por Alejandro Guerrero
Lo que ahora empieza a conocerse de la masacre del submarino
ARA San Juan es simplemente tenebroso. Se sabe, por ejemplo, que la batería
estallada tenía problemas desde la botadura de la nave en 1985, y que el martes
14, un día antes del desastre, el capitán Pedro Fernández había informado que
tenía “un cortocircuito en la batería 3” (Infobae,
29/11), la misma del viejo problema, porque le entraba agua por el snorkel (el
snorkel es un dispositivo que permite operar con motores diésel y tomar aire de
superficie, pero para eso se debe navegar a profundidad de periscopio: no más
de 20 metros). A las 6 de la mañana del miércoles 15, Fernández pidió que se le
permitiera cambiar de rumbo porque estaba a 300 kilómetros en línea recta del
golfo San Jorge y podía llegar a tierra. Se lo negaron y le ratificaron la
orden de dirigirse a Mar del Plata ¿Por qué? A las 7.30 el submarino tuvo su
última comunicación con tierra. Desde ese momento está tragado por el océano.
Mientras esto sucedía, el jefe de la Armada, almirante
Marcelo Srur, estaba en Montevideo, donde recibía una condecoración por los 200
años de la creación de la marina de guerra uruguaya. No tenía ni noticias de
que había un submarino desaparecido. Peor aún: recién al día siguiente, el
jueves 16, el ministro de Defensa, Oscar Aguad, se enteró por los diarios.
Nadie le había informado nada y, por supuesto, nadie buscaba al ARA San Juan.
Hasta ese momento sólo se trataba de negligencia criminal,
pero todo es peor, mucho peor.
Perdida otra posibilidad de comunicación, para trasmitir por
vía satelital el submarino debía mantenerse en ese nivel de profundidad pero le
resultó imposible porque el Atlántico se encontraba “en condiciones 5/6”
(ídem), lo implica olas de entre seis y ocho metros. Golpeado por el oleaje, el
San Juan se vio obligado a sumergirse, de modo que ya no podía impulsarse por
diésel y con la mitad de las baterías inutilizadas. A las 10.30 se produjo la
implosión, detectada por unidades internacionales de control de explosiones
nucleares. La catástrofe se había consumado. La crisis no hacía más que
empezar.
¿Descontrol?
La Nación
(Daniel Galllo, 29/11) habla de
“hundimiento descontrolado” y del debate y la crisis política que ha producido
este desastre.
La nota tiene un mérito indudable: aún desde un ángulo
reaccionario, sitúa el problema en su contexto político, en el nuevo papel que
pretende asignarse a las Fuerzas Armadas y a hipótesis de conflicto interno.
Habría que añadir, cosa que el articulista no hace, la entrega de la Patagonia
a pulpos internacionales como Lewis y Benetton, comenzada durante el gobierno K
y extendida ahora por el de Macri. La presencia allí, ahora, de fuerzas
militares extranjeras de ocupación va más allá, sin embargo, de la simple
protección a los intereses de esos monopolios usurpadores.
Como se sabe, el gobierno pidió y obtuvo autorización
senatorial para el ingreso en territorio argentino de tropas y navíos de los
Estados Unidos y Chile para desarrollar 22 maniobras militares en el próximo
año. Sería una ingenuidad suponer que no toman parte en esas acciones unidades
del Reino Unido, país que, como se sabe aunque se recuerda poco, ha instalado
en las islas Malvinas la base de armamento nuclear más grande del mundo. Esto
se hace mientras, poco tiempo atrás, en el Mar de la China naves y aviones de
ese país han efectuado, junto con fuerzas militares rusas, las maniobras más
grandes de la historia. La crisis internacional muestra su tendencia a la
guerra y el gobierno macrista pretende mostrar a las claras de qué lado quiere
ponerse, sin estropear al mismo tiempo sus negocios y negociados con China
(nada hiede más que el mundo de la diplomacia imperialista y de sus
sirvientes).
Ese “nuevo papel” de las Fuerzas Armadas argentinas fue
marcado sin lugar para las dudas por el gobierno de los Kirchner, primero con
la invasión a Haití (allí tropas argentinas de ocupación cumplen desde hace
mucho el papel de policía interna, todo un entrenamiento para lo que se quiere
que hagan acá), y luego con la firma de los dos convenios de “lucha
antiterrorista” con el gobierno norteamericano. Macri sigue esa línea, la
amplía y la empeora.
No debe olvidarse, en este punto, que la reforma laboral y
previsional que intenta aplicar el gobierno abre toda una hipótesis de
conflicto interno: basta ver las multitudinarias movilizaciones que se han
producido contra el pacto del oficialismo con la burocracia patronal de la CGT,
y sobre todo el estado deliberativo que se desenvuelve en cada lugar de
trabajo, para entender que el ideal de la Casa Rosada sería algo parecido al
“Libro Blanco” firmado por el Perú en 2005, que autoriza al gobierno de ese
país a convocar en su ayuda a tropas extranjeras ante la presencia de grupos
que promuevan “la violencia social”, un marbete que puede aplicarse a cualquier
organismo que quiera luchar.
En todo ese cambio que se pretende para las Fuerzas Armadas
se incluyen maniobras como las que se desarrollan en estos días, y son tan
lacayos, tan hasta sorprendentemente gurkas, que han obligado a un submarino
argentino a marchar por encima de sus posibilidades técnicas para cumplir su
papel de mucamos logístico de las fuerzas extranjeras de ocupación. Esa
transformación policial de las Fuerzas Armadas tiene, por cierto, sus
consecuencias presupuestarias, la reducción y adaptación del presupuesto y un
re-armamentismo acorde con esa función lacayuna. Por eso, inconfundiblemente,
la muerte de los 44 marinos argentinos del ARA San Juan es un crimen de Estado
y ha producido, lógicamente, la indignación de sus familiares y, seguramente,
un estado deliberativo en voz baja dentro de las propias fuerzas. Es de esperar
que esas voces aumenten su volumen y se dejen oír.
Estas Fuerzas Armadas son del todo inútiles: no están
preparadas para atacar fronteras ajenas ni para defender las propias. Están
condenadas irremediablemente a cumplir el papel de sirvientes de sus amos
extranjeros, del imperialismo que oprime al país. Son fuerzas profundamente
antinacionales. Los suboficiales y jóvenes oficiales que han ingresado en ellas
con el propósito de “servir a la patria” pueden ver ahora, con toda claridad,
que los mandan a matar y a morir para defender a patrones gringos, a la
antipatria. Resulta preciso que se rebelen contra ese papel canallesco y se
unan a la lucha de la clase obrera: sólo un gobierno de trabajadores podrá
construir un ejército poderoso, capaz de llevar en la punta de sus fusiles y
sus cañones la estrategia de los Estados Unidos Socialistas de América Latina.