lunes, 6 de marzo de 2017

No puedo tener más el calzado puesto




Por Tomás Epstein




No puedo tener más el calzado puesto
bello se ve, y es bello
pero no puedo más
y el calor
—tanto no hace—
y el sueño
—tanto no es—
No puedo tener más el calzado puesto
dicen que debo aprender a lamentarme seriamente
a mí que los lamentos me son tan aburridos
que practico el deporte de la queja, pero con desgano
que soy de los que dice Abelardo Castillo, fanáticos de la vida
que se terminan arrojando al mar
porque los fanáticos de la vida ponemos en ella más fichas de las que puede dar
o nos la pintamos más fácil
No puedo tener más el calzado puesto
y lidio como un idiota con los frentes de tormenta de mi mente tempranamente oxidada
pero es que me gusta soñar pero odio la paciencia
No puedo tener más el calzado puesto
son unas bellas zapatillas, muy nobles, recibieron elogios
y hasta podrían ganar un premio
pero resulta que mi meñique no se las termina de tragar
por más apósitos que le ponga no se las termina de tragar
yo que quisiera ser tanto más salvaje
estoy enclaustrado en este calzado
y el resto de mi ropa se destruye y no llego a arreglarla
o no puedo o no quiero o no tengo la valentía
—es innegable que se requiere una enorme valentía para arreglar unos pantalones
y por eso fallan, hablan en el vacío,
quienes critican al “hombre común”
viva el mandato del infrarrealismo, hacer explotar a las cosas en las cosas, no fuera de ellas
No puedo tener más el calzado puesto
ni puedo concentrarme ni disparar como una flecha
ni controlar la hormona que me dispara una estúpida tristeza
Por eso a todas mis victorias se les entromete un pero
o se vuelven fugaces
o son insuficientes
No puedo tener más el calzado puesto
pero también me aburre la melancolía
y vivo entre dos aguas —por resumirlo, porque
son infinitas aguas estas las del delirio—
dos aguas entre la esperanza y la angustia
porque ya dijo uno que es problema ser fanático de la vida
sobre todo cuando sus pequeñas exigencias
queman el alma como una chispa la pradera
Y amo ciudades que no sé si recorreré y no me entiendo
porque una cosa es añorar lo que ha muerto, como decía Tuñón
una vez que eso ha muerto que lo ha desecho la guerra
y otra el lamento previo
No puedo tener más el calzado puesto
pero vivo pensando en transformar la vida
y no habrá quién me convenza del conformismo;
hay un libro que está en mi cabeza y no he puesto ni letra
vivo a pesar de todas mis predicciones
digo “el día de mañana, quizá…”
y actúo mientras tanto, como le corresponde
a quien
no puede más tener

el calzado puesto

ni descalzarse.

jueves, 2 de marzo de 2017

Feria ARCO (Arte Contemporáneo) en Madrid: el oscuro submundo de los mercados del arte

Inaugurada por la corrompida familia real española con Macri y Awada. Denuncias por un gasto exuberante de 50 millones de pesos para instalar un stand argentino que ni siquiera estuvo terminado el día de la inauguración.




Por Alejandro Guerrero



La Feria Internacional ARCO (Arte Contemporáneo) de Madrid tiene bien puesto su nombre: es, ante todo, una feria, un mercado donde se hacen negocios. La versión 2017 de la muestra —finalizada el domingo 26— ha movido, según sus organizadores, unos 100 millones de euros aunque nadie ahí habla de precios. Y ese es el monto facturado, porque siempre hay otro, soterrado, clandestino. En las artes plásticas, debe recordarse, no rige la ley del valor, porque ¿cuánto cuesta un Van Gogh o un Rembrandt? Exactamente lo que un coleccionista esté dispuesto a pagar. Por eso, y porque cualquier obra de arte pasa por cualquier aduana en su estuche y no paga impuestos ni necesita ser declarada, las grandes galerías —y las no tan grandes— son un ámbito ideal para lavar dinero.
Por eso no deja de ser todo un símbolo que este año ARCO haya sido inaugurada por Mauricio Macri —un experto en off-shore, otrora procesado por contrabandear autos aunque en aquel caso “la famiglia” hizo destituir al juez— con su mujer, Juliana Awada —vinculada desde hace muchos años con el mercado del arte y las galerías, acusada reiteradamente de emplear fuerza de trabajo semiesclava en sus talleres textiles. Con ellos estuvo la familia real española, que apenas logra eludir la cárcel por hechos de corrupción variadísimos.
La Argentina fue el país invitado en esta versión de la feria, y ARCO hizo que se trasladara por unos días a Madrid la pelea entre macristas y kirchneristas por ver quién más corrupto. Ahora, según los diputados Liliana Mazure y Rodolfo Tailhade, ambos del Frente para la Victoria, el ministro de Cultura, Pablo Avelluto, y la mujer de Macri gastaron unos 3 millones de euros (más o menos 50 millones de pesos) para instalar el stand argentino en la feria. Para eso, dicen los denunciantes, se firmaron contratos clandestinos cuyos términos no se conocen.
Por otra parte, el stand argentino, curado por Inés Katzenstein, ni siquiera estuvo terminado el día de la inauguración, de modo que al gasto exorbitante se le añadió un papelón. El stand, además, recibió críticas peor que ácidas por su gusto dudoso y la escasísima imaginación que exhibió.
La feria ARCO tiene dos partes, una secreta y otra pública. Las actividades de los primeros días están reservadas a “especialistas”; es decir a marchants, a mercaderes del arte, galeristas y lavadores, y hasta podría ocurrir que se negocien allí piezas no declaradas, de las que se han “extraviado” en distintos países. Dicen los cronistas que en esos días por ahí anduvo, entre otros, Eduardo Costantini, propietario del Malba en Buenos Aires, y que pagó cifras de cinco ceros por algunas pinturas de Alejandra Seeber y Guillermo Kutika. Como para darle la razón a la directora de ARCO 2017, Rosina Gómez-Baeza Tinturé: “El mundo del arte mueve mucho dinero”.
Como se ve, el arte no es en modo alguno la finalidad de la feria. El propósito de ARCO, como todas las muestras de su estilo, es hacer negocios —algunos oscuros— y el arte sólo es un medio para realizarlos.
Según Marta Minujin, en el arte “no hay nada nuevo desde los años 60”. Cuando fue preguntada por las novedades que podrían verse en ARCO, la artista argentina respondió: “De todas las puertas abiertas en los 60 la gente hace variaciones, no hay nada nuevo. Como en el rock: todo son repeticiones. Algunas fantásticas y geniales, pero no es que alguien invente algo” (El País, 17/2). Seguramente no es casual que la última explosión de creatividad artística se haya producido al mismo tiempo que la fortísima oleada revolucionaria de aquellos años. Luego sobreviene el impasse, la transición.
Párrafos aparte merece el gran artista conceptualista argentino Alberto Greco, presente a su pesar en ARCO. Algunas páginas sueltas de su obra “Besos brujos”, que combina literatura y plástica en una combinación alucinante de textos y dibujos con tinta, se vendieron en 500 mil euros. Fue la penúltima obra de Greco, en 1966. La última fue su propia muerte, que él convirtió en obra de arte: pintó las paredes de su cuarto en Barcelona en una sucesión que advierte “Esta es mi mejor obra”. Luego escribió en la palma de su mano la palabra “Fin” y se suicidió. Tenía 34 años.
Ahora, hasta los expertos de ARCO consideraron que “Besos brujos”, por sus características, debería estar en un museo público y no en una colección privada. En agosto de 2015, cuando se cumplieron 50 años de la edición de aquella obra, Prensa Obrera escribió (una nota de Miriam Liguori y de quien esto escribe):
“Greco, considerado por algunos el fundador del arte contemporáneo argentino, fue el iniciador en nuestro país del informalismo, esa escuela rebelde a la que pertenecieron artistas como Rómulo Macció, Keneth Kemble, Clorindo Testa o Martha Peluffo. Opuestos al academicismo artístico, usaban (Greco fue el primero en hacerlo) elementos de collage, telas orinadas, dibujos entremezclados con excrementos de aves (como Ferrari haría después) o trapos viejos a modo de bastidores (un recurso que luego sería habitual en Berni)… Entre ellos, Greco, una personalidad particularmente fuerte, grita desde su obra que se siente atrapado, frustrado, controlado, y que busca casi desesperadamente rebelarse contra ese estado de cosas (en 1961, en una performance callejera, hizo pegar carteles en las paredes que decían ‘Alberto Greco ¡qué grande sos!’ para recrear una parte de la entonces prohibidísima ‘Marcha Peronista’, aunque el peronismo había encarcelado a Greco en 1950 por exponer poemas y dibujos eróticos)”.
Es una constante: aquel arte rebelde de los años 60 y 70, de artistas que quisieron fusionar la vanguardia artística con la vanguardia política, con las luchas de la clase obrera, hoy han sido transformados por los mercaderes del arte en piezas de colección que cotizan fortunas. La burguesía, decía Marx, construye un mundo a su imagen y semejanza. En materia de arte, ese fenómeno se opera en antros como ARCO.
Se trata de arrebatarle a la burguesía el monopolio de la belleza.