martes, 3 de septiembre de 2019

Un poema de Lenin




por Alejandro Guerrero



Sin título, es el único poema conocido de Lenin. No figura en ninguna edición de sus obras completas. Publicado por la revista Crisis en 1973, es la traducción de Waldo Rojas de una versión francesa de Gregoire Alexinsky, militante bolchevique y diputado a la Duma. Fue escrito en la primavera de 1907, cuando el revolucionario ruso se encontraba refugiado clandestinamente en  Finlandia. Allí tuvo largas conversaciones sobre literatura, poesía y revolución con Alexisnsky, quien usaba el apodo Piotr Al para sus salidas al extranjero. El poema debió publicarse en la revista ginebrina Radugua (Arcoiris), que dejó de aparecer antes de que la poesía pudiera conocer la imprenta. Lenin decidió firmarla simplemente: “Un ruso”.
Como puede verse se trata de un texto agitador, por tanto contrario hasta cierto punto a la idea que Lenin —también Trotsky— tenía de la literatura. Lenin sostenía que no debía haber una literatura específica para obreros ni que la literatura debiera cumplir un papel específico en la agitación revolucionaria. Por el contrario, sostenía que los trabajadores debían adquirir la cultura necesaria para leer e interpretar la literatura a secas.
Entre 1908 y 1911 Lenin publicó algunos trabajos sobre Tolstói, un escritor particularmente popular en Rusia a pesar de su complejidad. Lenin elogia el realismo del autor de la monumental novela Guerra y Paz, a la que considera una obra realista que, más allá de las intenciones de su autor, critica al capitalismo atrasado y aristocrático de la Rusia zarista y destaca el papel de los campesinos en la revolución de 1905; por lo tanto, dice, ayuda al pueblo a un mejor conocimiento de sus enemigos sociales.
Antes que él, Friedrich Engels había juzgado en términos similares La comedia humana, de Balzac, obra grandiosa en su realismo, que muestra el ascenso de la burguesía —su época y las leyes de la transformación de esa época— independientemente de la ideología y de los propósitos del autor.
Vale, sin embargo, citar conceptos de Juan-Paul Sartre: a diferencia de las otras artes, decía, el escritor se las tiene que ver con la significación de  las palabras, del que carecen los colores y las piedras de las esculturas. “El arte de las palabras”, añadía, es diferente de los otros, porque la palabra es acción. Pero dejemos hablar al poema de Lenin.


Borrascoso año aquel. Los Huracanes sobrevolaban
El país entero. Se desataban los nubarrones,
Sobre nosotros se precipitaba la tempestad, y el granizo y el trueno.
Heridas
Se abrían en los campos y en las aldeas bajo los golpes del azote terrestre.
Estallaban los rayos, los relámpagos redoblablan violencia.
El calor quemaba sin piedad, los pechos estaban oprimidos
Y el reflejo de los incendios alumbraba
Las tinieblas mudas de las noches sin estrellas
Trastornados los elementos y los hombres,
Los corazones oprimidos por una inquietud oscura,
Jadeaban los pechos en la angustia,
Resecas las bocas se cerraban.
Mártires por millares han muerto en las tempestades sangrientas.
Pero no en vano han sufrido ellos lo que han sufrido y la corona de espinas.
En el reino de la mentira y de las tinieblas; por entre esclavos hipócritas
Ellos han pasado como las antorchas del porvenir.
Con trazo de fuego, con un trazo indeleble,
Ellos han grabado ante nosotros la vía del martirio,
Y en la carta de la vida han estampado el sello del oprobio
Sobre el yugo de la esclavitud y la vergüenza de las cadenas
El frío arrecia. Las hojas se marchitan y caen
Y cogidas por el viento se arremolinan en una danza macabra.
Viene el Otoño gris y pútrido,
Lagrimeante de lluvia, sepultado de barro negro.
Y para los hombres la vida se hizo detestable y opaca.
Vida y muerte les fueron igualmente insoportables,
Les rondaron sin tregua la cólera y la angustia.
Fríos y vacíos y oscuros sus corazones como sus hogares.
Y de pronto, ¡la Primavera! Primavera en pleno Otoño putrefacto,
La Primavera Roja descendió sobre nosotros, bella y luminosa,
Como un presente de los cielos al país triste y miserable,
Como una mensajera de la vida.

Una aurora escarlata como una mañana de mayo
Se levantó en el cielo empañado y triste;
El sol rojo, centelleante, con la espada de sus rayos
Perforó las nubes y se derruyó la mortaja de la bruma.
Como el fuego de un faro en el abismo del mundo,
Como la llama del sacrificio en el altar de la naturaleza,
Encendido para la eternidad por una mano desconocida,
Trajo hacia la luz a los pueblos adormecidos.

Rosas rojas nacieron de la sangre ardiente,
Flores de púrpura se abrieron,
Y sobre las tumbas olvidadas
Trenzaron coronas de gloria.

Tras el Carro de la Libertad,
Y blandiendo la Bandera Roja,
Fluían multitudes semejantes a ríos,
Como el despertar de las aguas con la primavera.
Los estandartes rojos palpitaban sobre el cortejo,
Se elevó el himno sagrado de la libertad
Y el pueblo cantó con lágrimas de amor
Una marcha fúnebre para sus mártires.

Era un pueblo jubiloso,
Su corazón desbordaba de esperanzas y de sueños,
Todos creían en la libertad que venía,
Todos, desde el sabio anciano hasta el adolescente.

Pero el despertar sigue siempre al sueño,
La realidad no tiene piedad,
Y a la beatitud de las ensoñaciones y de la embriaguez
Sigue la amarga decepción.
Las fuerzas de las tinieblas se agazapaban en las sombras
Reptando y silbando en el polvo. Esperaban.
Y repentinamente hundieron sus dientes y sus cuchillos
En las espaldas y los talones de los valientes.
Los enemigos del pueblo, con sus bocas sucias,

Bebían la sangre cálida y pura
Cuando los amigos inocentes de la libertad,
Agotados por penosas caminatas,
Fueron cogidos de sorpresa, soñolientos y desarmados.

Se esfumaron los días de luz,
Los reemplazó una serie interminable y maldita de días negros.
La luz de la libertad y el sol se extinguieron.
Una mirada de serpiente acecha en las tinieblas.

Los asesinatos crapulosos, los pogroms, el lodo de las denuncias,
(progrom:asesinato y saqueo de judíos)
Son proclamados actos de patriotismo,
Y el rebaño negro se regocija
Con un cinismo sin freno.
Salpicado con la sangre de las víctimas de la venganza,
Muertas de un pérfido golpe
Sin razón ni piedad,
Víctimas conocidas y desconocidas.

En medio de vapores de alcohol, maldiciendo, mostrando el puño,
Con botellas de vodka en las manos, multitudes de granujas

Corren, como tropel de bestias,
Haciendo sonar las monedas de la traición,
Y bailan una danza de apaches.
Pero Yemelia, el pobre idiota,
(Yemelia:diminutivo de Yemelian (Emiliano), entre los rusos es sinónimo de necio)
A quien las bombas han vuelto más tonto y asustadizo, tiembla como un ratón,
Y en su festón se pone con aplomo La insignia de los Cien Negros.
(Cien Negros:partido zarista, policial, antisemita y reaccionario, precursor ruso del nazismo)

La risa lúgubre de los búhos y de las lechuzas
Resuena en la oscuridad de las noches, anunciando la muerte de la libertad y de la alegría,
Y un Invierno cruel, con la nieve tempestuosa,
Viene del reino de los hielos eternos.

Con sus nieves espesas, semejantes a una mortaja blanca,
El invierno ha vuelto al gran país.
Atando a la Primavera con cadenas de hielo,
El frío-verdugo ¡e ha dado muerte antes de tiempo.
Como manchas de barro, por aquí y por allá, aparecen
Las pequeñas islas negras de las aldeas miserables sepultadas bajo las nieves.
El hambre junto a la miseria y al frío pálido
Por doquiera se guarecen en las moradas apestosas.
A través de la llanura de nieve sin fin,
A través de las estepas, sin medida ni límite,
Donde en el verano el viento ardiente trae consigo un calor tórrido,
Aciagas borrascas de nieve van y vienen como blancos pájaros rapaces.
La tempestad aúlla como una bestia salvaje y de pelambre enmarañada,
Precipitándose sobre cuanto conserve una gota de vida,
Y vuela, con estrépito, como una terrible serpiente alada,
Para borrar de la faz de la tierra todo rastro de vida.

La tempestad doblega a los árboles, quiebra los bosques,
Amontona la nieve en las montañas heladas.
Los animales se han guarecido en sus cubiles.
Han desaparecido los senderos y el viajero es engullido sin dejar huella.

Magros lobos acuden, hambrientos,
Yerran sobre los pasos de la tempestad,
Feroces, la presa se arrebatan los unos a los otros,
Aúllan a la luna, y todo lo vivo tiembla de espanto.

La lechuza ríe, el lechy salvaje golpea las manos.
(Lechy:espíritu del bosque según los cuentos populares rusos)
Ebrios, los demonios negros giran en torbellino
Y hacen chasquear los ávidos labios: olfatean ellos una gran matanza
Y esperan la señal sanguinolenta.
El hielo cubre todo, muerte en todas partes, todo yace yerto.
Toda vida pareciera esfumada,
Una fosa común el mundo entero, una fosa única.
Ni siquiera las sombras de la vida libre y luminosa.
Pero es aún temprano para que la noche triunfe sobre el día,
Para que la tumba celebre su fiesta de victoria sobre la vida ...
Aún bajo cenizas se incuba la chispa.
La chispa que la vida reanimará con su soplo.

La flor de la libertad quebrada y deshonrada
Ha sido pisoteada y muerta está por siempre.
Los negros se regocijan al ver aterrado al mundo de la luz,
Pero en la tierra natal el fruto de esta flor ya espera en el subsuelo.

En las entrañas de la madre el grano milagroso
Misterioso se conserva e invisible;
Ha de ser alimentado por la tierra, se reanimará en la tierra,
Para renacer a una vida nueva.

Llevará el germen ardiente de la nueva libertad,
Fundirá la corteza de hielo, la resquebrajará,
Crecerá y -árbol gigante- iluminará el mundo con su follaje rojo,
El mundo entero surgirá a su luz, y bajo su sombra congregará a todos los pueblos.
¡A las armas, hermanos! ¡La felicidad está cercana! ¡Coraje! ¡Al combate! ¡Adelante!
¡Despertad vuestros espíritus! ¡Expulsad de vuestros corazones el miedo cobarde y servil!
¡Estrechad vuestras filas! ¡Todos unidos contra los tiranos y los amos!
¡La suerte de la victoria está en vuestras poderosas manos de trabajadores!
¡Coraje! ¡Este tiempo de desgracias pasará rápido!
¡Levantaos como uno solo contra los opresores de la libertad!
La Primavera llegará ... se acerca ... ya viene.
¡La roja libertad, tan bella, tan deseada, camina hacia nosotros!
Autocracia
Nacionalismo
Ortodoxia
Ya demostraron irrefutablemente sus altas virtudes:
En su nombre se nos golpeaba, se nos golpeaba, se nos golpeaba,
Hasta la sangre misma se castigaba a los mujiks,
Se les quebraban los dientes,
Se sepultaba a los hombres en los presidios, encadenados,
Se saqueaba, se asesinaba,
Para nuestro bien, según la ley,
Para la gloria del Zar y la salud del Imperio,
Los servidores del Zar daban de beber a los verdugos,
Con el vodka del Estado y la sangre del pueblo
Sus soldados regalaban a sus rapaces cuervos.

Se daba de beber a los ejecutores de las altas órdenes,
Se alimentaba a sus cuervos rapaces
Con los cadáveres aún tibios de los esclavos rebeldes
Y con los cadáveres dóciles de los esclavos más fieles.

Con una oración ardiente, los servidores de Cristo
Regaban de agua bendita un bosque de horcas.

¡Hurra! ¡Viva nuestro Zar!
¡Con su nudo corredizo bien jabonado y mejor bendecido!
¡Viva el esbirro del Zar,
Con su látigo, su sable y su fusil!
¡Soldados, ahogad vuestros remordimientos
En un pequeño vaso de vodka!
¡Disparad, valientes, sobre los niños y sobre las mujeres!
Matad el mayor número posible de vuestros hermanos para divertir al padrecito.

¡Y si tu propio padre cae bajo tus balas,
Que se ahogue en su sangre, vertida por la mano de Caín!
¡Embrutecido por el vodka del Zar,
Mata a tu propia madre, sin piedad!
¿A qué temes tú?
No es a los japoneses, a quienes tienes adelante.
No temes sino a tus prójimos, a tus propios familiares,
Y ellos están del todo desarmados.

Una orden se te da, valet del Zar.
¡Sé como antes una bestia de carga, esclavo eterno,
Enjuga tus lágrimas con tu manga
Y golpea el suelo con tu frente!

Oh, pueblo, fiel, feliz
Amado por el Zar hasta la muerte,
Soporta todo y obedece hasta la muerte ...
¡Y fuego! ¡Látigo! ... ¡Golpead ... !
¡Dios: protege al pueblo,
Poderoso, majestuoso!
¡Que nuestro pueblo reine, haciendo sudar de miedo a los zares!

Con su tropa sin gloria Nuestro Zar está desencadenado,
Con su jauría de servidores despreciados
Los lacayos suyos se festejan
Sin lavar la sangre de sus manos.
¡Dios: protege al pueblo
Durante los días sombríos!
¡Y tú, pueblo, protege la Bandera Roja!

¡Opresión sin límite!
¡Azote de la policía!
¡Tribunales de sentencias súbitas
Como las salvas de las ametralladoras!
¡Castigos y fusilamientos,
Horrible bosque de horcas
Para castigar vuestras rebeldías!

Colmadas están las prisiones,
Los deportados sufren infinitudes,
Las salvas desgarran la noche,
Los buitres se han saciado.
El dolor y el duelo
Se extienden sobre el país natal.
¡Ni una familia ajena al sufrimiento!

Festeja con tus verdugos,
Déspota, tu banquete sangriento,
¡Roe, Vampiro, la carne del pueblo,
Con tus perros insaciables!
¡Siembra, Déspota, el fuego!
¡Monstruo, bebe nuestra sangre!
¡Levántate, Libertad!
¡Flamea, Bandera Roja!

¡Vengaos, castigad,
¡Torturadnos una última vez!
¡La hora del castigo está cercana!
Ya llega el tribunal. ¡Sabedlo!

¡Por la libertad
Iremos a la muerte, a la muerte,
Tomaremos el poder y la libertad,
Y la tierra será del pueblo!

¡En el combate desigual
Cayeron víctimas sin nombre!
Por el trabajo libre,
Sus miradas llamean de amenazas.

¡Repica hasta el cielo,
Eterno carillón del trabajo!
Golpea, martillo, golpea por siempre.
¡Pan! ¡Pan! ¡Pan!

¡Marchad, marchad, campesinos!
Vosotros no podéis vivir sin la tierra.
¿Os estrujaron los señores,
Os oprimirán aún por mucho tiempo?
¡Marchad, marchad, estudiantes!
Muchos de vosotros serán segados en la lucha.
¡Cintas rojas envolverán
Los ataúdes de los que hayan caído!

¡Marchad, marchad, hambrientos!
¡Marchad, oprimidos!
¡Marchad, humillados,
Hacia la vida libre!

El yugo de las bestias reinantes
Es nuestra vergüenza.
¡Expulsemos a las ratas de sus madrigueras!
¡Al combate, proletario!
¡Abajo todos los males!
¡Abajo el Zar y su trono!
Ya brilla la aurora de la libertad estrellada
Y expande su llama.

Los rayos de la felicidad y de la verdad
Aparecen ante los ojos del pueblo.
El sol de la libertad
Nos iluminará a través de las nubes.

La canalla del Zar,
"¡Bajo las patas de los caballos con ellos!",
Dirá la poderosa voz del toque a rebaño
Glorificando la libertad.
Destruiremos las bóvedas de las prisiones.
La justa cólera está rugiendo,
La bandera de la liberación
Conduce a nuestros combatientes.
ortura, Okhrana,
(Okhrana:policía secreta zarista)
Látigo, cadalso, ¡abajo!
¡Desencadénate, combate de hombres libres!
¡Muerte a los tiranos!

Extirpemos de raíz
El poder de la autocracia.
¡Morir por la libertad es un honor;
Vivir en las cadenas, una vergüenza!

Echemos por tierra la esclavitud,
La vergüenza del servilismo.
¡Oh, libertad, danos
La tierra y la independencia!


lunes, 2 de septiembre de 2019

El viaje





por Ana Maria Pérez





Decidió ir a la dirección escrita en el viejo documento que encontró entre fotografías, postales, cartas y actas en la vieja valijita de madera atada con piolines. Se miró las manos que sostenían la foto, arrugadas y torcidas. Se convenció entonces de que era el tiempo de ir en busca de una memoria ajena, que sin embargo surgía propia en esas imágenes antiguas, como un espejo retrovisor que la reflejaba en un pasado desconocido para ella y no sabía cuál era la razón. Ir ahora, sus manos le decían que el tiempo pasa inexorable, es fantástico vivir y llegar, pero el camino se acorta. En sueños vio esa casa en la pampa bonaerense, típica de campo, de pueblo, parecen una esquina en medio de la nada, rodeada de árboles. Se dijo ¿Soñaron con ser fundadores de pueblos sus constructores? ¿O simplemente orientaban el frente entre el norte y el este, formando esa esquina, para aprovechar mejor el ingreso del sol? La soñó una y mil veces, y en sus sueños se veía recorriendo su interior como en una danza, con la luz del día inundando las habitaciones.
Nunca había estado en esa casa, nunca estuvo en ese lugar, sólo vio esa foto que tenía en sus manos. Había otras en esa pequeña caja de Pandora, antiguas, de fines del siglo XIX, las primeras que se tomarían por estas tierras, tipo postales. Eran mudas, sin un dato la mayoría, con dedicatorias pocas, testigos de una época lejana para ella, pero se obsesionaba pensando que conocía a esos personajes, como el espejo roto de un pasado ancestral, de memorias no vividas que la asaltaban y esclavizaban, en una angustia inexplicable, de dolor atávico. Decidió emprender el viaje antes de que sus manos no le respondieran, abrir las puertas como Alicia, mirarse en los espejos sin saber que encontraría:iSi yo pudiera remontarme al origen de tu carrera!”( Miguel Hernández.) Entre los documentos encontrados en la valijita de madera, había una dirección —allí iría— se dijo. Muchos años pasaron, difícil encontrar alguien con memoria para responder preguntas inciertas. La memoria es ladina, resbaladiza, serpenteante, pone trampas, tiende emboscadas, más cuando es vieja, y ésta era muy vieja, más que ella misma. Y entre las sierras, los valles y la pampa, el paisaje y el lenguaje disgregaban de nuevo la imagen del espejo en que se reflejaba. Pensó en la lejanía, mucho para manejar sola —deberías ir en avión y alquilar un auto allí, el avión no te va a llevar hasta esa laguna perdida en medio de la pampa— le dijo su amiga, y ambas se rieron con tantas ganas. Su amiga la entendía, hubiera hecho lo mismo —desandar el camino de los ancestros, pero Europa era otro precio— volvieron a reír, con nostalgia. No llegarían “al origen de su carrera”. Ya en la ruta, sola, en un auto alquilado, en un camino desconocido, la soledad se acrecentaba en forma desenfrenada. “Cuando más solos estamos es cuando nos quedamos con nuestros mitos” (Alejandro Magno). En esa soledad buscarías sus mitos, los del pasado no vivido, los de los espíritus atrapados en esas fotos de bocas apretadas, guardando el silencio de los silencios.
—¿Dónde vive su abuela? —preguntó nerviosa.
—Allá al frente.
Y allá fueron. Cuando la anciana la vio, sonrió
—¡Hola Luisa querida, tanto tiempo que te fuiste y nunca me visitaste! Las dos mujeres se miraron asombradas.
—¿Usted es Luisa?— preguntó la nieta.
—No, mi abuela era Luisa— contestó en un suspiro.
”El espejo de Alicia, el que deforma”. La nieta le explicó con paciencia y en voz alta
—Ella está averiguando por la gente que vivía en mi casa, abuela. Estaba sorda la abuela, su cara amarillenta, como pergamino viejo, su boca sin dientes sonreía con facilidad y miraba entre nubes de cataratas achicando los ojos en la ilusión de ver mejor.
—Se fueron cuando murió el hombre, los hijos ya se habían ido a estudiar y trabajar a Buenos Aires. Después te llevaron a vos Luisa , me debo estar muriendo. Por eso viniste —insistió la anciana en la confusión de su memoria vieja.
—Pregúntele si ella conoció esta casa, por favor —y le extendió la vieja foto. La anciana miró y sonrió.
—Sí me acuerdo, está pasando la laguna, al oeste, quedó mojada, pobre —y se durmió en su hamaca, al sol, bajo la galería, añeja como la dueña, la hamaca y la galería. En la también añeja parra unos benteveos cantaban y el gato volvía de sus andanzas a enrollarse, para dormir calentito en la falda de su dueña. Más de lo que esperaba encontrar. Otra puerta se abría en su país de maravillas y mitos. Averiguó cómo podía llegar a la casa de la laguna, qué distancia había y las condiciones del camino. El camino era simple: tres kilómetros al oeste del pueblo, recto, estaba feo pero se podía andar, le dijeron. Compró en el almacén de la esquina (igual esquina que la de la foto) agua, un poco de pan y fiambres, cargó el termo con agua caliente y partió. La ansiedad le nublaba toda otra idea. Únicamente llegar tenía en mente. Cuando se aúna en la corporación artesanal “la noticia de la lejanía, tal como lo refería el que mucho ha viajado de retorno a casa, con la noticia del pasado que prefiere confiarse al sedentario “como alguna vez escribió alguien”. Salió urgente, con la urgencia del que teme perder el tren, o la memoria. Llegó, ahí estaba después de la laguna, ésta si era la de la foto, estaba rota, descascarada, “mojada”. Quedó pasmada, sólo podía ver un portón de madera destartalado, un gato amarillo sentado en el tronco que lo sostenía, sin alambrado, árboles viejos, casi secos rodeando el frente, y las nubes oscureciendo el horizonte. Antes de llegar, en la rivera de la laguna, un cementerio de árboles secos por las crecientes sucesivas “le anunció el estado” que encontraría lo buscado. Largo rato se quedó observando en lo que se había convertido en su fetiche, su mito personal. Ver la casa a pesar de todo, fue un déjàvu, sola con el gato que la miraba, en silencio ella, los pájaros cantando sus últimos trinos de ese día y la música de la paja brava bailando con el viento. Absorta en su visión, no advirtió la presencia de la mujer que la saludaba.
—Buenas tardes…
Miró sobresaltada. Otra anciana a su lado, seguro con memorias viejas. Le preguntó si ella conocía algo de esa casa.
—Yo vivo en aquel rancho, allá donde se ven esos álamos. Como ella miraba perdida buscando esos álamos, la anciana señaló.
—Allá, en el poniente. Apenas unas pequeñas figuras vio a la distancia, supuso que eran los álamos y el rancho.
—Yo era muy chica cuando la gran inundación, todo se perdió, la gente se fue al pueblo, muchos años seguidos de tantas lluvias fue creciendo la laguna y llenó todo esto de agua. Los más jóvenes se fueron primero, los viejos no se querían ir, ella no era de acá, hablaba raro, francesa o alemana seria, o vasca tal vez, habían muchos por estos lugares; el sí, de la otra laguna venía según oí. Sus animales se fueron muriendo por falta de pasto, él se enfermó de pena. Ella tenía un almacén ahí en la esquina, pero ya no había quien compre. Todos se fueron al pueblo nuevo, esto quedó bajo el agua.
Escuchaba a esta anciana del camino en su relato y una pena, una nostalgia le subía a los ojos en forma de lágrimas y nudo en la garganta y el estómago. Pensar en un nuevo éxodo, las pérdidas de lo construido, la enfermedad y la muerte, acrecentó esa congoja guardada en memorias de fotos, documentos, cartas, por generaciones. Bocas mudas, sin fechas ni nombres, algunas cartas de parientes paseando, de niños mandando besitos a tíos y abuelos. Frente a esa casa que le mostraba el espejo roto del destrozo de una historia.
—Adiós— dijo la viejita, y se perdió lentamente en el camino. Cuando salió del pasmo, sólo vio un punto que reverberaba en la distancia, acercándose a esa alameda señalada al poniente. La tarde se cerraba lentamente y ella había abierto una nueva puerta de Alicia. Subió al auto y lo llevó adentro del predio, detrás del portón desvencijado. Entró en la casa de techos destruidos, de paredes descascaradas y partes derrumbadas, la puerta de la esquina crujió al empujarla, las otras eran trozos, o nada de puerta. Paredes descascaradas y cubiertas de moho y hongos. Adentro, una madera colgada de la pared entera daba la idea de ser un mostrador (el almacén, se dijo). Esa casa en ruinas parecía estar esperándola, sola, abandonada por décadas, más que las que ella tenía. En la habitación siguiente, había en un rincón una pila de ladrillos caído de la pared que daba posiblemente al patio. Se sentó en la improvisada silla de ladrillos, la luz del atardecer ya no le dejaba ver mucho, pero con la linterna alumbró el espacio que vio entre los escombros y la pared que permanecía en pie, alcanzó a ver un pedazo de cuadro ovalado, con un trozo de foto, de una igual a las de la valijita de madera atada con piolines. Me quedo hasta mañana, para ver esto con la luz del sol —se impuso. Comió un poco de pan con fiambres, se tomó unos mates, estiró el asiento del acompañante del auto alquilado y, rendida, se durmió . Soñó una vez más la casa, se soñó amazona adolescente cabalgando en esa pampa verde y luminosa anterior a la tragedia, se soñó nuevamente flotando, como en una danza feliz, entre los ambientes, con el gran cuadro ovalado colgado de un clavo en la pared entera, blanca. La luz del sol que le calentaba la cara la despertó. Salió del auto-dormitorio alquilado, y dijo en voz alta: ¡Esta es la odisea de mi vida! Entró de nuevo, en puntas de pie para no alborotar los fantasmas si los había. La luz penetraba por los agujeros del techo, por las ventanas y puertas rotas y ausentes y la casa brillaba como la soñó tantas veces, o eso creyó. Al alba todavía emprendió el regreso al pueblo. Volver, la casa, las arboledas, la laguna. Las viejas de memorias gastadas no podían agregar nada más a su leyenda, a su mito o a su historia. En el pueblo se acercó al único bar, estaba abriendo, los parroquianos no llegaban todavía. Pidió un desayuno completo. Tenía hambre ¿Cómo le fue en las ruinas? le preguntó el mozo. Ya todos sabían de su presencia en la zona (pueblo chico, pensó…) El mozo le trajo con el desayuno una nueva leyenda de la laguna: ”Los aborígenes maldijeron a los invasores que les ocupaban las tierras de las aguas. Toda tierra que le quiten al agua, el agua las va a recuperar, decían. Ningún huinca podrá vivir en las tierras de las aguas, y la maldición se cumple señora. Mire, se lo digo yo que siempre he vivido acá. Sólo el agua puede vivir en esas tierras, con la sequía las aguas bajan y ya parece que se pueden apropiar de sus tierras, pero cuando llueve se las cobra, mire”. Conversador el hombre, pensó. El mozo se retiró feliz con su sentencia y su propina, ella subió al auto alquilado, con más partes del rompecabezas histórico o mitológico, no estaba segura. El espejo roto tenía más partes, pero la imagen todavía se veía desarmada.
—Este es mi Guernica —se dijo. En su bolso llevaba un pedazo de cuadro ovalado, y en su libreta de anotaciones, escrito con mayúsculas: NO SE PUEDE VOLVER AL PASADO. SÓLO EL ARTE Y LA HISTORIA LO HACEN. PERO ESTA ES “MI ODISEA Y MI GUERNICA”.