por Alejandro Guerrero
Lo primero que viene a la imaginación es la muerte
horrorosa, la sensación del sepulcro en vida bajo un abismo de agua, la de esa
agonía indecible de 43 hombres y una mujer a bordo del submarino ARA San Juan
cuando la esperanza de encontrar con vida a esa gente parece diluirse porque
hasta buques y aviones de búsqueda de alta tecnología, pertenecientes a fuerzas
militares de las más avanzadas del mundo –Estados Unidos y Gran Bretaña, por ejemplo− no logran dar con ellos.
Por eso resulta necesario un esfuerzo muy
especial para abstraerse de esa pesadilla aplastante y empezar con
preguntas indispensables ¿qué pasó y por qué?
En ese punto, se hace obligatorio recordar que el Senado dio
media sanción a un pedido del gobierno que estuvo en práctica aún antes de que
lo aprobara Diputados: el ingreso de tropas norteamericanas de tierra en territorio argentino y
de naves de guerra de ese país en nuestro mar territorial, junto con fuerzas
chilenas, para desarrollar maniobras militares de alta especialización. No es
novedoso: sólo una versión ampliada de una autorización parecida que les dio el
gobierno kirchnerista en 2014 –cuando
el genocida César Milani era jefe del Ejército− para operar en tierra y mar argentinos.
En lo que constituye casi un símbolo, el último contacto con
el ARA San Juan se tuvo en el golfo San Jorge, a la altura del Chubut, donde
desembarcaron los marines norteamericanos. Se trata, conviene recordar, de la
provincia donde Gendarmería secuestró y asesinó a Santiago Maldonado para
proteger las tierras usurpadas por pulpos como Benetton y otros por el estilo.
Por eso resulta lógico pensar que el ARA San Juan era parte de esas maniobras o
se dirigía a tomar parte de ellas. Sólo se ha informado que la nave se dirigía
a Mar del Plata, donde tiene su apostadero habitual, pero no está clara su
procedencia, de modo que puede inducirse que tomaba parte de alguna de las 22
maniobras previstas para este año y el próximo con las fuerzas extranjeras.
El submarino perdido es un TR-1700 construido para la Armada
argentina en 1985 en Alemania. Aunque es una de las pocas naves de la ARA
posteriores a la II Guerra Mundial, se trata de una antigüedad que no tiene
incorporada tecnología de punta, salvo la posibilidad de inflar tanques y
emerger como un globo en caso de emergencia. No lo ha hecho.
De 66 metros de eslora y 7,50 metros de manga, es una lata
asfixiante en la cual la tripulación apenas puede moverse. Está preparado,
según sus constructores, para atacar fuerzas de superficie, a otros submarinos, a tráfico mercante y para efectuar operaciones de minado.
El gobierno, cuando hizo autorizar por el Senado las
maniobras con los yanquis, indicó que se harían, además, “ejercicios avanzados
de guerra antisubmarina”. Armatostes de tecnología atrasada como el ARA San
Juan sólo pueden ser una suerte de mucamos logísticos de la Armada
norteamericana. Y cuidado, porque esas prácticas incluirán “guerra antiaérea,
guerra litoral y operaciones de interceptación y captura de buques mercantes
para el control y prevención de ilícitos…” Es decir, actividad militar interna.
El objetivo de esas operaciones es tan difuso que le da una
amplitud ilimitada: dice ser un entrenamiento para hacer frente a “nuevas amenazas”.
Incluso el gobierno uruguayo ha protestado por la “omisión maliciosa” de las
verdaderas hipótesis de conflicto de los ejercicios conjuntos. Por ejemplo, una
de las operaciones previstas, llamada “Team Work South”, incluirá a soldados
chilenos para entrenarlos en el combate al “terrorismo, la piratería y el
contrabando”.
Así, Macri avanza audazmente sobre los pasos del gobierno
anterior en la violación explícita de la Ley de Defensa Nacional, que prohíbe a
los militares tomar parte en tareas de seguridad interior. Esa ley, cierto es,
siempre fue una fantochada: durante la gestión del criminal Milani, el Ejército
y la Gendarmería desarrollaron tareas explícitas de espionaje a dirigentes
sindicales y sociales, opositores políticos y periodistas molestos en el
denominado “Proyecto X”.
Corresponde responder a esto con una fuerte movilización,
que no se detenga hasta que no quede en el país un solo militar extranjero. Es
de interés primordial, porque el objetivo de esos ejercicios no puede ser otro
que imponer en toda Latinoamérica el “Libro Blanco”, aprobado por el Perú en
2005, que permite convocar a militares locales y extranjeros al combate contra
“amenazas internas”, como, por ejemplo, la presencia de “grupos terroristas y
subversivos” o “grupos radicales que promueven la violencia social y desbordes
populares”.
Mientras tanto, la hermana del oficial Javier Gallardo, un submarinista
de la nave perdida, denunció por Radio Brisas, de Mar del Plata, que las
autoridades de la Armada ni siquiera se comunicaron con su familia y sólo les
dicen que “están buscando”. Algo ocultan.
Los suboficiales y los oficiales jóvenes de las Fuerzas
Armadas están obligados a reflexionar sobre el papel que les obligan a cumplir,
el modo en que les hacen servir y los transforman a ellos mismos en fuerzas de
ocupación. Ahora, 44 marinos argentinos son víctimas de esta política de
entrega y sumisión, de represión al pueblo trabajador argentino, a los pueblos
originarios, en defensa de los invasores, de los usurpadores imperialistas.
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