rural y de que lo que él y Julio Roca llamaban “el espíritu de las montoneras”. En verdad, cuando Sarmiento y Roca hablan de “las montoneras” ya no se refieren a un aplastamiento militar sino a la posibilidad de que el ferrocarril prolongara hacia el interior al puerto de Buenos Aires, con lo cual los antiguos caudillos federales podrían acceder, también ellos, al mercado mundial que golpeaba a las puertas del Plata con su reclamo de carnes y de granos.
Contra esa realidad ineludible chocarían las ideas de Sarmiento: la economía internacional creaba a la clase terrateniente argentina y, con ella, a una industria subsidiaria de la producción pastoril.
En definitiva, el fracaso de Sarmiento es el de los intentos de transformar a la Argentina en un país industrial de avanzada. La mascarada trágica, el carnaval fúnebre que es el gobierno de Macri —supuestamente “liberal”, continuador de aquellas ideas— se arrodilla ante el FMI (Sarmiento era, en cambio, un obsesivo opositor al endeudamiento externo). Las ideas en ruinas de Sarmiento tienen su expresión sanguinolenta en el crimen de la escuela de Moreno, en los colegios en ruinas y en los niños mal alimentados que concurren a ellas, junto a la miseria salarial de los docentes.
Una burguesía, en definitiva, sin ninguna gloria, sin ningún loor, y mucho menos honra. Es una clase social que debe ser expulsada del poder para que aquellas ideas de desarrollo global y armónico de la economía, y un sistema educacional potente e integrado a ese desenvolvimiento, sean ejecutadas por la clase obrera en el poder.