lunes, 26 de agosto de 2019

El "lugar de culto" de Janis Joplin






por Silvia Lavin


Haight - Ashbury, San Francisco, CA, Estados Unidos.
Febrero de 1995.
Toco timbre en lo que fue la casa de Janis Joplin. Haight Ashbury es Janis, Jerry García, Jim Morrison, Jimmie Hendrix, Gratfull Dead y el flower power de los 60. 
Abre la puerta una mujer con cara de hastío disimulado y en piloto automático me dice que esa casa fue "lugar de culto pero ya no lo es. Las guías turísticas están desactualizadas" Y me invita a entrar. Rechazo el convite y me despido amablemente. Camino sin rumbo y ahí la encuentro. En una esquina. En todas las esquinas. Con su voz aguardentosa. Canta " Mercedes Benz".
Es mi último día en San Francisco. Cruzo a " The Castro" con la imagen de Janis y " Cry Baby" en mis oídos.
El avión con destino a Nueva Orleans vuela a una altura que permite utilizar dispositivos electrónicos. Me pongo los auriculares y arranca " Me and Bobby Mc Gee".  Janis vuela conmigo. Yo con ella.

miércoles, 7 de agosto de 2019

El Banco Central y un retorno a sus orígenes




por Alejandro Guerrero



 A partir de noviembre el Fondo Monetario Internacional tendrá su despacho en el Banco Central de la República Argentina. Según publicaron todos los medios, el jamaiquino Trevor Allayne se sentará allí y será “el principal responsable de monitorear día a día si el gobierno cumple con las metas del ‘doble cero’: equilibrio fiscal y expansión monetaria”. Así, aun desde el punto de vista formal, la Argentina queda convertida en una colonia financiera. No es novedoso: se trata, después de todo, de un regreso a los orígenes.
“Yo soy del 30 de Buenos Aires / cuando a Carlitos se lo llevaron /yo soy del 30 de Buenos Aires / cuando a Yrigoyen lo empaquetaron”, dice el tango. En verdad, como ha explicado alguna vez Enrique Piglia en sus charlas sobre Borges, ese Buenos Aires de los 30 y de los 40 jamás existió salvo para una pequeña franja, la que amanecía entre el humo de los puros y el champán de Armenonville (aunque ya había cerrado en los 30) u observaba, cuando despuntaba el sol, “las migas de medialuna sobre el mármol helado / mientras una mujer absurda come en un rincón”. Un Buenos Aires impostado, irreal, alejado de las enormes luchas obreras, de los golpes de Estado, de la represión, del “fraude patriótico”, de aquella CGT recién fundada cuya primera declaración fue apoyar a la dictadura de Uriburu… y de la creación del Banco Central de la República Argentina por imposición y orden de Su Graciosa Majestad.
Ocurrió en 1935. La Gran Depresión se sentía fuertemente en estas pampas aunque empezaba a ceder en el mundo gracias a la industria de guerra, a la carnicería gigantesca que se preparaba: “Algo debe estar mal en un sistema que para darle trabajo a la gente necesita incendiar el mundo”, dice un personaje de Segunda generación, de Howard Fast. Fue por entonces que la Caja de Conversión (esa antecesora del 1 a 1 con el dólar de Domingo Cavallo) creada por Carlos Pellegrini, y que permitía convertir cada billete de papel en su equivalente en oro, ya no podía sostenerse. Tampoco podía sostenerse como hasta entonces el dominio inglés sobre estos pagos: Londres había salido de la Gran Guerra como el gran deudor del mundo y, en la Argentina, quería por ejemplo desprenderse de los ferrocarriles que, a esa altura, de instrumento de dominación se habían transformado para la Corona en un incordio (sería el gobierno de Juan Perón el que cumpliría el plan de compra de esos ferrocarriles, a precio de oro, según el plan diseñado por el agente inglés Raúl Prebisch).
Y fue Prebisch, precisamente, el primer gerente general del Banco Central, por el cual el debilitado imperio inglés procuró sostener aquí una estabilidad monetaria —de acuerdo con las necesidades de Londres— que comenzaba a volverse imposible, barrida por la crisis. En principio, Inglaterra necesitaba salir del patrón oro, de la convertibilidad, porque Estados Unidos ya era el principal tenedor de metales preciosos y el dominio del oro era parte de su propio dominio. (Buenos Aires, a todo esto, ya discutía cada vez más aceleradamente la necesidad de cambiar de metrópoli, de mudar del amo inglés al amo norteamericano con la menor cantidad posible de sacudones).
Ya en 1917 la presidencia de Hipólito Yrigoyen había propuesto constituir un banco central que llevara el nombre de Banco de la República, de capitales únicamente estatales, que se encargara de emitir moneda, bonos y títulos, además de fomentar el crédito comercial, industrial y agrario, y determinar la política de redescuentos de letras y pagarés, que era la forma usual de crédito en esos tiempos. Además, ese banco estatal se encargaría de regular la masa monetaria y el volumen de créditos en tiempos de recesión y crisis. Ese propósito yrigoyenista nunca prosperó: el Senado lo trasladó a su Comisión de Hacienda, que jamás llegó a tratarlo. Mientras tanto seguía funcionando la Caja de Conversión, que hacía depender la política monetaria nacional de las existencias de oro, de los saldos internacionales del metal y de la suerte de las cosechas, todo a la conveniencia de una Inglaterra definitivamente decadente. Yrigoyen insistió con su propuesta en 1919 con igual suerte. El asunto llegó a la Corte Suprema, que por mayoría lo rechazó en 1921.
Diez años más tarde, en medio de la peor crisis capitalista del siglo y cuando Inglaterra ya no podía con su deuda ni con sus dominios de ultramar, Londres ordenó a la Argentina (gobernaba la dictadura de José Félix Uriburu, que había derrocado a Yrigoyen el año anterior), que se creara el Banco Central. Necesitada de centralizar los instrumentos monetarios, crediticios y cambiarios de su colonia argentina, Inglaterra dispuso la creación de ese banco mediante un proyecto redactado en inglés por Otto Niemeyer, funcionario del Banco de Inglaterra.
Finalmente, el proyecto se aprobó en 1935, bajo el gobierno del “fraude patriótico” que dirigía entonces el general Agustín Pedro Justo. El texto de creación del BCRA, obra de Prebisch, decía que su propósito era “mantener el valor de la moneda, adecuar los medios de pago, aplicar la ley de bancos y operar como agente financiero del Estado”. La nueva entidad se integró con capitales mixtos, nacionales y extranjeros, y siempre obedeció a las necesidades de sus accionistas, en su mayoría ingleses. Es más: casi todo el directorio del Central estuvo originariamente integrado por británicos, y una de sus primeras medidas fue rescatar parte de la deuda soberana del país con reservas nacionales.
Ahora, en una situación peor que la de mediados de los años 30, se vuelve a aquellos orígenes: el Banco Central, la política monetaria y crediticia de la Argentina, ha quedado en manos de una potencia supranacional. Una colonia hasta desde el punto de vista formal. He ahí la entidad que Alberto Fernández y Néstor Pitrola discuten, cada uno por su lado, cómo “capitalizar”. Como si don Alfredo Palacios hubiera vuelto a sus andadas.

martes, 6 de agosto de 2019

Muhammad Ali; un peleador no sólo sobre el ring


La historia política de los Estados Unidos, y la del pueblo negro por su liberación, guardarán para él el registro de aquel latigazo público: “¡Ustedes son mis enemigos!”






Por Alejandro Guerrero


“Se parece mucho más a un Nureyev que a un peleador de tabernas” 
Norman Mailer 



“¡Cassius Clay!”, gritó el oficial a cargo del centro de reclutamiento de Houston. Nadie se incorporó. Dos veces más repitió el hombre su llamado, pero Muhammad Ali permaneció sentado. Transcurría el año 1966, en plena guerra de Vietnam. Cuando un juzgado citó al entonces campeón mundial de los pesados para que respondiera por su negativa a incorporarse al servicio militar, él envió una carta que entre otras cosas decía: 
“¿Por qué habría de disparar yo un fusil contra los vietnamitas? Ellos nunca me han llamado nigger, nunca me colgaron de un árbol, nunca me lanzaron sus perros. Si he de morir ha de ser aquí… ¡Ustedes son mis enemigos!” 

Amigo de Malcom X, el luchador negro que proclamaba el combate armado contra la opresión de su pueblo y llamaba “Tío Tom” al pacifista Martin Luther King, Ali había nacido en 1942 con el nombre de Cassius Marcellus Clay: “Mi nombre de esclavo”. Ali jamás permitía que lo llamaran “Cassius Clay”, y su rival Ernie Terrell lo supo cuando pelearon en 1967. Terrell, durante los días previos a la pelea y en el pesaje, insistentemente lo llamó “Clay”. El combate fue para él un martirio. Ali no quiso noquearlo y en cambio lo castigó tenazmente durante 15 rounds mientras a cada golpe le gritaba: “¿Cómo me llamo?” “¿Cuál es mi nombre?” 
Esa rebelión contra la convocatoria a las armas tuvo para él consecuencias directas e inmediatas: un tribunal lo condenó a cinco años de prisión -quedó libre bajo fianza- y a pagar una multa de 10 mil dólares. Una hora después de la sentencia, le fueron quitados los títulos de campeón de la Asociación Mundial de Boxeo y de la Comisión Atlética de Nueva York. También se le quitó la licencia para boxear y le fue retirado el pasaporte. Esa postura de Ali contra la guerra precedió a la de la mayoría de los organismos de derechos civiles: Martin Luther King, por ejemplo, solo un año después repudió la invasión a Vietnam, cuando se multiplicaban las bolsas con cadáveres norteamericanos y las manifestaciones antibelicistas; y, desde ya, crecía la popularidad de Muhammad Ali por aquella actitud. 

Boxeo y lucha política 

Las manifestaciones contra la guerra coincidían con una lucha política intensa dentro del pueblo afroamericano. Ali había tomado su nombre en homenaje a Elijah Muhammad, líder de Nación Islámica, el grupo al que también pertenecía, conflictivamente, Malcom X. Hubo allí rupturas y separaciones que involucraron al campeón pesado, pero en cualquier caso la lucha contra la discriminación racial y contra la agresión norteamericana a Vietnam estuvo en el comienzo impetuoso de la penetración islámica, a nivel de masas, en territorio de los Estados Unidos. Y el papel de Ali en aquellos hechos no fue menor, favorecido obviamente por su enorme popularidad. Ya antes de negarse a servir en las fuerzas armadas, había hecho una gira, en 1964, por diversos países de África, desde Ghana a Egipto, en medio de guerras independentistas y de liberación nacional. 

Cuando volvió a boxear en 1970, después de que la Corte Suprema aceptara su alegato de objeción de conciencia para cumplir sus obligaciones militares, ya no era el mismo boxísticamente. Había perdido la velocidad que sustentaba su estilo, pero sería entonces, ya disminuido, cuando alcanzaría su magnitud más grandiosa, cuando libraría esas batallas feroces contra George Foreman, Ken Norton o aquellas tres peleas históricas contra Joe Frazier. 

Políticamente tampoco era el mismo. En 1969, mientras estaba suspendido, había roto con Nación Islámica. Continuó siempre su defensa de los derechos civiles del pueblo negro, pero ahora con una actitud más moderada, más proclive a la que había sostenido Martin Luther King que a la de Malcom X; por lo demás, ya ambos líderes negros habían sido asesinados, Malcom en 1965 y Luther King en 1968. Antes de ese regreso habrían sido impensables las reuniones que luego tuvo con James Carter y Ronald Reagan, o que George W. Bush lo condecorara. 

Fue, con toda seguridad, el mejor boxeador de todos los tiempos. Podía tener la agilidad, la elegancia, velocidad y eficacia de un Ray Robinson o un Ray Leonard, pero él era peso pesado y el campeón mundial de los pesados bien puede ser considerado el hombre más fuerte del mundo. Y si el hombre más fuerte del mundo se parece más a un Nureyev que a un peleador de tabernas, se sobreentiende que se está ante alguien único. 

Y la historia política de los Estados Unidos, y la del pueblo negro por su liberación, guardarán para él el registro de aquel latigazo público: “¡Ustedes son mis enemigos!”. 
Hasta siempre, campeón. 

viernes, 2 de agosto de 2019

¿Qué polarización?



por Alejandro Guerrero




¿Qué polarización?

Según la mayoría de los encuestadores, la candidatura de Mauricio Macri ha repuntado hasta alcanzar casi un empate técnico con Alberto Fernández en las PASO que se harán dentro de poco más de una semana. Si eso es así, Macri, considerado hasta hace poco una suerte de cadáver político (parte de su propio equipo aspiraba a reemplazar su candidatura por la de María Eugenia Vidal) podría ser reelegido al recolectar en octubre el voto de otras corrientes que le son más o menos afines. En cualquier caso, entre la fórmula macrista y la peronista se llevan más o menos un 80 por ciento del total de los sufragios, porcentaje suficiente para que casi todos los escribas (y no sólo ellos) proclamen la palabrita clisé: “Polarización”.
En términos estrictamente políticos la tal “polarización“ es una falacia, falsa de toda falsedad.
Carlos Pagni solía ser un periodista más que interesante en tiempos del gobierno kirchnerista, al que se oponía decididamente. Ahora, vuelto oficialista, apenas sobrepasa la mediocridad (nada peor para un periodista que estar al servicio del gobierno de turno). Sin embargo, en tanto y en cuanto sus patrones no defienden a éste o a aquél gobierno sino a los intereses generales de un sector de la clase dominante, al hombre le quedan espacios para, de vez en tanto, recuperar parte de su capacidad de análisis.
Así, en su columna del 1° de agosto en La Nación, recordó que Cristina Fernández se escondió detrás de Alberto Fernández (ella aparece poco o nada en la campaña) porque el candidato presidencial “no tendría reparos en adoptar los ajustes que requiere un programa acordado con el Fondo Monetario Internacional”. Por eso, añade, el primer Fernández de la fórmula fue puesto allí “no a pesar de, sino por haberla denostado” (a la segunda Fernández).
Alberto Fernández, en efecto, antes que votos le aporta a la fórmula sus contactos con los centros de poder del capital financiero internacional, anudados desde sus tiempos de ladero de Domingo Felipe Cavallo. Fernández sostendrá el monitereo del FMI sobre la actividad cotidiana del Banco Central, impuesto por Macri y que ha convertido a la Argentina en una colonia financiera del imperialismo. “Esa presunción —agrega Pagni— se reflejó en la cotización de los bonos y del dólar”, y esas cotizaciones, sabido es, son el aire que respira el actual oficialismo. Dicho de otro modo: Alberto y Cristina Fernández contribuyeron decisivamente al “hay 2019” y, junto con la burocracia sindical, le pusieron al gobierno todos los sostenes posibles para que no terminara de derrumbarse. Ellos permitieron la recuperación —aun en términos electorales— de un gobierno que se caía en pedazos en medio de su desastre económico, financiero, industrial y humanitario, con todas las consecuencias políticas de ese desplome.
Por supuesto se debe tener en cuenta que ni la burguesía ni el imperialismo gobiernan por sí mismos sino por intermedio de esos equipos políticos que son sus partidos. En otras palabras: al FMI y al Banco Mundial puede darles lo mismo que gobiernen Macri o los Fernández, pero a Macri y a los Fernández no les da lo mismo y por eso, en general, los adversarios electorales libran entre sí peleas de perros. No es éste el caso porque se trata de elecciones subordinadas por completo a los dictados del Fondo, de modo que la Argentina ya no sólo es una colonia financiera: empieza a parecerse, además, a una colonia política. Macri y los Fernández son títeres de esos poderes supranacionales: he ahí la falacia de la “polarización”. Antes que eso, en cualquier caso se marcha hacia la continuación del cogobierno de hecho entre el peronismo (K y no K) y el macrismo. Ya es casi un lugar común recordar que las bancadas peronistas le votaron a Macri más de 100 leyes, sin las cuales el gobierno habría caído tiempo ha.
El oficialismo lleva entre sus candidatos a senador a Martín Lousteau, todo un dato (se dice que será ministro si eventualmente Macri logra su reelección). Lousteau ha criticado al gobierno porque, mediante su política monetaria, contiene la inflación y la cotización de divisas artificialmente bajas a costa de una menor actividad, o de la recesión lisa y llana. Esa crítica coincide con la formulada por Fernández y es incluso la que se conversa ahora con el Fondo Monetario. No debe olvidarse que Lousteau fue ministro de Cristina Kirchner impulsado… por Alberto Fernández.

Globos amarillos… y de varios colores más

La “pax cambiaria” está sostenida por un alza en las tasas de interés que ha llevado al 52 por ciento anual la tasa de referencia en pesos del Banco Central (recordemos otra vez que la política diaria del BCRA está dirigida por el FMI). Los depósitos a plazo fijo crecieron en líquido un 4,5 por ciento en julio y llegaron a 1.247.194 millones de pesos (el 60 por ciento de ese monto corresponde a depósitos superiores al millón de pesos), en manos, mayoritariamente, de compañías de seguros y fondos de inversión.
También en este caso estamos ante otra falsedad. Ese incremento en el monto depositado en plazos fijos está dado por la masa de intereses pagados antes que por nuevos depósitos. El sistema bancario, como el resto de la economía, se encuentra estancado. La consultora First Corporate Finance Advisors dice: “Si se deflacta la tasa, en los últimos tres años el sistema prácticamente no creció nada” (iProfesional, 2/8). Mientras tanto, los créditos en UVA, presentados en su momento como una panacea reactivadora, se derrumbaron en 13 .000 mil millones de pesos durante los tres meses últimos. Al evitar mediante tasas de usura la corrida cambiaria y el retiro de depósitos, dice Martín Kalos, director de EPyCA Consultores, “el sistema está logrando regenerarse a sí mismo… al menos por un mes” (ídem). Todo pende, como se ve, de hilos demasiado finos.
Por lo demás, la tasa de interés resulta altamente positiva respecto del dólar pero no de los precios internos, sean de bienes durables o de alimentos. Alcanzan, apenas, para alejar momentáneamente el peligro de hiperinflación o inflación galopante, y de una corrida cambiaria que derrumbaría ya no al gobierno sino a las elecciones mismas (por eso nadie la quiere y la oposición peronista menos que nadie: “Hay 2019”).
Por lo demás, no puede olvidarse que nadie aquí puede hacer lo que quiere: el país se encuentra sometido, más que nunca, al capital financiero internacional y ese capital navega en la crisis más profunda de los últimos 80 años.
La Reserva Federal norteamericana (la Fed) aumentó en 25 puntos básicos su tasa de referencia, y la llevó de 2,25 a 2,50 por ciento, lo que ha hecho revaluar al dólar frente a otras divisas (el remezón se sintió también en el Banco Central argentino y en las cuevas de la City porteña). También hizo bramar a Donald Trump, que despotricó como animal herido (por Twitter, su medio favorito) contra el presidente de la Reserva Federal, Jay Powell. El mercado norteamericano, según Trump, quería “el comienzo de un ciclo de reducción de tasas prolongado y agresivo, que mantendría el ritmo de China, la Unión Europea y otros países del mundo” (ídem, 2/8). “Powell nos decepcionó”, añadió el jefe de la Casa Blanca. Otra vez: la crisis tiene consecuencias políticas de primer orden, y toda una franja del imperialismo norteamericano no quiere saber nada con la guerra impulsada por Trump contra China y la Unión Europea. Negocios son negocios…
Ahora bien: esa medida de la Fed impulsó hacia arriba la cotización del dólar en Buenos Aires, hizo crecer el riesgo país a 801 puntos y tuvo que ver en el descenso del precio de las acciones de Tenaris (cayeron 2,2 por ciento), una empresa emblema de la situación argentina en los mercados internacionales. Todo el mundo teme, en efecto, que lejos de llegar al país el aluvión de dólares que permita sostener la “pax cambiaria” y financiar la fuga de divisas, se produzca el llamado “flight quality”: la huida de capitales de mercados inestables como el argentino, que pagan tasas de usura, hacia las tasas menores pero seguras del Tesoro norteamericano.

Muertos vivientes

Si se registra a días de las PASO la llamada “polarización” entre Macri y los Fernández no ha sido por mérito de ellos sino por el derrumbe de los otros, incluida la izquierda.
Se debe recordar nuevamente que no hace mucho el equipo de Macri —parte de él— proponía bajarlo de la candidatura presidencial y acudir al “plan V”: promover la postulación de María Eugenia Vidal. Mientras tanto, la derrota electoral, peor que ruidosa, del kirchnerismo en 2017 hizo surgir toda una serie de reagrupamientos peronistas que se cayeron uno a uno (ejemplo: Alternativa Federal, o el noviazgo quebrado entre Sergio Massa y la alianza de Jorge Lavagna con Juan Manuel Urtubey). Fracasadas todas las variantes, quedan “polarizados” los cogobernantes Fernández y Macri (no es novedoso, ya Carlos Menem, después de ganar las elecciones de 1989 con un discurso nacionalista radical, se alió con Bunge&Born y Álvaro Alsogaray). Llamativo que, después de tanto criticar a la izquierda porque el voto en blanco en el balotaje de 2015 le habría “hecho el juego a la derecha”, ahora el kirchnerismo lleva de candidato a presidente… a uno que votó en blanco en ese mismo balotaje. Cosas veredes, Sancho…
Pero es precisamente por eso, como dice Pagni, que los K llevan de candidato a un viejo enemigo, como en el tango, y mantienen a su jefa escondida detrás de ese enemigo, sometida a él (al menos por el momento): es lo que cuestan la “paz social” y el “hay 2019”, sostenidos sobre los cimientos de la quietud de plomo de la burocracia sindical.
En el entremedio, con avances y retrocesos, victorias y derrotas, el movimiento obrero, junto con el movimiento de mujeres, han dado luchas formidables que el Frente de Izquierda-Unidad se ocupó de conducir a la vía electoral con su “sistema de consignas”, que evitó a toda costa el “Fuera Macri” cuando el gobierno se hundía. Ahora, cuando con su contribución incluida resulta que “hay 2019” le reprochan al Partido Obrero-Tendencia el no sostener “fuera Macri” en primera instancia, como si una consigna de poder pudiera ejecutarse por vía electoral. Sí se puede, por el camino de las elecciones —importante e indispensable cuando el enemigo de clase logra imponerlo— proclamar las consignas transicionales que hacen a ese objetivo: Asamblea Constituyente con poder, gobierno de trabajadores, que transforman al “fuera Macri” en un objetivo ya no contra determinado gobierno sino contra el régimen político todo.
“El río de Heráclito”, revista cultural que pretende hacer oír su voz por una literatura y un arte independientes, de plena libertad, es apartidaria pero en modo alguno apolítica. De ahí que su consejo de redacción huya de la neutralidad en esta coyuntura política: con todas las críticas indicadas, convocamos a votar por el Frente de Izquierda-Unidad, por tratarse del único bloque opuesto a todos los bloques patronales.
Y la lucha sigue.

"Todes"


Los lingüistas versus los hablantes: un matrimonio mal avenido



por Eugenia Cabral


Tiempos de innovaciones sociales, tecnológicas, políticas, lingüísticas, geográficas, arquitectónicas, artísticas, científicas. No revoluciones, pero sí innovaciones. Los problemas enunciados por la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad, son aún el espinazo de la tragedia. La diferencia es que se comunica por WhatsApp.
En ese contexto, la literatura prosigue siendo una actividad artística cuya única herramienta es el lenguaje, la palabra. Con el lenguaje caminamos, soñamos, golpeamos, acariciamos, insultamos, desvariamos, reflexionamos, a cada línea de texto literario. Como buena herramienta, tiene sus beneficios y sus peligros. La pinza corta el alambre, pero también puede rebanarte el dedo. Límites y permisos que proceden del mismo ser del lenguaje y la literatura. Una cara de la moneda compensa a la opuesta. La libertad que provee el lenguaje no es absoluta ni el lenguaje es un freno carcelario.
El problema es que no se trata de una herramienta, o un medio, meramente material, pues su única materialidad es el casi inaprensible sonido. El lenguaje es una institución social, usted está en lo cierto, M. Ferdinand de Saussure. Y no hay manera de que no lo sea ¿Para qué hablaríamos, si no hubiese alguien que nos escuchara? A lo mejor al principio hablar fue un juego, nada más, pero terminó institucionalizándose.

Cuando los novios van al registro civil...

Como en toda institución social, después de los escarceos surgieron las normas. Primero el dulce noviazgo, después el aburrido matrimonio. Cada idioma fija sus normas a fin de instituir un código en común para que lo utilicen los miembros de una sociedad, en un tiempo y un lugar dados. Que si el sujeto va antes del verbo (como en las lenguas latinas) o después (como en el gaélico); que si la coma va con espacio intermedio o sin espacio; que si tal adjetivo puede tener también un uso de sustantivo... Son normas para homogeneizar ese código en común, el idioma, pues si no se las estableciera sólo estaríamos ante una suma de idiolectos individuales o grupales, no ante una lengua. Y las dicta e impone alguna academia, no importa cuál, siempre una academia. Así el idioma haya nacido en la fronda selvática o en algún alto desierto montañés, las normas del idioma las termina imponiendo alguna academia con sede ciudadana. Es que la mayoría de las instituciones educativas, en las sociedades actuales, se instalan en las ciudades. En ellas el capitalismo concentra los resortes más sólidos de su dominio, no en zonas rurales.
Y sucede que una academia, por caso, la rae de la lengua castellana (o española, como la nombra dicha academia), presunta, hipotética, idealmente, podría funcionar sólo como un organismo superior de estudio de una determinada lengua, estudio muy valioso para investigar los mecanismos lógicos de la construcción lingüística y, así, ayudar a construir con mayor calidad el discurso a todos y cada uno de los hablantes. Vale decir, una guía lingüística erudita. Quien conoce en profundidad la estructura de su propio idioma posee un caudal de instrumentos para desarrollar el pensamiento mediante el uso de la palabra. Pero la rae ni ninguna otra academia nació con esa finalidad. Habráse visto.
Obviamente, el funcionamiento de las academias es otro. Tras desarrollar el estudio objetivo de los componentes y la estructura y, en consecuencia, las posibilidades del uso de la lengua pretende, imperiosamente (y nunca más acertado decirlo que de la rae), determinar quién hace buen o mal uso del idioma y, con fuerza de decreto o certificación, pasar a la actitud calificativa, ya no sobre la lengua sino sobre el uso que se haga de ella; es decir, del habla. Y cobrar en efectivo por dicha calificación o certificación.
Consideremos, además, que la penetración en el estudio academicista de un idioma le está reservado a los sujetos hablantes integrantes de las clases poderosas económicamente y, por lo tanto, con acceso a instituciones educativas superiores. Al final, quienes más lejos se hallan de acceder al estudio académico de la propia lengua termina siendo, injustamente, quien se ve descalificado en los usos "incorrectos" que hiciere de dicha lengua.

Los enamorados... van a divorciarse

Hasta ahí, los "errores" académicos cometidos por defecto, o por inercia socio-económico-política. Pero resulta que el hablante es un tipo viviente y semoviente, cuyo mayor defecto suele ser el dinamismo, que lo lleva en forma permanente a probar nuevas formas del discurso, la denominación, el ritmo, la sintaxis. Y es seguro que, en esos casos, recaerá también en errores por exceso, por la curiosidad intrinseca del ser humano. La creatividad literaria incluso es un juego constante de equivocaciones donde, por excepción, aparece un logro que será acabado y duradero. Esto no es difícil de comprobar. Existen miles y miles de textos de toda índole cuyo valor es o ha sido nimio, desacertado, inadecuado, y dichos textos fallidos y sus correspondientes discursos seguirán produciéndose. La comisión de errores, la falencia, es inherente a los seres humanos.
Las academias, entonces, se echan con furia sobre los hablantes con el dedo admonitorio para señalar la herejía lingüística, olvidando que si no fuera por la paciente tarea, ya errónea o ya atinada, de cada hablante, la lengua no podría existir y, menos aun, la academia que legisle sobre dicha lengua. No obstante, si el hablante quiere certificar su correcto dominio del idioma deberá abonar por su certificado. Extraño caso donde el que más trabaja es el que paga.

Los problemas franceses

André Breton y Diego de Rivera (tras del cual asomaba la insigne melena de León Trotsky) dieron en 1938 por redactar, en las calurosas tierras de Méjico, un Manifiesto donde se lee un axioma memorable: "Toda libertad en arte". Axioma que también es conclusión, si lo leemos en el contexto internacional de los totalitarismos de la época. Es un ars poetica. Una legislación no academicista. Sienta un dogma revolucionario en la estética y en la política, para enfrentarse con los dogmas del estalinismo. Sanciona un dictamen totalitario para, precisamente, oponerlo a la censura totalitaria. Y a la demócrata. Y a la socialdemócrata. A cualquier censura. A toda censura.
Si trasladásemos ese principio o premisa de libertad absoluta en el arte al habla, al uso de una lengua, que es materia prima de la literatura, no nos queda otra cosa que pronunciarnos en el mismo sentido: toda libertad en la lengua y en el habla.
¿Que vamos a escuchar barbarismos en lugar de correctas elocuciones? ¿Que la rae nos va a señalar como hablantes de algún idiolecto no reconocido dentro de la lengua castellana, a la cual ellos mismos empiezan por deformar llamándola española?
Es muy probable, pero la libertad bien lo vale. Si no lo creen ustedes así, pregúntenles a los vascos, catalanes, valencianos, asturianos, por ejemplo, qué tal la pasaron bajo las botas del franquismo por querer seguir hablando sus idiomas vernáculos. O preguntémosles a los irlandeses, cuánta sangre les costó mantener viva a la lengua gaélica en el Reino Unido. Y de América ni hablemos. La Égalité es una promesa de seductores incorregibles.
Hasta podríamos recordar los infortunios del lunfardo porteño que, con señorío rioplatense, terminó por fundar su propia academia. Y chau pinela. De lo contrario, para acordar con la normativa de la Real Academia Española tendría que haber escrito la letra de los tangos a la manera de Gustavo Adolfo Bécquer... y de mina que fuiste la más papa milonguera... ¡ni soñar!
Acuerdo con el poeta Eduardo Mileo quien, en "¿Arte libre en sociedad esclava? " (un artículo del 29de agosto de 2017) pone razonablemente en entredicho el axioma del Manifiesto por un Arte Independiente, al afirmar que..."vivimos en una sociedad explotadora, y en esas condiciones el artista sólo puede esperar la cooptación o el destierro platónicos". Es cierto. La Liberté dentro del sistema capitalista es una herida absurda. La libertad interior, subjetiva, y con ella la del artista, del escritor y de cualquier hablante, choca con la piedra incesante de la realidad del capitalismo, que lo pone entre la espada de la cooptación y la pared del destierro. El libro que nunca se muestra en vidriera y la seguridad de la familia quedando al descubierto, ese es el pronóstico para un escritor que no asimile ya no sólo las normas académicas, sino los estilos que fija cada editorial comercial. No obstante, los poetas (tribu perseguida y humillada si las hay en el mercado editorial) rara vez abjuran de la libertad estética y... una semana no comen y la siguiente, tampoco. La libertad tiene a menudo la desventaja de deslucirnos la ropa, atrasarnos el modelo de coche, avejentarnos la piel sin aplicación de cosméticos adecuados.

Nos queda la Fraternité...

Lo que muestra la historia de todos y cada uno de los pueblos y sus respectivas lenguas es que, tarde o temprano, incluso después de feroces exterminios, los hablantes se esfuerzan por seguir manteniendo vivo el idioma. Ninguna academia lo hace forzosamente, lo hacen los hablantes para seguir manteniendo ese vínculo social. Únicamente el genocidio que no deja un solo habitante vivo logra sepultar, también, la lengua que éstos hablaron. O, en otros casos, la cooptación que envilece con sus degradantes dádivas de colonizadores —veneno peor que el alcohol, que se ingiere como medicamento cuando se está en la miseria y la opresión— logra empobrecer y deformar los idiomas de países colonizados culturalmente.
Las academias aparecen a la hora de registrar o de legislar, no son organismos creativos. Por eso su valor es o debería ser únicamente el de una guía erudita, capaz de enriquecer la biblioteca lingüística subjetiva, de indicar el camino de la excelencia y de la mayor fertilidad posible en el uso de las herramientas, los recursos, los mecanismos, sus aptitudes y límites intrínsecos, no arbitrarios.
Habitualmente, los hablantes se toman todas las libertades con su propia lengua. Juegan con ella como se juega entre hermanos. Pero no lo hacen por banalidad o capricho. El idioma permanece a condición de la inestabilidad. Si se queda quieto mucho tiempo, muere por esclerosamiento. Por eso no es una mera postura ideológica proponer “Toda libertad en el habla“ y que la autoridad académica se utilice donde debe estar: abonando y sembrando en las instituciones educativas y los medios de información —que, a su manera, funcionan como instituciones educativas—, pero fuera de allí que se llame a silencio. Si esta transformación en alguna futura sociedad se cumple, probablemente vayan a aparecer adefesios lingüísticos. No importa. Asomarán lingüistas y hablantes inclusivos, exclusivos, sectarios, estrafalarios, comedidos, impertinentes. No importa. Serán modas pasajeras, serán clisés politizados, serán formulismos superficiales. No importa.
Lo único que importa es defender la estrechísima hilera de baldosas por donde pasamos con esa pancarta con la palabra LIBERTAD (así de la igualdad y de la fraternidad no tengamos más que la esperanza) que nunca vamos a dejar de levantar, con esa bandera que nunca vamos a desechar frente a los popes de las academias, las dictaduras nacionales, las opresiones extranjeras, las invasiones imperiales. Es apenas una hilera de baldosas. Pero cada uno elige caminar por ahí con su habla a cuestas. Y en esa medida y en ese momento es libre, libre de oponerse a lo que considera que lo oprime.