martes, 21 de mayo de 2019

Los días salvajes


UN LIBRO DE MARCELO LARRAQUY





por Alejandro Guerrero 



No es un libro de historia ni pretende serlo, es la obra del pescador “que una y otra vez arroja sus redes a las olas del mar”. En esa tarea, Larraquy recoge “fragmentos, voces, restos perdidos” y trabaja para recomponerlos.
Historiador graduado en la UBA, Lartraquy compone, sin embargo, como diría Mario Firmenich, un libro de “anécdotas históricas”, no un libro de historia. Lo hace, él mismo lo dice, en una “búsqueda azarosa, casual”. Se trata, pues, de encontrarle a esos azares un hilo conductor. Como, por ejemplo, a aquel frustrado grupo de guerrilleros de las Fuerzas Armadas de la Revolución Nacional (FARN), que por manejo inhábil de unos explosivos se hizo volar a sí mismo en un departamento de la calle Posadas el 23 de julio de 1963. Vale de ejemplo.
No se sabe por qué Larraquy habla de la “militancia trotskista y peronista” de aquel grupo (como si fueran posible ambas cosas). Su líder, Ángel “Vasco Bengochea, había roto explícitamente con Palabra Obrera, liderado por Nahuel Moreno. Bajo el logo del periódico de ese nombre se leía que estaba “bajo la disciplina del general Perón y del Comando Nacional Justicialista”. En ese punto vale una reflexión, que no se encuentra en el libro. Moreno, a pesar de ese logo, no era peronista. Oportunista irredento, intentó “acortar camino” mediante esa fusión  o aproximación a las masas peronistas, pero nunca dijo que había en la Argentino tareas nacionales que debieran ser cumplidas por la burguesía. El peronismo era en él, simplemente, un atajo, como luego lo sería la revolución cubana o la socialdemocracia luego del triunfo de la socialdemocracia en Francia (François Mitterrand) o en España (Felipe González) en 1981 y 1982.
No es cierto, no obstante, como sostiene Larraquy, que Moreno “no apoyaba la lucha armada”. No apoyaba el foquismo, la idea promovida aquí por Ernesto Guevara (con quien Bengochea se había reunido a menudo) y más tarde por Roberto Santucho, de que un grupo decidido y conveniente armado podía reemplazar a las masas en el proceso revolucionario. Otra vez oportunista, Moreno quiso cabalgar sobre la Revolución Cubana para proponer “milicias armadas” para “protección” de ocupaciones de campos o tomas de fábricas.
Larrquy se ocupa, sí, de Jorge Massetti, fundador de la agencia periodística cubana Prensa Latina y organizador más tarde del Ejército Revolucionario del Pueblo (EGP), una guerrilla tan solitaria que finalmente, solo de toda soledad, subió solo al monte y hasta se desconoce la fecha de su muerte. En verdad, la salida de Massetti de Cuba obedeció a una disputa muy fuerte en la dirección cubana por el control de Prensa Latina, cosa omitida en el libro de Larraquy.
En cambio, por citar otro caso, está muy bien relatada la frustración de la fórmula Perón-Balbín en las segundas elecciones de 1973, porque el aparato del PJ no podía compartir poder con los radicales.
Pero, sobre todo, Larraquy destaca la teoría del “cerco” a Perón, inventada por Montoneros para ocultar lo inocultable: la “juventud maravillosa” de las “formaciones especiales” se había convertido ahora en “infiltrados”, “imbéciles que gritan”, “infiltrados” y “mercenarios”.
¿Qué ocurrió para que así fuera? Larraquy no lo dice, pero una ocasión, Firmenich dijo: “En algún momento Perón cambió de idea”.
Alguna vez, un periodista italiano le preguntó a Perón en Madrid:
—General ¿usted es de izquierda o de derecha?
—Según las circunstancias —contestó el general.
Perón no había cambiado de idea. Habían cambiado las circunstancias.
Por otra parte, no se trató de “días salvajes” sino de una época en que la lucha de clases mostraba el germen de una situación insurreccional, de guerra civil.



miércoles, 8 de mayo de 2019

La muerte de Juan Carlos Dante Gullo


De la “juventud maravillosa” a defensor de Lázaro Báez




por Alejandro Guerrero


“¡Uh, mirá vos! Hace poco también me preguntaron por él… Hace más de 20 años que no hablo de Firmenich!”
Tal la respuesta de Juan Carlos Dante Gullo, hace más o menos una década, cuando el autor de esta nota —que por entonces preparaba su libro “El peronismo armado”— le preguntó por el ex jefe de Montoneros. Esos 20 años de olvido señalaban toda una elipsis en la vida de Gullo (una vida de cambios, de puntos de inflexión). Miembro entonces del “núcleo duro” del kirchnerismo, Gullo quería condenarse, diría Borges, no sólo a dejar de ser; quería condenarse, también, a no haber sido nunca.
A fines de los años 60, Gullo, apenas salido de la adolescencia, tomó parte activa en el proceso de unificación de distintos sectores de la Juventud Peronista; por lo menos de aquellos que desde tiempo atrás se habían dado el nombre de Peronismo Revolucionario. En aquellas reuniones tomó una potencia especial una consigna que sería en los años venideros mucho más importante de lo que se cree recordar: “Luche y vuelve”, en alusión a Juan Perón, por entonces exiliado en Madrid.
La consigna, decíamos, tomó una potencia particular porque no se la opuso tanto a los militares en el gobierno (que negociaban el retorno de Perón a la Argentina) sino a la de “obreros al poder” sostenida por ese proletariado joven, novedoso, no peronista, que ganó las calles del Cordobazo y abrió una situación revolucionaria —una crisis de poder, no sólo de gobierno o de régimen. Para detener aquellas convulsiones el general Alejandro Lanusse derrocó en 1972 a su colega Juan Carlos Onganía y empezó a preparar el retorno de su viejo enemigo, del único político burgués con suficiente autoridad sobre las masas para sacar las castañas de semejante fuego.
El secuestro y ejecución a tiros del general Pedro Eugenio Aramburu por los montoneros en 1970 fue una acción suficientemente espectacular (junto con otras que le siguieron, como la toma del pueblo cordobés La Calera que terminó en un desastre) para que aquella juventud del Cordobazo girara la cabeza hacia la experiencia inconclusa del peronismo, para que el “obreros al poder” volviera a ser “luche y vuelve”. He ahí el gran papel de Montoneros y de otras corrientes proclives al acuerdo, a la alianza o llanamente a la integración a una u otra variante peronista. Esas tendencias ya estuvieron presentes en las direcciones del Cordobazo, además de Montoneros.
Por entonces, la JP se unificaba e incluso otros grupos de la guerrilla peronista, como las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias, de origen filomarxista) y las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas, que terminarían disueltas y de ellas saldría el Peronismo de Base conducido por Rodolfo Ortega Peña), confluían bajo el sello poderoso y convocante de Montoneros. Así quedaron constituidas las Regionales de la JP. Gullo sería secretario general de la Regional 1, que tenía por jurisdicción la Capital Federal y parte del Gran Buenos Aires.
Por lo demás, Montoneros era parte, según Perón, de esos “heroicos muchachos de nuestras formaciones especiales” e, incluso, una especie de fuerza de choque del general en la interna peronista: por eso los saludos y el respaldo de Perón a las ejecuciones montoneras de los burócratas sindicales Augusto Vandor y José Alonso, que intentaban desenvolver su juego propio a espaldas y en contra del líder exiliado.
Más tarde las cosas mutarían. Aquellos “heroicos muchachos de nuestras formaciones especiales” se convertirían en “imbéciles que gritan, infiltrados” y, peor aún, en “mercenarios al servicio del dinero extranjero”. Hace unos años, en una entrevista, Firmenich dijo: “En algún momento, Perón cambió de idea”. Tal vez, quien creyera en la ingenuidad podría recordar que alguna vez, en Madrid, un periodista italiano le preguntó a Perón si era de izquierda o de derecha: “Según las circunstancias”, contestó el general.
Habían cambiado las circunstancias, no las ideas de Perón. Recuperado su lugar en la política argentina, devuelto a la presidencia porque las convulsiones revolucionarias del Cordobazo lo habían transformado en una necesidad impostergable para la burguesía argentina y para el imperialismo, la “juventud maravillosa”, que había tomado por la naturaleza de las cosas un margen de autonomía que resultaba impermisible, se transformó en un incordio que debía ser suprimido.
Así llegó aquel 1° de Mayo de 1974, cuando, según la leyenda, Perón echó de la plaza de Mayo a los montoneros. En verdad no fue así: Perón había negociado (vía Julián Licastro) la presencia de Montoneros en el acto, porque la ausencia de la JP lo habría hecho hablar ante una plaza lastimosamente vacía. Después, frente a los insultos de bárbaro que le dedicó Perón, la JP se fue. Perón no echó a los montoneros, ellos se fueron. Y fue Dante Gullo quien, esa misma noche, formuló la única declaración montonera durante muchos días: “Quiero aclarar que seguimos siendo peronistas”.
Muchos años después, en una entrevista con La Nación (26/5/2013), Gullo diría que aquella tarde Perón “nos retó como un padre”. Ya eran los recuerdos penosos, quebrados, de quien llamaba “retos de padre” a los insultos del creador de la Triple A, del asesino de sus propios compañeros, del protector de López Rega e Isabel Perón; en fin, de las bandas fascistas que en buena parte se integrarían después a los grupos de tareas de la dictadura militar.
Gullo cayó preso en 1975, antes del golpe y, paradójicamente, eso lo salvó de la desaparición y la muerte, porque el 24 de marzo él era ya un preso “en blanco”. De todos modos, pasó toda la dictadura encarcelado en el “pabellón de la muerte” de Sierra Chica, donde los militares ponían a los rehenes que serían ejecutados en represalia a cualquier acción de Montoneros contra la dictadura. En esos días fueron secuestradas y hechas desaparecer la madre y una hermana de Gullo, quien le envió al entonces ministro del Interior, el asesino serial Albano Harguindeguy, una carta que decía: “La cosa es conmigo y aquí me tienen. Con mi familia no”. Gullo aún era lo que fue.
Después sería diputado nacional y legislador de la Ciudad por el kirchnerismo y dejaría de “hablar de Firmenich”; es decir, de los días en los que, a su modo, luchaba contra los poderes del Estado en vez de colgarse de él.
En aquella entrevista con La Nación en 2013, además, llegó a defender con uñas y dientes a Lázaro Báez: “¿Cuál es el problema con Báez? ¿Se enriqueció en los últimos años? ¡Bienvenido sea! ¡Ojala haya muchos Báez en vez de uno!... Una vez me dijeron que somos un gobierno que favorece a los amigos ¡Chocolate por la noticia!”. De algún modo Gullo se defendía a sí mismo, convertido también en él en “amigo” y empresario. Gullo es, si se quiere, una expresión extrema de una generación que resistió los embates de lo peor de la derecha en los años 70 y luego el terror de la dictadura, pero sucumbió ante la cooptación política (e incluso económica) de lo que vino después.
Por todo eso, seguramente, Luis Bruschtein puede rendirle un homenaje edulcorado, chabacano y recargado de vaciedad política en Página/12, el diario de Víctor Santa María, el capo mafia del Suterh, que en otros tiempos habría tratado de arreglar cuentas a tiros con Gullo y sus compañeros de entonces.
A los 71 años, Juan Carlos Dante Gullo murió el viernes 3 de mayo.
Hacía mucho ya que había dejado de ser lo que fue y trataba esforzadamente de no haberlo sido nunca.