martes, 27 de septiembre de 2016

El carnicero






















“…la delincuencia tiene una cierta utilidad económica-política en las sociedades que conocemos. La utilidad mencionada podemos revelarla fácilmente: cuantos más delincuentes existan más crímenes existirán, cuanto más crímenes más miedo tendrá la población y cuanto más miedo haya en la población más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial.
(…)
“La existencia de ese pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones de aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica por qué en los periódicos, en la radio, en la televisión, en todos los países del mundo sin ninguna excepción, se concede tanto espacio a la criminalidad como si se tratase de una novedad en cada nuevo día…”

Michel Foucault, “Las redes del poder”, Almagesto, Bs. As., 1991.


El carnicero Daniel Oyarzún (se lo veo en un video que estremece) golpeaba el cuerpo inerme, moribundo, de Brian González. El ladrón yacía debajo del auto de ese hombre que lo estaba matando, que lo había perseguido hasta atropellarlo y aplastarlo contra un poste. La rueda delantera izquierda del vehículo de Oyarzún le había pasado por encima y ahora el muchacho estaba tirado ahí, con el coche encima. Oyarzún lo pateaba y le gritaba: “¡La concha de tu madre, te mato! ¡No me importa ir preso!” Casi de inmediato el carnicero recibió la solidaridad de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, y de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Detrás de ellas llegó la orden explícita de Mauricio Macri al juez de la causa: el homicida debía “estar tranquilo con su familia”. Al mismo tiempo, manifestaciones vecinales en Zárate pedían la libertad de Oyarzún.
Brian González, con otro cómplice, le había robado 5 mil pesos a ese hombre que ahora está acusado de homicidio simple y aguarda en su casa, como ordenó Macri, el proceso judicial. “Soy un buen hombre, un padre de familia”, diría después entre lágrimas. Seguramente es cierto, lo cual le da a todo el asunto una ración doble de espanto por los niveles de crueldad criminal a los que puede llegar “un buen hombre, un padre de familia”. El carnicero añadió: “Si hubiera más seguridad esto no me habría pasado”, lo cual también es cierto.
En general, el pedido de “más seguridad” se asocia con la presencia de más policía, y hasta una “progresista” como Beatriz Sarlo atribuye el problema a la ausencia del Estado.
En verdad, todo indica que el problema, así formulado, queda invertido (como casi todas las cosas, que por lo general se presentan con una apariencia inversa a lo que realmente son).
Para tratar de ponerlo al derecho: la inseguridad no obedece a la ausencia del Estado sino, por el contrario, a su presencia corrompida.
Tal como la describe Foucault, la cuestión queda reducida a una generalidad de simpleza casi angelical. Al sistema de dominación le resulta indispensable el delito porque gracias a él los controles policiales, la presencia permanente y casi íntima de los organismos estatales de represión se vuelve aceptada y, es más, deseable y solicitada. Pero es todo peor, mucho peor.
Ocurre en la Argentina, y la provincia de Buenos Aires es un caso extremo, que esos sistemas policiales de control son fábricas de delitos. La policía maneja un entramado mafioso que incluye zonas liberadas para cometer robos, narcotráfico, redes de trata, prostitución, juego clandestino, desarmaderos de autos robados y, por supuesto, el amplio menú de coimas cobradas por las patotas de calle. La policía es la gran organizadora del delito, la peor de la bandas, y opera en complicidad con jueces, intendentes y punteros políticos. Es el Estado, su presencia y no su ausencia.
La policía introduce las drogas –las peores— entre las franjas de jóvenes arrojados a la marginalidad, los obliga a su vez a traficar y a robar para la comisaría y reparte el botín con intendentes, punteros y jueces.
Sobreviene, entonces, la descomposición criminal del “buen hombre, padre de familia”, pequeño burgués embrutecido que asesina con alevosía a quien le roba 5 mil pesos. Y el poder del Estado avala el crimen y el vecindario lo respalda. Es el huevo de la serpiente, trasparente, traslúcido, que deja ver a la bestia que se desarrolla en su interior.
La movilización popular por la inseguridad necesita encontrar el camino de las comisarías, intervenirlas, poner bajo su propio control desde los libros de guardia hasta la organización de las cuadrículas y el trabajo de calle. Los vecinos saben dónde están los kioscos de droga y demás centros del delito protegidos por la policía. Necesitamos tomar en manos propias el poder de policía, un paso de primera importancia para construir otro Estado.
Para que no haya más carniceros ni Brian González.

Alejandro Guerrero

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