jueves, 2 de marzo de 2017

Feria ARCO (Arte Contemporáneo) en Madrid: el oscuro submundo de los mercados del arte

Inaugurada por la corrompida familia real española con Macri y Awada. Denuncias por un gasto exuberante de 50 millones de pesos para instalar un stand argentino que ni siquiera estuvo terminado el día de la inauguración.




Por Alejandro Guerrero



La Feria Internacional ARCO (Arte Contemporáneo) de Madrid tiene bien puesto su nombre: es, ante todo, una feria, un mercado donde se hacen negocios. La versión 2017 de la muestra —finalizada el domingo 26— ha movido, según sus organizadores, unos 100 millones de euros aunque nadie ahí habla de precios. Y ese es el monto facturado, porque siempre hay otro, soterrado, clandestino. En las artes plásticas, debe recordarse, no rige la ley del valor, porque ¿cuánto cuesta un Van Gogh o un Rembrandt? Exactamente lo que un coleccionista esté dispuesto a pagar. Por eso, y porque cualquier obra de arte pasa por cualquier aduana en su estuche y no paga impuestos ni necesita ser declarada, las grandes galerías —y las no tan grandes— son un ámbito ideal para lavar dinero.
Por eso no deja de ser todo un símbolo que este año ARCO haya sido inaugurada por Mauricio Macri —un experto en off-shore, otrora procesado por contrabandear autos aunque en aquel caso “la famiglia” hizo destituir al juez— con su mujer, Juliana Awada —vinculada desde hace muchos años con el mercado del arte y las galerías, acusada reiteradamente de emplear fuerza de trabajo semiesclava en sus talleres textiles. Con ellos estuvo la familia real española, que apenas logra eludir la cárcel por hechos de corrupción variadísimos.
La Argentina fue el país invitado en esta versión de la feria, y ARCO hizo que se trasladara por unos días a Madrid la pelea entre macristas y kirchneristas por ver quién más corrupto. Ahora, según los diputados Liliana Mazure y Rodolfo Tailhade, ambos del Frente para la Victoria, el ministro de Cultura, Pablo Avelluto, y la mujer de Macri gastaron unos 3 millones de euros (más o menos 50 millones de pesos) para instalar el stand argentino en la feria. Para eso, dicen los denunciantes, se firmaron contratos clandestinos cuyos términos no se conocen.
Por otra parte, el stand argentino, curado por Inés Katzenstein, ni siquiera estuvo terminado el día de la inauguración, de modo que al gasto exorbitante se le añadió un papelón. El stand, además, recibió críticas peor que ácidas por su gusto dudoso y la escasísima imaginación que exhibió.
La feria ARCO tiene dos partes, una secreta y otra pública. Las actividades de los primeros días están reservadas a “especialistas”; es decir a marchants, a mercaderes del arte, galeristas y lavadores, y hasta podría ocurrir que se negocien allí piezas no declaradas, de las que se han “extraviado” en distintos países. Dicen los cronistas que en esos días por ahí anduvo, entre otros, Eduardo Costantini, propietario del Malba en Buenos Aires, y que pagó cifras de cinco ceros por algunas pinturas de Alejandra Seeber y Guillermo Kutika. Como para darle la razón a la directora de ARCO 2017, Rosina Gómez-Baeza Tinturé: “El mundo del arte mueve mucho dinero”.
Como se ve, el arte no es en modo alguno la finalidad de la feria. El propósito de ARCO, como todas las muestras de su estilo, es hacer negocios —algunos oscuros— y el arte sólo es un medio para realizarlos.
Según Marta Minujin, en el arte “no hay nada nuevo desde los años 60”. Cuando fue preguntada por las novedades que podrían verse en ARCO, la artista argentina respondió: “De todas las puertas abiertas en los 60 la gente hace variaciones, no hay nada nuevo. Como en el rock: todo son repeticiones. Algunas fantásticas y geniales, pero no es que alguien invente algo” (El País, 17/2). Seguramente no es casual que la última explosión de creatividad artística se haya producido al mismo tiempo que la fortísima oleada revolucionaria de aquellos años. Luego sobreviene el impasse, la transición.
Párrafos aparte merece el gran artista conceptualista argentino Alberto Greco, presente a su pesar en ARCO. Algunas páginas sueltas de su obra “Besos brujos”, que combina literatura y plástica en una combinación alucinante de textos y dibujos con tinta, se vendieron en 500 mil euros. Fue la penúltima obra de Greco, en 1966. La última fue su propia muerte, que él convirtió en obra de arte: pintó las paredes de su cuarto en Barcelona en una sucesión que advierte “Esta es mi mejor obra”. Luego escribió en la palma de su mano la palabra “Fin” y se suicidió. Tenía 34 años.
Ahora, hasta los expertos de ARCO consideraron que “Besos brujos”, por sus características, debería estar en un museo público y no en una colección privada. En agosto de 2015, cuando se cumplieron 50 años de la edición de aquella obra, Prensa Obrera escribió (una nota de Miriam Liguori y de quien esto escribe):
“Greco, considerado por algunos el fundador del arte contemporáneo argentino, fue el iniciador en nuestro país del informalismo, esa escuela rebelde a la que pertenecieron artistas como Rómulo Macció, Keneth Kemble, Clorindo Testa o Martha Peluffo. Opuestos al academicismo artístico, usaban (Greco fue el primero en hacerlo) elementos de collage, telas orinadas, dibujos entremezclados con excrementos de aves (como Ferrari haría después) o trapos viejos a modo de bastidores (un recurso que luego sería habitual en Berni)… Entre ellos, Greco, una personalidad particularmente fuerte, grita desde su obra que se siente atrapado, frustrado, controlado, y que busca casi desesperadamente rebelarse contra ese estado de cosas (en 1961, en una performance callejera, hizo pegar carteles en las paredes que decían ‘Alberto Greco ¡qué grande sos!’ para recrear una parte de la entonces prohibidísima ‘Marcha Peronista’, aunque el peronismo había encarcelado a Greco en 1950 por exponer poemas y dibujos eróticos)”.
Es una constante: aquel arte rebelde de los años 60 y 70, de artistas que quisieron fusionar la vanguardia artística con la vanguardia política, con las luchas de la clase obrera, hoy han sido transformados por los mercaderes del arte en piezas de colección que cotizan fortunas. La burguesía, decía Marx, construye un mundo a su imagen y semejanza. En materia de arte, ese fenómeno se opera en antros como ARCO.
Se trata de arrebatarle a la burguesía el monopolio de la belleza.

3 comentarios:

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    1. La nota dice que no rige la ley del valor porque lo que vale la obra no está determinado por el tiempo socialmente necesario para producirla, como sucede con cualquier otra mercancía. Muchas gracias por tu comentario.

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