por Gustavo Montenegro
La victoria del candidato
oficialista Lenin Moreno en los comicios ecuatorianos ha sido saludada por el
progresismo continental como un freno al avance de la derecha.
Pero lo cierto es que el
retroceso electoral del oficialismo ha sido estrepitoso: los resultados de la
primera vuelta implicaron una caída de diecisiete puntos con respecto a la
última reelección de Rafael Correa, así como la pérdida de la mayoría de dos
tercios en la Asamblea Nacional. En el ballotage, el banquero Guillermo Lasso
–que denuncia fraude y no reconoce los resultados- cosechó el apoyo de otras
expresiones políticas y quedó a apenas tres puntos de diferencia del candidato
del oficialismo.
El telón de fondo de este
retroceso es la crisis económica. La caída de los precios del petróleo le dio
un golpe demoledor a la economía ecuatoriana y mostró los límites insalvables
de la ‘revolución ciudadana’, que montó sobre la bonanza petrolera y minera una
importante malla de contención social pero sin
proceder a ningún cambio de fondo en las relaciones sociales. El agotamiento de
ese régimen (que Correa complementó con una política de cooptación y represión
de los movimientos populares -quita de la personería gremial al gremio de
maestros) ya estaba dado, no dependía en absoluto –contra lo que repitió hasta
el hartazgo Página 12- del desenlace electoral.
Lenin Moreno, quien durante toda la campaña se cansó de
aclarar que sería el presidente del ‘diálogo’ y la ‘unidad’, será el encargado
de dar un salto en una política de ajuste que inició el mismo Correa, con
medidas como el aumento del IVA.
Pese a las diferencias entre Lenin Moreno y Lasso en materia
de política y exterior y en los ritmos del ajuste, la coincidencia entre ambos en
la necesidad de avanzar en un recorte, que deberán pagar las masas, es nítida.
Sin mucho para ofrecer, las
campañas de ambos candidatos en el ballotage tuvieron un enfoque negativo: unos
enfatizaron el miedo al regreso a los ‘90; los otros invocaron el fantasma de
una Venezuela devastada.
La izquierda y el
centroizquierdismo ecuatoriano han cumplido un papel sumamente negativo,
acentuando una polarización ficticia. El dato más notable es que todo un sector
de los sindicatos y movimientos sociales se alineó expresamente con la candidatura
del neoliberal Lasso, en nombre de derrotar lo que califican como un régimen
dictatorial.
El primero en dar el apoyo a
Lasso fue el general “Paco” Moncayo, que agrupó a estos sectores en la primera
vuelta cosechando un 7% de los votos. Estos sectores no sólo hicieron un
llamado a votar a Lasso sino que se encargaron de llamar expresamente –en una
declaración suscripta por organizaciones de peso como la UGTE y la Unión de
Educadores- a “no votar nulo o blanco porque favorece al
candidato oficialista”.
El estalinista PCMLE (Partido Comunista
Marxista Leninista del Ecuador), que fue a fondo en esta política, reconoció
que ambas fórmulas “representan los intereses económicos y políticos de la gran
burguesía” pero señaló que “nuestra postura busca propinar una derrota a la
facción burguesa en el poder que se ha convertido en el enemigo político
principal de los trabajadores” (En Marcha 1765, 30/3). Un círculo de nunca
acabar: para derrotar a la facción burguesa en el poder, buscaron contribuir
–sin éxito- a la victoria de la facción burguesa en la oposición. En
definitiva, el criterio de este grupo implica la postergación indefinida de la
construcción de una salida independiente de los explotados.
La nueva etapa que se abre en Ecuador reclama
que el movimiento obrero, indígena y campesino asuma una fisonomía política
propia.
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