jueves, 15 de diciembre de 2016

Navidades paganas



Por Alejandro Guerrero



En los templos católicos cuelgan en estos días carteles que dicen “Navidad es Jesús” ¿Por qué necesitan aclararlo con tanta insistencia? Simplemente,  porque no es cierto.
Si el cristianismo fue, al decir de Karl Kautsky, “uno de los fenómenos más gigantescos de la historia humana”,[1] sólo el Iluminismo del siglo XVIII se asomaría a una indagación científica de sus orígenes y sentido. El historiador inglés Edward Gibbon, que dedicó más de cuarenta años de su vida (entre 1744 y 1788) a escribir una monumental “Historia de la decadencia y caída del imperio romano”, señala con una ironía finísima que, a pesar de sus milagros resonantes y del impacto social de sus andanzas terrenales, ninguno de sus contemporáneos menciona a Jesús.
Séneca (4aC-65), impulsor del estoicismo filosófico que fue parte fundante del corpus ideológico del cristianismo (la filosofía de la decadencia), era hombre obsesionado por los profetas de su tiempo y confeccionó una larga y minuciosa lista de los muchos predicadores que por entonces recorrían Palestina; pues bien, no hay en ella ningún Jesús.
Plinio el Viejo, gran astrónomo (Roma fue pobre en astrónomos y matemáticos), estudió minuciosamente los eclipses y su mecánica, y los describe con cuidadoso detalle en su Historia natural ¿Cómo pudo pasársele el oscurecimiento de tres horas que siguió inmediatamente a la muerte del Cristo?
La primera mención a la existencia física de Jesús se encontraba en Antigüedades judías, de Josefo Flavio —nacido en el año 37—, pero luego se comprobó que se trataba de un agregado fraudulento hecho mucho después por un copista cristiano, ofendido porque el texto no hablaba ni una vez del Mesías.
Aquellas indagaciones de la ciencia dieciochesca sobre el cristianismo continuaron y culminaron en el siglo XIX, el de la victoria definitiva y la consolidación de la revolución burguesa que, al cargar contra el feudalismo y los monarcas absolutos, debió emprenderla también contra el rey de reyes, el papa de Roma. Sería la presencia del proletariado la que interrumpiría esos aires anticlericales de los patrones decimonónicos. Esa presencia haría, como dice Engels, que los burgueses alemanes volvieran a ayunar los viernes y a sudar en sus reclinatorios mientras soportaban interminables sermones protestantes. Fue el marxismo, la ideología de la clase obrera, el encargado de retomar aquellas investigaciones sobre el cielo y la tierra, y desenvolverlas a fondo. Mucho les debemos, en ese punto, a estudiosos como Kautsky o Lucien Henri, entre otros.
Pero volvamos al “Navidad es Jesús”.
En el Evangelio de Lucas (2,8) se lee que en el momento de la natividad de Cristo “había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y de noche se turnaban velando sobre su rebaño”. De modo que, aun si se aceptara que el personaje en cuestión nació alguna vez, eso no podría haber ocurrido en diciembre, cuando el rigor invernal hacía imposible que pastor alguno pernoctara a la intemperie o que velara en las noches para cuidar su rebaño.
Así las cosas ¿por qué la Navidad en diciembre?
Se debe señalar, en principio, que se vivían tiempos de crisis histórica. El esclavismo, que había construido civilizaciones maravillosas como Grecia y Roma, se agotaba aceleradamente. La expansión romana no podía proseguir sino muy costosamente y se detendría por completo en el segundo siglo; a partir de entonces no haría sino retroceder. Las grandes extensiones agrícolas, las latifundia, empezaban a encerrarse en sí mismas y a transformarse en feudos.
Levantamientos de esclavos, como el de Espartaco en el 44aC, terminaban en masacres atroces (por otra parte, los esclavos no tenían ningún modo de producción superior que ofrecer: su victoria tal vez los habría convertido en amos, pero no podrían haber creado una sociedad de hombres libres). El esclavismo cedía desde sus cimientos y nada progresivo se avizoraba en su reemplazo. Por eso su derrumbe provocaría una enorme regresión histórica, un milenio de oscurantismo, de miseria física, moral e intelectual, de pestes y suciedad. Bien venía, entonces, una religión que proponía el abandono de toda lucha, aceptar el sufrimiento y esperar el reino de los cielos después de la muerte. Eso era el estoicismo y eso fue el cristianismo.
Se debe recordar que el cristianismo primitivo, perseguido ferozmente, vinculado con una suerte de comunismo rudimentario, fue el grito confuso pero rebelde de los parias de Israel. Cuando el régimen de los Césares llegara a su ocaso final sería el momento de la derrota definitiva de aquel cristianismo, que ya era otra cosa, opuesta a sus orígenes, en el momento en que Constantino lo declaró religión oficial del Imperio en el siglo IV. En ese momento, sin embargo, la Navidad aún no existía.
El avance de la barbarie cristiana sobre la civilización antigua fue arrasador. Atila fue poco comparado con el grado de destrucción de la espada, el fuego y la cruz de los cristianos contra una cultura abrumadoramente superior a ellos aun en su decadencia, a la que no podían asimilarse y, por lo tanto, necesitaban aplastarla. No obstante, 2000 años de civilización no podían suprimirse con el único recurso de la represión, por más brutal que fuera. Así, la festividad más importante del paganismo, las Saturnales que en diciembre celebraban el solsticio de invierno, el día del Soli Invictus en el que la Tierra retorna al Sol después de la noche más larga del año; ese día, en fin, sería la Navidad de los cristianos, en el que era, al decir del poeta Cátulo, “el mejor de los días”.
La Saturnalia empezaba con un banquete público el 17 de diciembre y duraba siete días. A ese banquete estaban invitados todos: nobles, plebeyos y hasta los esclavos, que por un momento dejaban de serlo y eran servidos por hombres libres e incluso por sus amos. Se hacían sacrificios en honor de Saturno, el dios de la agricultura, y se encendían velas y antorchas por el renacimiento (la natividad) del Soli Invictus (la entrada del Sol en la constelación de Capricornio, el solsticio de invierno). Era, además, el momento en que había terminado la siembra invernal, de modo que se estaba en un periodo de descanso. Se celebraba en un ambiente de carnaval, se comía, se bebía y se intercambiaban regalos. (Las Saturnalia empezaron en el año 217aC, seguramente para levantar la moral del pueblo después de la derrota romana contra los cartagineses en el lago Tresimeno).
No solo era la Roma que hablaba en latín. Toda la Europa antigua y más allá, compuesta por pueblos de agricultores, festejaban el solsticio de invierno a partir del cual los días volvían a alargarse. Persia honraba, el 24 de diciembre, el nacimiento de Mitra, la divinidad de la luz, un culto que Pompeyo, conquistador del Asia Menor, llevó a Roma en el siglo II antes de nuestra era. Mitra, dice la leyenda persa, mató al toro sagrado cuya sangre, al mojar la tierra, hizo surgir todas las plantas y todos los animales. Mitra lleva un gorro frigio y se la representa en el momento de matar al toro con un cuchillo largo (algunos sostienen que las corridas de toros tienen su origen ancestral en el culto a Mitra).
La primera mención comprobada al nacimiento de Jesús se lee en el Calendario Philocalus, del año 345. Allí se dice que el 25 de diciembre es Dies natalis Soli Invicti. En él se ponen a la par los nacimientos de Mitra y de Jesús.
En definitiva, el solsticio de invierno, que en el hemisferio norte dura del 25 de diciembre al 6 de enero (la Epifanía cristiana) fue la fiesta más importante de los pueblos indoeuropeos, y sobrevive hasta hoy en todas las culturas creadas por ellos (los carteles “Navidad es Jesús” son un intento inútil de proseguir la lucha de 2000 años contra el paganismo). La Navidad empezó en la Europa suroriental del siglo IV, en la que confluían tradiciones griegas, egipcias, judeo-cristianas y otras del Oriente próximo. En las culturas de celtas, germanos e indios védicos esos eran los días en que se comunicaban el mundo de los muertos con el de los vivos, cuando se anunciaba el retorno del Sol y el renacimiento de la vida, que no muere con el frío invernal y reverdece en la primavera, en la Pascua.
Se trataba, en fin, de un rito pagano imposible de suprimir por la sola represión; por eso se lo coopta, se lo integra como hicieron los incas con las deidades de los pueblos que conquistaban y sojuzgaban. No fue sencillo. A tal punto no fue sencillo que todavía San Agustín (354-430), en sus Sermones, les pide a sus contemporáneos que el 25 de diciembre no adoren solamente al Sol y que recuerden también el natalicio de Jesús. No lo lograron nunca, y hasta hoy tienen que poner en los templos que “Navidad es Jesús”, lo cual de ningún modo es así.
Fue, según parece, en el año 345 cuando Juan Crisóstomo y Gregorio de Nancieso incorporaron las Saturnales al rito cristiano-romano, y fundaron la Navidad para furia de los cristianos de la Mesopotamia, que los acusaron de idolatría pagana. Todavía durante el reinado del emperador Honorio (395-423) la Navidad se celebraba el 25 de diciembre sólo en la Iglesia occidental, mientras la oriental aún festejaba la natividad en Epifanía, el 6 de enero.
Sólo en el año 440 la Iglesia decide oficialmente conmemorar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre; y será fiesta obligatoria recién en 506, por resolución del Concilio de Agde. Pero habría que aguardar hasta 529 para que el emperador Justiniano lo declarara día festivo.
Como se ve, el rito pagano de Saturnalia, con sus banquetes y sus regalos, no se suprimió jamás y aún hoy se celebra. En el siglo VII, Gregorio Magno quiso “cristianizar” la Navidad y pidió que se hicieran ayuno y penitencia en Adviento (las cinco o seis semanas previas a la Navidad), pero fracasó: su orden se derogó en 1918 sin haber regido nunca, salvo en una porción de la Iglesia oriental.
El intercambio de regalos propio de Saturnalia está representado por Santa Claus, que es en verdad el dios germano Thor, el más alegre, el que protegía los hogares que le consagraban un lugar especial en los altares caseros. Thor descendía por las chimeneas para encontrar su elemento: el fuego. Eran también las fiestas paganas de Jul, a fines de diciembre, cuando se plantaba frente a la casa un abeto adornado con pequeñas antorchas y cintas de colores: el árbol de la Navidad.
Por cierto, develar el origen de la Navidad (del cristianismo) no suprime el hecho de que “la angustia religiosa es al mismo tiempo expresión del dolor real y la protesta contra él. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, tal como es el espíritu de una situación sin espíritu. Es el opio del pueblo” (Marx, Crítica a la filosofía del derecho de Hegel). No los suprime, como el cristianismo no suprimió los ritos paganos por más que cuelguen carteles en las iglesias. La inexistencia física de Jesús no suprime tampoco su incuestionable existencia social, una construcción histórica de veinte siglos. Pero, en cambio, permite advertir cómo los hombres, según el modo en que producen su vida material y social, crean sus dioses a su imagen y semejanza. Los socialistas luchamos por un mundo sin suspiros de criaturas oprimidas porque toda opresión se habrá eliminado, un mundo sin miserias infames que necesiten buscar en fantasmas etéreos el clamor de la desesperanza. En el que ningún patrón ensotanado pueda amenazar a nadie con los fuegos del averno.
Cuando no haya amos en la tierra los cielos se verán libres de dioses.


[1] Kautsky, K.; “Orígenes y fundamentos del cristianismo”; enhttp://www.nodo50.org/ciencia_popular/articulos/Cristianismo.pdf

domingo, 11 de diciembre de 2016

El lobo de Yago Franco

¿fue una tragedia el Argentinazo?


El 5 de setiembre de 2002, en el suplemento de Psicología de Página/12, el licenciado Yago Franco —redactor también de la revista Topía, dedicada al psicoanálisis— publicó un artículo sobre los "padecimientos" generados a partir del 19 y 20 de diciembre de 2001, por el Argentinazo. Tal como él los presentaba, se deducía que aquellos sucesos significaron una gran tragedia, cuyo rasgo clínico sería, según sostenía, la "afánisis" (desaparición del deseo). Esa tesis de Franco fue rebatida por Paola Valderrama en Prensa Obrera N° 773, y las repercusiones de esa respuesta dieron origen a esta segunda nota sobre la cuestión, publicada en Prensa Obrera N° 778, del 31 de octubre de 2002. A tres lustros del Argentinazo, queremos recordar aquella polémica que permanece vigente.




por Alejandro Guerrero


La idea de un monstruo que por las noches habita debajo de la propia cama es un terror habitual en los niños. Ahora, el monstruo que vivía debajo de la cama de Yago Franco ha salido de su cubil y amenaza devorarlo. Yago sucumbe a su catástrofe mental e imagina que ése, su monstruo personal (un lobo), no salta sobre él mismo sino "sobre la inmensa mayoría de los argentinos"; es más, lo ve pasearse por las calles intimidatoriamente, abiertas las fauces.
Como toda monstruosidad individual, surgida de oscuridades inaccesibles, el lobo de Yago tiene origen indefinido, no se sabe en qué consiste ni de dónde viene, aunque sí conocemos la fecha de su aparición: finales de diciembre, cuando el Argentinazo echó a De la Rúa y a Cavallo. Ante la bestia despertada por el batifondo de la lucha callejera, Yago está inerme porque su figura paterna —los poderes del Estado "que debieran amparar a los ciudadanos"— no lo defienden y, además, esos poderes, "aquello que debiera ser familiar/amparador, se transforma en persecutorio o abandonante". Esto es: Yago creía que el Estado era su familia, que ella le daría amparo cuando el lobo atacara, pero ahora descubre que ese Estado es el instrumento del lobo, o el lobo mismo. Este descubrimiento de Yago lo pone, según él mismo, delante de "un panorama siniestro".
La polémica con Yago es posible y adquiere interés político porque, según se desprende de esa función paternal que asignaba a la institución estatal, su crisis deviene de la rotura drástica de una ilusión social: la ficción de comunidad organizada por y en el Estado. Ahora resulta que tal comunidad no existía, que el Estado sólo era la asociación de una clase social en contra de otras y, por tanto, para las clases sometidas la idea comunitaria sólo constituye una fantasía y, sobre todo, una traba.
El Estado, en definitiva, no sólo no ampara a los ciudadanos: los ataca en nombre de los destructores de la ciudadanía. "Esto —dice Yago— coexiste con hiperdesocupación, expulsión del sistema económico, pauperización, lo cual conduce a la imposibilidad de toda idea de futuro a nivel individual y colectivo". En verdad, tales estropicios no "coexisten" con el Estado-lobo: son parte del fenómeno. La crisis capitalista mundial —ése es su lobo, amigo Yago— se hace sentir de ese modo en todas partes, y en la Argentina ha producido una fractura revolucionaria. La tragedia personal de Yago, y por eso resulta socialmente interesante y digna de polémica, es la tragedia política de todo el arco reformista: él confunde "la imposibilidad de toda idea de futuro" del régimen capitalista con la imposibilidad de todo futuro en general; esto es, no hay futuro fuera del capitalismo.
Por eso Yago, al igual que todo el reformismo, no logra advertir las proyecciones de lo que él mismo observa: "Los cacerolazos, piquetes, escraches, clubes de trueque, asambleas populares, obreros ocupando fábricas, son las armas que los ciudadanos han inventado y esgrimen contra la bestia". No lo advierte porque dos párrafos más adelante, víctima de su propia desesperación, dice: "Se hace insoportable y sin sentido la participación en el colectivo social".
Acción colectiva y libertad individual
En este punto, conviene recordar que todas las colisiones en la historia han resultado, en última instancia, de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las formas de intercambio, dadas por el régimen de propiedad de los medios de producción. Ese choque produce guerras, revoluciones, lucha de ideas y también crisis y conflictos en los medios por los cuales los hombres intentan conocer la realidad, manifestados en la tendencia a tomar cualquiera de las facetas secundarias del fenómeno y colocarla en el papel de factor determinante, como bien lo indica Paola Valderrama al referirse a la supuesta "objetividad" o "extraterritorialidad" de algunas prácticas profesionales (Prensa Obrera 773).
Así, el economista dirá que la evolución humana ha dependido del desarrollo de las teorías económicas, el abogado la atribuirá a las nociones en materia de derecho y el psicoanalista pretenderá analizar "la situación social y política desde la práctica o las concepciones psicoanalíticas" (P. Valderrama, ídem anterior). La base de ese desvío, a juicio nuestro, radica en la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, que produce un hombre alienado, partido, presa fácil de las ilusiones individuales acerca de la propia actividad.
Por cierto, subordinar los poderes materiales de la sociedad (sus potencias productivas) a las decisiones conscientes del hombre y eliminar la división del trabajo, es tarea comunitaria, no individual; de la lucha de clases, no del psicoanálisis. En un régimen que reserva las libertades individuales y sociales a la clase dominante, el individuo de las clases oprimidas sólo encuentra ocasión de desarrollar su libertad en la acción colectiva, cuando se expresa en el colectivo, en las asambleas populares, en las organizaciones piqueteras, en las fábricas ocupadas. Ese es uno de los sentidos de "la participación en el colectivo social" y está dado por "las armas que los ciudadanos... esgrimen contra la bestia", que Yago observa sin ver.
En esos organismos los oprimidos desarrollan su libertad personal, manifiestan sus opiniones a viva voz y ejecutan su pensamiento ellos, los que estaban condenados al silencio obediente, a la sumisión. Ahí, colectivamente, en esa asociación libre, encuentran su propio deseo y "el deseo del Otro", que Yago cree perdidos.
Revolución y cultura
En otra parte de su análisis, Yago habla del papel de la cultura en todo el asunto. "La cultura cumple una función de amparo", dice, pero añade que eso ha cambiado "dramáticamente" porque "la sociedad" ya no ampara.
Yago no explica qué entiende por cultura, pero para saber de qué hablamos resulta necesario recordar lo siguiente: en un mundo al borde de la barbarie definitiva, la actividad cultural radica sobre todo en tomar conciencia de la necesidad de terminar con la dominación de los bárbaros, en el conocimiento de los modos de la opresión y de la forma de liberarse de ella. En general, la cultura está dada por el desarrollo de necesidades de todo tipo y por el desenvolvimiento de los medios necesarios para satisfacerlas; por tanto, la liberación de la humanidad consiste, básicamente, en superar los obstáculos que impiden satisfacer la necesidad, saciar el deseo. Así, la revolución obrera es la más formidable tarea cultural de la historia.
Está a la vista la relación dialéctica causa/efecto (la confusión de ambos) entre desarrollo cultural y desenvolvimiento industrial y comercial. En una crisis como la que sufre la Argentina, se produce un desequilibrio abrupto de la relación entre el desarrollo de las necesidades (grado de cultura) y los medios para satisfacerlas. En tales casos, la alternativa es férrea: se multiplican esos medios —revolución mediante— o se eliminan necesidades por la vía del desastre, de imponer un retroceso catastrófico al nivel de civilización de la sociedad.

Desde ese punto de vista, lo mejor que la Argentina tiene para ofrecer a la cultura universal es su lucha proletaria, su organización piquetera, sus asambleas populares, sus fábricas ocupadas. Por tanto, la cultura —contra lo sostenido por Yago Franco— cumple hoy más que nunca su función de amparo; la cultura argentina es fuerza obrera organizada que crece y se desenvuelve. Cierto es que la lucha de clases en una situación de características revolucionarias coloca en tela de juicio los poderes del Estado que Yago creía paternales; se combate abiertamente contra la voluntad del Estado (de la clase dominante) y contra todo su andamiaje legal, y esto no puede menos que alterar la tranquila digestión de algún intelectual pequeño burgués. Pero ese movimiento gigantesco de enormes fuerzas sociales sólo puede verse si se desecha la práctica tautológica del bobo que se mira al espejo y cree mirar por la ventana. Yago será capaz de superar sus fobias, el taxi con que elude la violencia callejera y su refugio en la televisión, en fin, su afánisis, si deja de ser, como decía Robert Owen - aquel genial socialista temprano inglés—, this poor localized being (ese pobre ser limitado) que intenta medir las cosas más generales con la vara corta del mundillo que le rodea.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Fuego seco

                                                                                   Banderas Rojas


por Belén Mar


En el estómago le estallaban las ganas de atravesarlo con sus manos húmedas. El clítoris se despertaba con furia, los músculos se endurecían y la energía llegaba a mover las cortinas del carromato.
El susurro fue el punto de partida.
- Un café amargo. Quiero un café amargo.
Una carcajada se escuchó hasta la plaza central, sin embargo el clima permanecía intacto.
Las pelvis aparentaban tener el poder de los imanes. El hierro de sus deseos ya no daba tregua. Se miraban inmensamente desnudos.
- Anís, le contestó.
Se acercó al bajo mesada, tomó la botella a medio beber y la colocó entre sus piernas. Un instante después de terminar el primer sorbo una gota cayó sobre los comienzos del pecho izquierdo recorriendo la turgencia de su piel hasta acabar en el pezón. Era una invitación clara.
No fue necesario el diálogo. Con la lengua sedienta de placer se acercó despacio, disimuló el apuro y el fuego de la tarde los hizo pura ceniza. Las paredes transpiraban y se tragaban el sudor, no había en el aire espacio para el desasosiego. Los gemidos eran interminables, dulces, como las despedidas. Los dedos del hombre estaban tensos como cuerdas pero cada vez que se acercaba al extremo sur de aquella espalda se volvían arcilla para moldear cada rincón. Las bocas embriagadas de anís y de sexo se buscaban desesperadas en cada propuesta.
Los aullidos llegaron con la luna y el viento que secaba cada tronco mojado de aquel pueblo hambriento de lujuria. Las figuras moviéndose simulaban un cuadro viviente. Era una realidad implantada, una esperanza de salvación ciega.

lunes, 5 de diciembre de 2016

The Theatre Group o “la revolución de la dramaturgia" en Estados Unidos


Por Ricardo Lusso


Era el comienzo de la década más convulsiva, conflictiva y de ascenso de luchas obreras en Estados Unidos. En ese contexto un grupo de directores, actores y actrices, se introducirían en la “aventura” de revolucionar el teatro estadounidense. The Theatrer Group (1931-1941) fue creado a partir de ideas y reuniones de Harold Clurman; Cheryl Crawford y Lee Strasberg, junto a un equipo de 28 actores.
Durante la gran crisis de 1930 la economía capitalista se derrumba frente a la “prosperidad” de los años ´20 en los Estados Unidos. Durante toda esa década  el desempleo afectaba, en promedio, al 25 por ciento de la población, unos 30 millones de trabajadores. Otros 6 millones se encontraban directamente fuera del sistema económico.  En respuesta a esa situación surgieron organizaciones de desocupados que emprendieron una tenaz lucha contra la pérdida de empleos y los desalojos de viviendas. Las huelgas recorrían las fábricas y conmocionaban la situación política y social de los Estados Unidos.
El Partido Comunista y el Partido Socialista, junto a organizaciones troskistas de aquella época, tenían una amplia presencia en los sindicatos y agrupaban cientos de miles de trabajadores ocupados y desocupados. La magnitud de esta presencia se puede apreciar en que, por ejemplo, por iniciativa del Comunist Party, el 6 de marzo de 1930 en todo Estados Unidos se movilizaron alrededor de 1 millón de desocupados. Huelgas victoriosas se desarrollaron a lo largo y ancho de los 50 Estados de la Unión.
Sin lugar a dudas el entorno social y político convulsionado tocó, de una manera u otra, a los fundadores del The Theater Group que se propusieron cambiar rotundamente la forma y estilo de producir teatro hasta ese momento. “El grupo apuntaba a cultivar al individuo a través de una disciplina colectiva y un acercamiento colectivo a los problemas del individuo” decía Clurman en 1945 en su libro Los fervientes años. Pero aún más lejos pretendían llegar los directores del grupo: “Cambiar lo que se estaba viendo en teatro hasta ese momento”. Se referían a la estética naturalista, predominante desde finales del siglo XIX hasta mediados de los años ´20 en las presentaciones teatrales estadounidenses.
El grupo comenzó a tomar forma en el verano de 1931. En las primeras reuniones participaron Clurman y Crawford, y luego se incorporó Lee Strasberg. Este último tomó la tarea de seleccionar los actores. Durante los diez años de vida del grupo llevaron al escenario más de veinte obras. Clurman y Stella Adler (actriz, productora, y amiga de los fundadores) viajaron a Rusia en esos años a estudiar lo que llamarían “el método” de Konstantin Stanislavsky.
Ellos tuvieron el mérito de introducir el método teatral que trascendería hasta más allá de la existencia del grupo y marcaría generaciones enteras de actores de renombre internacional: Marlon Brando, Robert De Niro, Al Pacino,  entre otros que aprendieron en academias actorales “herederas” del maestro ruso.
Pero volvamos al año de gestación. Con muchos esfuerzos económicos y financieros, el grupo se constituye en 1931. Los actores y sus familias se instalaron en las afueras de Nueva York. En la casa Connelly, en la apacible Connecticut.  Allí construirían una rutina de entrenamiento diario: desayunaban juntos, asistían a una clase dada por Stranberg, almorzaban, charlas por la tarde sobre el teatro a desarrollar, cena y a dormir. En su mayoría los actores “originales” del grupo estaban influidos por ideas de izquierda y tenían acuerdo con las nuevas propuestas metodológicas de los directores.
Al regresar a Nueva York asumieron el desafío de emprender las primeras puestas en escena. El 23 de setiembre de 1931 se estrena a sala llena, en el Teatro Martin Beck,  en la calle 302 W. 45th St. de Nueva York, la obra El juego de la Casa Connelly. La expectativa era grande, el público acompañó el nuevo juego teatral y la crítica los aplaudió. La audaz apuesta del teatro independiente surgía al calor de las luchas políticas y sociales de principios de los años ´30.
Luego vino 1931. Fue el primer golpe: solo duró en cartel nueve días. La prensa neoyorquina los hizo añicos con la crítica. A pesar del traspié, el grupo ganaba un nuevo público entre sus seguidores, con orientación a las preocupaciones por la situación social y política imperante en ese momento.
Al año siguiente, la dureza de la situación económica hizo que  el grupo atravesara uno de los peores momentos. Clurman tuvo que darse un par de chapuzones en la costa oeste, en Hollywood, para recaudar fondos y sostener, literalmente, la vida del equipo teatral que estaba organizando: “Para que no murieran de hambre”, diría.
Entre el elenco se encontraba un tímido actor, que no sobresalía en las presentaciones. Se trataba de Clifford Odest, quien, después de un tiempo, comenzó a hablar con Clurman y a exponerle sus ideas de izquierda (estuvo vinculado con el Partido Comunista). Al principio Clurman desconfió, según lo revela en su libro, sobre la certeza de las obras que escribía Odest.
Nacido en Pennsylvania, había transcurrido su niñez y adolescencia en los barrios neoyorquinos del Bronx. Luego de la experiencia del Group Theatre marchó a California, donde elaboró guiones para películas como None but the Lonely Heart (1944), que dirigió él mismo, y The Sweet Smell of Success (1957), dirigida por Alexander Mackendrick.
Odest, antes de incorporarse al Group Theatre, había formado parte del Theatre Guild, una compañía fundada en 1919 por Elmer Rice (dramaturgo que incorporó temas de interés social en sus obras) para favorecer la difusión del teatro no comercial.
La obra que llevó a la “gloria” al grupo fue Esperando al Zurdo (1935) que convierte al espectador en cuasi protagonista de la trama. Los personajes se distribuyen en un círculo que cubre el escenario y se distribuye entre las butacas, de modo que adquiere forma de coro o “asamblea” donde se  enfatizan las diferentes situaciones. La participación de los espectadores  es clave en el  conflicto que propone la obra: la necesidad de convocar la huelga en repuesta a la intolerable situación social. Los problemas de la vida cotidiana son llevados por la trama hacia conclusiones políticas. La xenofobia, el fascismo, la burocracia sindical, el preludio de una nueva guerra mundial, el chantaje patronal; todas esas cuestiones dan paso, mientras esperan al Zurdo, que no llegará porque ha sido asesinado, a la decisión de seguir luchando. El primer paso, la huelga. El único camino posible.
Aquella realización llevó a que Odest fuera declarado, en 1935, “hombre del año” por la revista Time. Odest se había convertido en un “ídolo” de multitudes. Y varios de sus compañeros y reseñas señalaban que se trataba de un “revolucionario” de la dramaturgia norteamericana.
Sin embargo, Odest sería uno de los pocos dramaturgos que adhirió al proyecto del Federal Theatre, promovido por la administración Roosevelt para relanzar la cultura teatral después de la crisis de los años 30. El dramaturgo seguía así la línea del PC estadounidense, que respaldó las medidas del gobierno, al New Deal. Recordemos que el PC norteamericano apoyaba a la burocracia sindical a la que tanto criticaba Odest en sus obras. Esa fue una de las tantas contradicciones en las que quedó atrapado el brillante dramaturgo.
La fama lo condujo, a finales de los años 30, a Hollywood, y se instalaó en California hasta el final de sus días. A pesar de este salto cuantitativo de su situación económica siguió aportando obras al Theatre Group hasta por lo menos 1940.
El grupo continuó hasta 1941 con sus presentaciones, más de veinte obras en escena. Hasta pudo recorrer varios Estados y logró llegar a la costa oeste. El periplo fue agitado, varios de los actores originales del grupo, por necesidades económicas, debieron migrar a donde encontraban trabajo, por lo general en la “meca” hollywoodense.
Por otra parte, las diferencias iniciales entre Clurman y Strasberg se fueron acentuando con el tiempo; las dificultades financieras agregadas a las diferentes ideas sobre la interpretación del “método” hizo que a finales de los 30 Clurman decidiera convocar actores de “influencia” a las obras, lo que ofuscó a los “originales” del grupo. Dos de sus fundadores renunciaron: Cheryl Crawford y Lee Strasberg. La debacle se volvió inevitable. En 1941 hicieron su última representación.
Los fundadores del The Group Theater no tenían en ese momento mayor idea de la influencia que habían logrado en esos diez años de existencia para las generaciones futuras de actores y actrices del teatro y el cine norteamericanos. Del teatro naturalista de finales del siglo XIX pasaron a uno comprometido en las formas actorales a partir de una estética colectiva, realista, influidos por la agudización de la lucha de clases en suelo norteamericano.
El derrotero político posterior de varios de los actores y directores, que se consideraron “herederos” del “método” del juego teatral separaron posteriormente el proceso de creación original del proceso político que se vivió décadas después en Estados Unidos. Algunos crearon un gran negocio alrededor del “método” y vaya que les fue bien: son íconos actuales en la formación de actores para la industria artística y cinematográfica de su país.

Otros, por ejemplo, declararon ante el Congreso estadounidense  en la Comisión de Actividades Anti-comunistas creada por el senador Joseph McCarthy. Pero esa etapa de la historia del teatro y cine norteamericano será parte de otras notas.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Radio Rebelde: la Revolución Cubana y la comunicación de masas


























Por Alejandro Guerrero


“Aquí Radio Rebelde, la voz de la Sierra Maestra, trasmitiendo para toda Cuba desde la banda de 20 metros diariamente, a las 5 de la tarde y a las 9 de la noche, desde nuestro campamento rebelde en las lomas del Oriente, territorio libre de Cuba”.
Todos los días se escuchaba ese mensaje desde el 24 de febrero de 1958. Ese día el comandante Ernesto Che Guevara puso a funcionar Radio Rebelde en su puesto de Pata de la Mesa, en la Sierra Maestra, la cadena montañosa que se alarga en la región suroriental de Cuba.
Ya en 1957, a menos de un año del desembarco del Granma, Guevara había pedido equipos para instalar una radioemisora, y apuraba con ese propósito a todos sus compañeros que bajaban al llano desde las montañas en las que operaba la guerrilla del Movimiento 26 de Julio (M26) y el Ejército Rebelde comandado por Fidel Castro. El Che estaba convencido de que el grupo combatiente necesitaba un canal directo de comunicación con el pueblo cubano. En ese punto y en aquel momento, la radio era el medio ideal, mejor que el papel escrito, por su capacidad de llegada inmediata y masiva aun a los analfabetos. Era el medio de masas más eficaz para lo que él se proponía.
Así fue que Ciro del Río, militante del M26, puso en contacto al Che con Eduardo Fernández, un técnico de radio que también militaba en el Movimiento. Guevara y Fernández se entrevistaron clandestinamente en Bayamo, capital del municipio homónimo, el 4 o el 5 de enero de 1958.
Con los encargos del Che, Fernández se reunió en Santiago de Cuba con René Ramos Latour, y ambos decidieron que lo mejor, por razones de seguridad y de tiempo, era comprar un equipo nuevo en La Habana. Fernández, que durante todo el periodo de la Sierra sería el jefe técnico de la emisora, llegó a Pata de la Mesa con esos equipos el 16 de febrero de 1958 y de inmediato, con un grupo muy chico de colaboradores, empezó a trabajar para instalarlo. Se trataba de un trasmisor Collins modelo 32-V-2, de potencia media (120/130 watts), más una planta eléctrica marca Onan, de un kilowatt de potencia, que se usó para alimentar el trasmisor, un tocadiscos y una lámpara.
La primera trasmisión se hizo el 24 de febrero desde la casa de un campesino llamado Conrado, en cuyo honor aquel sitio se llama ahora Alto de Conrado, aunque la casa estaba un poco más abajo. Conrado era militante del Partido Socialista Popular y colaborador permanente del Ejército Rebelde. Su casa se encontraba en un montículo que sobresalía de la sierra: un punto ideal para trasmitir. A todo esto, el Che había designado director de la radio al capitán Luis Orlando Rodríguez, y eran sus locutores Orestes Varela y Ricardo Martínez.
La fecha de aquella primera emisión y el Himno Invasor, el primer sonido que salió al aire, constituían todo un programa político. El 24 de febrero de 1895 se había producido el Grito de Baire, o Grito de Oriente, que dio comienzo a la guerra por la independencia de Cuba. El Himno Invasor había sido creado el 15 de noviembre de aquel 1895 en la finca La Matilde, municipio de Najasa, Camagüey, por el entonces comandante Enrique Loymaz del Castillo, en homenaje a los caídos en la lucha independentista. El M26 se consideraba continuador de aquella lucha por la independencia y por un régimen político de libertades públicas, que se concentraba en dos consignas: la convocatoria a elecciones libres y la plena vigencia de la Constitución (demo-burguesa) de 1940. No había entonces referencias al socialismo ni las habría hasta 1961, después del rechazo a la invasión de gusanos financiados por los norteamericanos en Playa Girón.
La trasmisión inaugural incluyó también un parte de guerra por la batalla de Pino del Agua, librada el 16 de febrero. Pino del Agua era un pueblo pequeño extendido alrededor de un aserradero en el firme de la sierra, ocupado por una fuerte guarnición militar del ejército de Batista a la que los rebeldes querían sitiar. Como no se puede poner sitio a una fuerza bien armada con una fuerza inferior, el M26 acudió a la táctica guerrillera por excelencia: el “cerco elástico”. Así, las columnas rebeldes golpearon de manera combinada en Pino del Agua y atacaron las postas de guardia, hostigaron a la fuerza acantonada y aniquilaron a una guarnición que llegaba a reforzar a los sitiados. Los atacantes sufrieron ocho muertos pero le produjeron a los otros 26 bajas mortales, incautaron armas y tomaron prisioneros. Fue una victoria que le permitió a la guerrilla abandonar su periodo “nómada”, asentarse en bases sólidas (combate de posiciones), crear otros frentes y extenderse territorialmente. Fue la última vez que en una operación militar intervinieron personalmente todos los comandantes del Ejército Rebelde: Fidel y Raúl Castro, el Che, Camilo Cienfuegos (fue herido en el abdomen y en un muslo), Juan Almeida, Ramiro Valdés, Guillermo García y Efigenio Ameijeiras. Radio Rebelde, en su primera emisión, dio un parte detallado de aquella batalla.
Además del parte de guerra, habló el cirujano Julio Martínez Páez, jefe del cuerpo médico del Ejército Rebelde, sobre “la sanidad en la Sierra Maestra”. La guerrilla quería trasmitir la idea de que aquellas montañas, “territorio libre de Cuba”, estaban gobernadas por un equipo eficiente.
El 15 de abril es una fecha clave en la historia de Radio Rebelde y de aquella lucha guerrillera. Ese día Fidel Castro llegó a Pata de la Loma y habló por primera vez por aquella emisora.
Fue un discurso dramático.
El 9 de abril, seis días antes, el 26 de Julio había convocado a la huelga general que, acompañada por acciones guerrilleras en todo el país, debía derivar en la insurrección que derrocara a la dictadura. Como admitieron luego Castro y los demás comandantes, aquella convocatoria fue producto de un grave error de evaluación de la situación del momento. En definitiva, la medida terminó en un fracaso completo. Los jefes guerrilleros no perdieron la calma; por el contrario, lograron reagrupar fuerzas y, aquel 15 de abril, Fidel orientó su discurso a sostener el ánimo de la población y de los propios efectivos guerrilleros ante el revés que habían sufrido, pero, sobre todo, advirtió que ahora la dictadura lanzaría una ofensiva fortísima contra la Sierra Maestra y señaló la necesidad de prepararse para rechazarla. Desde ese momento, Radio Rebelde fue una pieza estratégica de agitación y propaganda hacia la población, y de comunicación y enlace entre los diversos frentes guerrilleros. Para la dictadura, esa emisora se transformó en el punto a abatir, por su papel político e incluso por su valor simbólico. El silenciamiento de la radio indicaría la derrota definitiva de la guerrilla, o por lo menos así podría presentarlo Batista.
Por tanto, para la guerrilla resultaba estratégico sostener esa emisora en el aire.
Comenzaron en aquellos días bombardeos de una intensidad nunca vista hasta entonces en América central. La aviación del gobierno demolía las sierras mientras preparaba sus fuerzas para el ataque por tierra. Entre el 16 y el 17 de abril, es decir apenas terminó el discurso de Fidel, la planta trasmisora se trasladó a la región de La Plata, alejada de la zona donde operaba el grueso de las fuerzas guerrilleras. Desde ese momento, Radio Rebelde fue, aún más, el medio directo de comunicación del M26 con las masas de las ciudades y el campo. El 1° de mayo se hizo la primera trasmisión desde el nuevo punto, y de continuo la radio trasmitía informes de inteligencia recibidos por la guerrilla sobre movimientos de tropas enemigas para la ofensiva que preparaba Batista: la radio se transformó en la herramienta clave del comando operacional guerrillero. Los bombardeos que se proponían destruir la emisora nunca pudieron tocar su planta trasmisora.
En este punto, revelaron su vigencia viejos conceptos del mariscal alemán Karl von Klausewitz sobre la dialéctica ofensiva/defensiva en la guerra y en la política. La defensiva, dice el estratega prusiano, es más importante que la ofensiva si está compuesta por un escudo de golpes bien dirigidos; después, la contraofensiva se dirigirá contra un enemigo derruido y desmoralizado. En la guerra y en la política, en efecto, la capacidad defensiva de una fuerza indica su grado de consistencia histórica. Aquella ofensiva de Batista fracasó y desde ese momento la dictadura podía considerarse perdida, simplemente porque sus enemigos habían logrado defender sus posiciones.
A partir de ese momento, Radio Rebelde se transformó en una red nacional e internacional, con 18 plantas trasmisoras que operaban en sintonía. Además, sus emisiones eran difundidas en todo el continente por emisoras comerciales (en la Argentina lo hacía Radio El Mundo, que a su vez retrasmitía a diversos países por su cadena continental), lo cual indica las expectativas que sectores de la burguesía latinoamericana, e incluso del imperialismo norteamericano, tenían en la posibilidad de que la guerrilla operara un recambio burgués en Cuba ante la creciente inviabilidad del régimen de Batista.
El 20 de noviembre de 1958, comenzada la contraofensiva guerrillera, Radio Rebelde dejó la sierra y se trasladó al llano, a la zona de La Miel-El Podrio, y luego a Minas de Charco Redondo. El 4 de diciembre salió al aire Columna 8 “Ciro Redondo”, al mando directo del Che que operaba desde Las Villas para preparar lo que sería la decisiva batalla de Santa Clara, a fines de diciembre. En ese momento, la emisora tenía 32 plantas trasmisoras en distintos horarios y frecuencias, que emitían en 7400 y 7380 kilociclos. Ya era el medio de masas más importante de Cuba.
El 29 de diciembre a la noche, cuando ya se disponían las cosas para tomar La Habana, Radio Rebelde se trasladó a Palma Soriano, un municipio de Santiago de Cuba, y se instaló en una casa de la calle Aguilera 201, esquina Quintín Banderas. Desde allí, en la madrugada del 1° de enero de 1959, el día de la victoria, el comandante Castro dio las últimas instrucciones operacionales a los comandantes y a la población.
Vale recordar, entendemos, esta historia de Radio Rebelde porque resulta especialmente útil en el debate que hoy se desenvuelve sobre los medios de comunicación. El poderío que tienen los grandes medios, los “medios concentrados”, es relativo. Los medios no pueden crear tendencias en la sociedad, sólo les resulta posible desarrollar tendencias que ya están presentes. Radio Rebelde, con un equipo precario, contribuyó decisivamente a desenvolver las tendencias revolucionarias en la sociedad cubana y la descomposición del régimen de Fulgencio Batista. Esas tendencias revolucionarias en las masas y esa descomposición del régimen hicieron posible que una pequeña emisora clandestina venciera a los grandes medios de comunicación, como permitieron que un equipo combatiente de un millar de guerrilleros venciera a un poderoso ejército de 40 mil efectivos bien armados y entrenados, que al final se disgregaron casi sin pelea: una enorme victoria política antes que militar.

Radio Rebelde es una lección viva y vigente, tanto como la época abierta en Latinoamérica por la Revolución Cubana.




viernes, 25 de noviembre de 2016

Poema de amor para los guerreros

Poema de amor para los guerreros






Por Fudi Cosmigonon



La avenida que cruza Buenos Aires de punta a punta, es el escenario. Ahí están ellos una vez más, sentados en el escalón de la vereda con un mate que pasa de mano en mano; algunos en la plaza de enfrente discutiendo, debatiendo otros esperando a los que vendrán, esos que llegan tarde, que quizás se encuentren aún cargando sus mochilas de ilusiones. También se sabe de aquellos que se incorporarán más adelante en la caminata; y de algunos otros que lo harán más adelante en el tiempo. Pero ahí están los que son, los que pueden y como pueden; con el corazón latiendo al compás de los bombos que empezaron a sonar. Conocidos y desconocidos se miran, se reconocen, se entienden y se juntan en medio de la avenida; de repente parecen miles, millones, caminando y cantando. Algunos sonríen, otros lloran, todos sienten. La banderas se alzan, rezan nombres, frases, fotos. Están los tímidos que se quedan atrás... Son los que logran el equilibrio perfecto con los de adelante; los que llevan la bandera roja con letras inmensas, los que gritan, los que tienen los pies cansados y viejos, pero la cabeza cada día más lúcida y más joven. Caminan un par de cuadras, cada uno va encontrando su lugar, acoplándose al ritmo, entendiendo la forma. Buenos Aires parece silenciosa, sólo se escuchan entre ellos. La gente que camina por la vereda en dirección opuesta los mira, los inspecciona, intenta leer las banderas, sus mochilas, sus remeras, sus mentes... Los bombos se silencian y ya nadie aplaude, ahora la única música son sus pasos firmes y coordinados sobre el asfalto como la danza de un ejército rojo. Una mujer que camina con la mirada perdida, despega sus labios, toma el megáfono y con la garganta colmada de lágrimas, grita lo último que puede rompiendo para siempre el silencio: Justicia!

martes, 22 de noviembre de 2016

Teatro en el Felco

Comienza el Festival Latinoamericano de la Clase Obrera, un festival de otra clase…





El viernes, a partir de las 21, tendremos teatro en León León, Nicaragua 4432, Palermo.
Andrés Mangone (director, entre muchas otras obras, de “El farmer”, de gran éxito en el teatro San Martín, con Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna) presentará su “Sedimentos de herencia”, dirigida por él.
Antes estará la obra corta “Lucía precarizada”, de Belén Orozco, con las actuaciones de Belén y Alejandro Guerrero.
Al terminar “Sedimentos…”, Andrés Mangone dará una clínica de teatro, con preguntas y respuestas sobre técnicas teatrales.
Te esperamos.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Neoliberalismo: un término peligroso

El triunfo de Trump, expresión aberrante de la crisis capitalista. La responsabilidad de la izquierda.




Por Daniel Gaido[1]


Hace un tiempo un compañero, cuyo nombre lamentablemente no puedo recordar, posteó lo siguiente en Facebook:

NEOLIBERALISMO: UN TERMINO PELIGROSO
Si "sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria", es un deber analizar y entender los términos correctamente, ya que de otro modo nuestra praxis se ve distorsionada. Me refiero a un término, específicamente, que ha encontrado en la izquierda (pero no solo) un lugar casi primordial y es el término "neoliberalismo". El llamado neoliberalismo es una forma de salvataje al capitalismo. Se escucha frecuentemente que la crisis actual es una crisis del neoliberalismo. No se trata de no entender las diferentes formas en las que el Estado capitalista se manifiesta, sino de no perderse en superficialidades. Este neoliberalismo es el resultado de la crisis económica de la década del 70. El imperialismo intentó recomponer la tasa de ganancia del capital, primero, atacando a la clase obrera en su propio país (Reagan, por ejemplo, con los aeronáuticos o Thatcher con los mineros), luego sobre la clase obrera de los países atrasados (el Consenso de Washington en Latinoamérica) y por último avanzando sobre los ex Estados Obreros (Rusia y China, principalmente). Aun así, la tasa de ganancia sigue cayendo en picada. En este sentido, considero "consecuente" la acción de Patria Grande y su lameculismo al kirchnerismo. Su lucha es contra el "neoliberalismo", no contra el capitalismo. Ellos no son anticapitalistas ni socialistas. La lucha contra el neoliberalismo en tanto neoliberalismo es una lavada de cara de quienes la proclaman. Seguidores del nacionalismo burgués y constructores de listas junto con la burocracia sindical entreguista. La lucha es contra el capital y, por lo tanto, nos "conformamos" con el socialismo. Hay que entender las cosas por lo que son y no por lo que se dice que eso es.

El compañero no estaba presentando una tesis nueva, ya en 1995 Osvaldo Coggiola y Claudio Katz (en la época en la que éste aún pertenecía al Partido Obrero) publicaron en la editorial brasileña Xamã una colección de ensayos titulada Neoliberalismo ou crise do capital? Pero me impresionó la concisión de la argumentación, que sintetiza en un párrafo un análisis histórico cuyos principales eventos intentaremos repasar en este artículo.

La crisis de los acuerdos de Bretton Woods y el “neoliberalismo”

Entre el 1° y el 22 de julio de 1944 se realizó en Bretton Woods (Nueva Hampshire, Estados Unidos), una conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas, recientemente creadas en el marco del acuerdo entre Stalin y el imperialismo norteamericano e inglés –una resurrección de la Liga de las Naciones de Woodrow Wilson,[1] a la que Lenin había llamado una “cueva de ladrones”. El objetivo de la conferencia de Bretton Woods era crear un marco para la reconstrucción del capitalismo en la posguerra, que evitara una recaída en las políticas proteccionistas y devaluatorias que habían practicado todos los países en la década posterior al estallido de la crisis mundial de 1929. Durante la conferencia, los Estados Unidos, que concentraban un 50% de la producción internacional en un país cuya población representaba un 5% de la población mundial, impusieron sus términos, en el marco no sólo de la derrota de los imperialismos de las potencias del Eje sino también de la devastación de la Unión Soviética (más de 20 millones de muertos) y de la destrucción de un cuarto de la economía del Reino Unido como resultado de la Segunda Guerra Mundial.
El sistema de Bretton Woods que surgió de la conferencia vio la creación de dos pilares del imperialismo norteamericano hasta el día de hoy: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. También instituyó un sistema de tipos de cambio fijos que duró hasta principios de los años 70. Este marco se completó con la firma, el 30 de octubre de 1947, del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (General Agreement on Tariffs and Trade, GATT), que se transformó en la Organización Mundial del Comercio (World Trade Organization, WTO) el 1° de enero de 1995. Poco antes del GATT, el 5 de junio de 1947, en el marco del estallido de la Guerra Fría (la “doctrina Truman” fue proclamada en un discurso pronunciado por el presidente Truman ante una sesión conjunta del Congreso el 12 de marzo de 1947)[2] el Secretario de Estado norteamericano George Marshall había pronunciado su discurso en  la Universidad de Harvard, en el cual anunció una iniciativa como resultado de la cual los Estados Unidos dieron más de 12.000 millones de dólares (aproximadamente 120.000 millones de dólares en valor actual) en apoyo económico para reconstruir el capitalismo en Europa Occidental. Estas medidas, y la devaluación masiva de capital y de fuerza de trabajo generada por la guerra, proveyeron el marco para una nueva alza de la tasa de ganancia y para los así llamados "30 gloriosos años" (1945-1975) de explotación capitalista, con altas tasas de acumulación del capital.
Este marco comenzó a ceder a finales de los años ’60, debido al agotamiento del ciclo de acumulación anterior y a los gastos crecientes que la carnicería en Vietnam le generó al imperialismo norteamericano, lo cual recibió una expresión oficial con el anuncio por parte del presidente Richard Nixon, en agosto de 1971, de la suspensión la convertibilidad del dólar en oro, debido al déficit ocasionado por la guerra. Esto puso fin al sistema de tipos de cambio fijo entre las diferentes monedas, anclado en el dólar, estipulado por los acuerdos de Bretton Woods, y dio lugar a una seguidilla de devaluaciones de los diferentes países para mantener su “competitividad”. Estas devaluaciones, a su vez, generaron una tendencia inflacionaria que se acentuó con la primera crisis del petróleo, debida al embargo decretado por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en protesta por el apoyo del imperialismo norteamericano al colonialismo sionista en Palestina durante la Guerra de Yom Kippur, en octubre de 1973 (una segunda crisis del petróleo tuvo lugar en 1979 como consecuencia de la revolución iraní). Esto dio lugar, por un lado, al fenómeno conocido como stagflation (estancamiento económico con inflación, por contraposición a la tendencia de las crisis a generar deflación) y, por el otro, a la salida de los mal llamados “neoliberales” de la academia y de los think-tanks burgueses en los que habían vegetado hasta entonces (su biblia, el libro de Friedrich Hayek, El camino de la servidumbre, fue publicado en 1944, y su lobby internacional, la Sociedad Mont Pèlerin, data de 1947) y a su instalación en puestos de poder.
En Gran Bretaña, Keith Joseph, del Institute of Economic Affairs, siguiendo las teorías de la escuela de Chicago (liderada por el economista “anti-keynesiano” Milton Friedman, de la Sociedad Mont-Pèlerin) llamó a aplicar políticas de ajuste para combatir la inflación. Se trataba, entonces como ahora, de la crisis del capitalismo y de cómo la burguesía intenta hacer que la paguen los trabajadores, una realidad de la que no escapa ninguna de las fuerzas políticas burguesas. En Gran Bretaña, los “neoliberales” llegaron al poder el 4 de mayo de 1979 con Margaret Thatcher, pero las políticas de ajuste ya habían comenzado a ser aplicadas por el gobierno laborista de James Callaghan, quien en 1976 obtuvo un préstamo del FMI a cambio de la aplicación una política de recortes y de congelamiento salarial que dio lugar al así llamado Winter of Discontent de 1978-9: una serie de huelgas contra la versión inglesa del “pacto social” del tercer gobierno peronista,[3] aplicado con la connivencia de la burocracia sindical. De esta manera, el “mal menor” inglés preparó el terreno para el advenimiento del “mal mayor”, al igual que los kirchneristas prepararon el terreno para el advenimiento de Macri en Argentina, que el PT preparó el terreno para el advenimiento de Temer en Brasil, etc.
No nos detendremos a describir en detalle las políticas de recorte presupuestario, privatizaciones, desregulación financiera y legislación antisindical (acompañada de la consecuente represión) del gobierno de Thatcher. Sólo señalaremos que, como en la Argentina del cogobierno macrista-peronista, el aumento del desempleo fue utilizado como una herramienta para chantajear a los trabajadores, reducir sus salarios reales y atacar a sus organizaciones. Fue una rebelión popular, los disturbios ocasionados por el Poll Tax (el impuesto de capitación municipal) de marzo de 1990, la que hizo que Thatcher fuera forzada a renunciar por su propio partido el 28 de noviembre de 1990. La conclusión de este análisis es que el “neoliberalismo” no es un término que pertenezca al acervo marxista, sino al centroizquierda -Perry Anderson, por ejemplo- ya que la antinomia neoliberalismo versus Estado de bienestar se mueve completamente en el terreno capitalista.

La decadencia irrefrenable del capitalismo

Ni las políticas “neoliberales” de los gobiernos burgueses de los distintos países, ni el “éxito” de la burguesía en restaurar el capitalismo en los países de Europa del Este y de Asia con la connivencia de la burocracia estalinista (que hasta el día de hoy sigue gobernando, ahora para el capital, en China), fueron capaces de superar la decadencia irrefrenable del capitalismo: a pesar de las brutales agresiones contra los trabajadores (como resultado de la restauración capitalista, la población de Rusia disminuyó en 6 millones en 20 años, de 148.3 millones de personas en 1990 a 142.4 millones en 2010) no hubo ningún cambio significativo en la tasa media de crecimiento de los países capitalistas durante los años ‘80 y ’90. A pesar de las ilusiones generadas por la industrialización de China y el  consecuente aumento de los precios de las commodities en la década pasada, este interludio, que le permitió al kirchnerismo reconstruir el Estado burgués en Argentina luego de la rebelión popular del 2001 –ésa fue en realidad su verdadera misión histórica-, no sólo se profundizó la primarización de las exportaciones (y por ende la naturaleza semicolonial) de los países de Latinoamérica y África, sino que el auge temporal desembocó en la brutal crisis de sobreproducción y sobreacumulación que vivimos en la actualidad, cuya primera manifestación fue la crisis de las hipotecas subprime norteamericanas que estalló en diciembre del 2007.
No existe, por supuesto, ninguna crisis de sobreproducción en términos absolutos; por el contrario, la miseria de las masas y la insatisfacción de sus necesidades básicas no hacen sino aumentar en el marco del capitalismo decadente, como lo atestigua el crecimiento exponencial de las “villas miseria” en todos el mundo y el consecuente crecimiento de los barrios cerrados (countries, gated communities) para la burguesía y la clase media alta. Existe una sobreproducción en el marco del capitalismo, es decir, una desproporción entre la producción y la demanda solvente, con capacidad de compra, la cual se ve restringida porque a las empresas les conviene pagar salarios lo más bajos posibles para aumentar su tasa de ganancia y porque el aumento de la productividad del trabajo bajo el capitalismo no conduce a la reducción de la jornada laboral sino al crecimiento de lo que Marx llamó el ejército industrial de reserva –es decir, de la desocupación.
Todo esto ya fue señalado por Marx como características de las crisis tradicionales del capitalismo, que a diferencia de la crisis actual tenían un carácter periódico y una duración relativamente limitada, lo que permitía trazar una curva ascendente como promedio de la alternancia de periodos de auge y crisis. La crisis que vivimos actualmente suma a esas determinaciones su carácter sistémico, no cíclico, y es un producto de la decadencia del capitalismo que comenzó con las dos grandes masacres imperialistas conocidas como las guerras mundiales. Para comprender este proceso hay que volver al postulado básico del materialismo histórico: así como existió una sociedad antigua basada en la esclavitud, la cual fue reemplazada por una sociedad feudal basada en la servidumbre, la cual fue a su vez reemplazada por la sociedad capitalista basada en el trabajo asalariado, también la sociedad burguesa actual anida en su seno una tendencia a su abolición y reemplazo por una formación social superior basada en una organización diferente y más avanzada del proceso de producción. Pero esta tendencia no es lineal ni tiene una resolución  predeterminada, como lo expresó Rosa Luxemburg en su famosa consigna “socialismo o barbarie”.

El triunfo de Trump, expresión aberrante de la crisis capitalista
El ascenso de Donald Trump, al igual que el de Marine Le Pen en Francia o Beppe Grillo en Italia, es una expresión distorsionada de la crisis mundial. La reacción de los obreros de Estados Unidos y Europa contra el establishment político actual es una consecuencia del brutal deterioro en sus condiciones de vida, que no encuentra un canal de expresión por izquierda. Según el estudio “Rising morbidity and mortality in midlife among white non-Hispanic Americans in the 21st century” (“Aumento de la morbilidad y la mortalidad entre los estadounidenses blancos no hispanos de mediana edad en el siglo XXI”), escrito por Anne Case y Angus Deaton y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences en noviembre de 2015, “este aumento para los blancos se explica en gran medida por el aumento de las tasas de mortalidad por intoxicación con drogas y alcohol, el suicidio y las enfermedades hepáticas crónicas y la cirrosis. Aunque todos los grupos de educación vieron aumentos en la mortalidad por suicidio y envenenamientos, y un aumento general en la mortalidad por causas externas, los que tenían menos educación vieron los aumentos más marcados”.
La enfermedad que se ha cobrado 500.000 vidas en 15 años entre la clase obrera norteamericana se llama pobreza. Sus mayores víctimas son personas que sólo tienen estudios secundarios, a los que se desprecia coloquialmente llamándolos basura blanca (white trash). Es una comunidad cuyos ingresos reales, ajustados al coste de la vida, entre 1999 y 2013 cayó un 19%. En un país en el que el sistema de pensiones público es mínimo, esta generación ha visto cómo sus ahorros desaparecían dos veces, en la crisis de las puntocom en 2000 y en la de las hipotecas basura, en 2008, cuando, además, muchos de ellos fueron desahuciados o perdieron su empleo. Las sobredosis de drogas y alcohol, y el suicidio, son una respuesta a la falta de perspectivas, la infelicidad general y la depresión.
A este cuadro devastador hay que sumar los efectos del traslado de las industrias norteamericanas a países con salarios mucho más bajos que los salarios percibidos por los obreros estadounidenses. Para tomar el caso emblemático de Detroit, en 2013 la ciudad tenía una población de 688.701 habitantes, una caída de más del 60 por ciento de una población máxima de más de 1,8 millones de habitantes en el censo de 1950. Con al menos 70.000 edificios abandonados, 31.000 casas vacías y 90.000 terrenos baldíos, Detroit se ha convertido en un ejemplo notorio de la destrucción urbana generada por la crisis del capitalismo y por el intento de la burguesía de superarlo proletarizando a las capas sociales más pobres del planeta.

La responsabilidad de la izquierda

Los marxistas no hacemos un fetiche de las condiciones objetivas ni somos “deterministas económicos”; por el contrario, enfatizamos el rol que la incapacidad de la izquierda norteamericana y europea para dar una expresión política socialista a la crisis jugó en el ascenso de Trump y sus compañeros de ruta europeos, y que le permitió a toda una serie de personajes mediocres y grotescos desempeñar el papel de héroes, como diría Marx. Esos votos de obreros enojados tendrían que ser nuestros; si no lo son, no es porque los obreros tengan una tendencia natural al racismo y la xenofobia –como se ha vuelto un lugar común señalar entre los comentaristas de clase media– sino porque las organizaciones de izquierda se negaron sistemáticamente a adoptar una perspectiva de independencia política para la clase trabajadora y de gobierno obrero hace ya muchas décadas.
En su obituario de Ernest Mandel, Al Richardson –un historiador trotskista inglés ya fallecido cuya lectura recomendamos calurosamente– señaló:

Mandel no se limitó a escribir sobre el marxismo en términos generales, sino que fue uno de los principales líderes de la Cuarta Internacional de la posguerra, y aquí su posición fue infeliz. Porque cuando él descendía de lo general a lo particular, de las ideas a la realidad concreta, su toque estaba lejos de ser seguro. A diferencia de la situación habitual en el movimiento obrero, donde los líderes generalmente están a la derecha de sus organizaciones, Mandel siempre se colocó a la izquierda de sus seguidores [una referencia al “Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional”], proporcionándoles las excusas que necesitaban para políticas cada vez más alejadas de las preocupaciones de la clase trabajadora. El estalinismo del Tercer Mundo, la guerrilla campesina, el pacifismo, el foquismo, la revolución estudiantil y las bases rojas en las universidades, la ecología, el feminismo, los derechos de los animales –de todo hicieron seguidismo. No eran, por supuesto, líderes de nada, sino «dedicados seguidores de la moda», y Mandel siempre estaba a su disposición para proporcionarles una racionalización que sonara a marxismo. (Revolutionary History, Vol. 6, No. 1, 1996)

El fascismo le disputó y le terminó ganando la clase obrera a la izquierda europea en los años 30, en el marco de los zigzags desmoralizantes del estalinismo, que había transformado a los partidos comunistas en herramientas al servicio de la política exterior de la burocracia soviética. Hoy en día la izquierda de los países imperialistas la vuelve a entregar, pero sin dar lucha, porque ella misma ha renunciado a ser dirección de clase. Hasta han llegado a decir que hoy no existe la clase obrera, reemplazándola en sus planteos por fracciones parciales ("negros", "jóvenes," "mujeres") a las que sin embargo les ofrece una salida democratizante. Esto se debió, corresponde enfatizarlo, no a que los trabajadores no crean que pueden tomar el poder, sino a que la propia izquierda en su derrotismo ha renunciado a esa misma perspectiva. Su objetivo final se ha convertido en la "democratización del capitalismo". 
En ausencia de una izquierda real, los levantamientos son capitalizados políticamente por fuerzas reaccionarias y las masas están condenadas a improvisar algún tipo de organización sobre la marcha. Por eso en los Estados Unidos se dio un principio de polarización política, no a través de canales independientes, sino en el seno de los partidos burgueses tradicionales, con el surgimiento de un ala derecha en el ya muy derechista Partido Republicano, liderada por Trump, y de un ala “izquierda” en el Partido Demócrata liderada por Bernie Sanders, un candidato del imperialismo (Sanders votó a favor de atacar Yugoslavia en 1999 y Afganistán en 2001) que hizo campaña en nombre del “socialismo”, levantando algunas reivindicaciones básicas de los sectores populares en los Estados Unidos, como la elevación del salario mínimo y la gratuidad de la educación universitaria. Luego de ganar en 22 Estados y de que el aparato del Partido Demócrata en el gobierno le birlara las primaries, Sanders (a quien las encuestas daban como ganador en una elección contra Trump) llamó a votar por Hillary Clinton, la candidata del inmovilismo, en lugar de postularse como candidato independiente. De esta manera, la elección del “mal menor” allanó el camino para el triunfo del “mal mayor” –lo cual muestra una vez más, esta vez por la negativa, que no existe absolutamente ninguna alternativa a la organización política independiente de la clase obrera en un partido propio.

La izquierda en Argentina

En Argentina, en las filas del trotskismo tuvimos el caso de J. Posadas, que hizo del seguidismo a la burocracia sindical peronista una verdadera profesión de fe (mandó una corona de flores al funeral de Augusto Vandor); y el de Nahuel Moreno, que pasó de un gorilismo cerril a practicar el entrismo en el peronismo y publicar su periódico (Palabra Obrera) “bajo la disciplina del general Perón”, para luego coquetear con el foquismo y teorizar que el campesinado se había convertido en el nuevo sujeto revolucionario, para terminar adaptándose a la democracia burguesa en el marco del MAS. Eso para confinarnos a las corrientes trotskistas; las maoístas, huelga decirlos, son infinitamente peores, como lo atestiguan los recientes peregrinajes del PCR al Vaticano.
Y sin embargo, la izquierda argentina, con todas sus limitaciones, es el partido bolchevique al lado de la izquierda anglosajona o europea, ante todo debido a la presencia del Partido Obrero como eje clarificador de posiciones. En el mismo sentido se enmarca el acto en Atlanta, para sacar el FIT del inmovilismo al que lo ha condenado los devaneos oportunistas del PTS con el kirchnerismo y dotarlo nuevamente de una perspectiva de frente único de clase, no sólo en el terreno electoral sino también en las luchas cotidianas de la clase obrera. La recuperación clasista del Sutna marca el camino para la izquierda argentina.



[1] La Sociedad de las Naciones (SDN) o Liga de las Naciones fue creada por el Tratado de Versalles, que reunió a los vencedores de la I Guerra Mundial, el 28 de junio de 1919. El Pacto de la SDN (los primeros 26 artículos del Tratado de Versalles) fueron redactados en la Conferencia de París, por iniciativa del entonces presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson (1913-1921). La primera asamblea de la Liga se reunió el 15 de noviembre de 1920 con 42 países. Su propósito de impulsar la “cooperación internacional” y el “arbitraje de los conflictos” se desintegró con la crisis de 1929-30 y mostró su completo fracaso con el estallido de la II Guerra Mundial en 1939 (nota del editor).
[2] La “doctrina Truman”, dictada por aquel discurso del presidente Harry Truman (1945-1953) es considerada la declaración formal de la Guerra Fría. Truman manifestó su respaldo a los “pueblos libres que resisten a los intentos de subyugación por minorías armadas o por presiones internas”, con lo cual se refería, por ejemplo, a la “resistencia” del gobierno griego contra las guerrillas durante la guerra civil en ese país (1946-1949). Gran Bretaña, debilitada en extremo después de la guerra, había anunciado su imposibilidad de seguir ayudando a la dictadura griega. Truman, con aquel discurso, indicaba que los Estados Unidos se ponían al frente, activamente, de una cruzada anticomunista internacional (nota del editor).
[3] En 1973, durante el breve gobierno de Héctor Cámpora, por iniciativa del ministro de Economía, José Gelbard, se firmó con la CGT el llamado “pacto social”, que intentaba congelar precios y salarios durante dos años. Durante ese periodo quedaría prohibido pedir aumentos salariales (nota del ed.)



[1] Daniel Gaido es historiador y profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, autor o coautor, entre otros libros, de Theories of Business Cycles and Capitalist Collapse; The Second International and the Comintern Years; The Mass Strike Debate in German Social Democracy y The Formative Period of American Capitalism: A Materialist Interpretation.