Por Tomás Epstein
No puedo tener más el calzado puesto
bello se ve, y es bello
pero no puedo más
y el calor
—tanto no hace—
y el sueño
—tanto no es—
No puedo tener más el calzado puesto
dicen que debo aprender a lamentarme seriamente
a mí que los lamentos me son tan aburridos
que practico el deporte de la queja, pero con desgano
que soy de los que dice Abelardo Castillo, fanáticos de
la vida
que se terminan arrojando al mar
porque los fanáticos de la vida ponemos en ella más
fichas de las que puede dar
o nos la pintamos más fácil
No puedo tener más el calzado puesto
y lidio como un idiota con los frentes de tormenta de mi
mente tempranamente oxidada
pero es que me gusta soñar pero odio la paciencia
No puedo tener más el calzado puesto
son unas bellas zapatillas, muy nobles, recibieron
elogios
y hasta podrían ganar un premio
pero resulta que mi meñique no se las termina de tragar
por más apósitos que le ponga no se las termina de tragar
yo que quisiera ser tanto más salvaje
estoy enclaustrado en este calzado
y el resto de mi ropa se destruye y no llego a arreglarla
o no puedo o no quiero o no tengo la valentía
—es innegable que se requiere una enorme valentía para
arreglar unos pantalones
y por eso fallan, hablan en el vacío,
quienes critican al “hombre común”
viva el mandato del infrarrealismo, hacer explotar a las
cosas en las cosas, no fuera de ellas
No puedo tener más el calzado puesto
ni puedo concentrarme ni disparar como una flecha
ni controlar la hormona que me dispara una estúpida
tristeza
Por eso a todas mis victorias se les entromete un pero
o se vuelven fugaces
o son insuficientes
No puedo tener más el calzado puesto
pero también me aburre la melancolía
y vivo entre dos aguas —por resumirlo, porque
son infinitas aguas estas las del delirio—
dos aguas entre la esperanza y la angustia
porque ya dijo uno que es problema ser fanático de la
vida
sobre todo cuando sus pequeñas exigencias
queman el alma como una chispa la pradera
Y amo ciudades que no sé si recorreré y no me entiendo
porque una cosa es añorar lo que ha muerto, como decía
Tuñón
una vez que eso ha muerto que lo ha desecho la guerra
y otra el lamento previo
No puedo tener más el calzado puesto
pero vivo pensando en transformar la vida
y no habrá quién me convenza del conformismo;
hay un libro que está en mi cabeza y no he puesto ni
letra
vivo a pesar de todas mis predicciones
digo “el día de mañana, quizá…”
y actúo mientras tanto, como le corresponde
a quien
no puede más tener
el calzado puesto
ni
descalzarse.
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