UN LIBRO DE MARCELO LARRAQUY
No es un libro de historia ni pretende serlo, es la obra del
pescador “que una y otra vez arroja sus redes a las olas del mar”. En esa
tarea, Larraquy recoge “fragmentos, voces, restos perdidos” y trabaja para
recomponerlos.
Historiador graduado en la UBA, Lartraquy compone, sin
embargo, como diría Mario Firmenich, un libro de “anécdotas históricas”, no un
libro de historia. Lo hace, él mismo lo dice, en una “búsqueda azarosa,
casual”. Se trata, pues, de encontrarle a esos azares un hilo conductor. Como,
por ejemplo, a aquel frustrado grupo de guerrilleros de las Fuerzas Armadas de
la Revolución Nacional (FARN), que por manejo inhábil de unos explosivos se
hizo volar a sí mismo en un departamento de la calle Posadas el 23 de julio de
1963. Vale de ejemplo.
No se sabe por qué Larraquy habla de la “militancia
trotskista y peronista” de aquel grupo (como si fueran posible ambas cosas). Su
líder, Ángel “Vasco Bengochea, había roto explícitamente con Palabra Obrera, liderado
por Nahuel Moreno. Bajo el logo del periódico de ese nombre se leía que estaba
“bajo la disciplina del general Perón y del Comando Nacional Justicialista”. En
ese punto vale una reflexión, que no se encuentra en el libro. Moreno, a pesar
de ese logo, no era peronista. Oportunista irredento, intentó “acortar camino”
mediante esa fusión o aproximación a las
masas peronistas, pero nunca dijo que había en la Argentino tareas nacionales
que debieran ser cumplidas por la burguesía. El peronismo era en él,
simplemente, un atajo, como luego lo sería la revolución cubana o la
socialdemocracia luego del triunfo de la socialdemocracia en Francia (François Mitterrand) o en España
(Felipe González) en 1981 y 1982.
No es cierto, no obstante, como sostiene Larraquy, que
Moreno “no apoyaba la lucha armada”. No apoyaba el foquismo, la idea promovida
aquí por Ernesto Guevara (con quien Bengochea se había reunido a menudo) y más
tarde por Roberto Santucho, de que un grupo decidido y conveniente armado podía
reemplazar a las masas en el proceso revolucionario. Otra vez oportunista,
Moreno quiso cabalgar sobre la Revolución Cubana para proponer “milicias
armadas” para “protección” de ocupaciones de campos o tomas de fábricas.
Larrquy se ocupa, sí, de Jorge Massetti, fundador de la
agencia periodística cubana Prensa Latina y organizador más tarde del Ejército
Revolucionario del Pueblo (EGP), una guerrilla tan solitaria que finalmente,
solo de toda soledad, subió solo al monte y hasta se desconoce la fecha de su
muerte. En verdad, la salida de Massetti de Cuba obedeció a una disputa muy
fuerte en la dirección cubana por el control de Prensa Latina, cosa omitida en
el libro de Larraquy.
En cambio, por citar otro caso, está muy bien relatada la
frustración de la fórmula Perón-Balbín en las segundas elecciones de 1973,
porque el aparato del PJ no podía compartir poder con los radicales.
Pero, sobre todo, Larraquy destaca la teoría del “cerco” a
Perón, inventada por Montoneros para ocultar lo inocultable: la “juventud
maravillosa” de las “formaciones especiales” se había convertido ahora en
“infiltrados”, “imbéciles que gritan”, “infiltrados” y “mercenarios”.
¿Qué ocurrió para que así fuera? Larraquy no lo dice, pero
una ocasión, Firmenich dijo: “En algún momento Perón cambió de idea”.
Alguna vez, un periodista italiano le preguntó a Perón en
Madrid:
—General ¿usted es de izquierda o de derecha?
—Según las circunstancias —contestó el general.
Perón no había cambiado de idea. Habían cambiado las
circunstancias.
Por otra parte, no se trató de “días salvajes” sino de una
época en que la lucha de clases mostraba el germen de una situación
insurreccional, de guerra civil.