jueves, 29 de septiembre de 2016

Raúl Barboza: de chamamé, con Nietzsche e Isabella.

























Anoche estuve en la Sala Lavardén, en Rosario, escuchando al maestro Raúl Barboza.
Esta vez habló mucho más que la anterior.
Intercaladas entre temas, sus anécdotas tienen el color y el sonido de su acordeón.
Siempre recuerda a los viejos chamameceros y no repitió, salvo los nombres, las que contara hace unos meses en la misma sala.
Nunca toca exactamente igual el mismo tema.
Hasta al infaltable Kilómetro 11 le hizo pequeñas diferencias cromáticas. Sospecho que los chamamés muy tradicionales y conocidos por la mayoría, los toca por respeto al público y como homenaje a sus autores.

Nunca se repite.

Escuchó un tango de un grabador de cinta abierta en la casa de Tránsito Cocomarola. Le pregunta a la mujer quién tocaba y ella le responde: Coco.

-Tocaban tangos, dice…

Luego interpretó temas de su reciente CD Cuarteto Barboza.
Cautivante  Duende de la siesta.

Cuando llegué a casa, obvio, puse el CD... y ahí estaba el Duende esperándome entre los bits... Pero, aun siendo muy bello, no era igual a la versión que escuché en vivo.
Recordó a su madre, "tiernamente severa" (carcajada del público), organizadora, que llevaba las riendas del hogar.
Su padre era “más mano suelta”, pero como músico nunca lo reprendió y lo invitaba a mejorar lo que tocaba… desde sus 8 años.
Orgulloso de su padre, que fue boyerito en el campo, un “iletrado” (sic) que aprendió a leer de grande.
La madre fue la que ahorró moneda sobre moneda para decirle un día al padre que le comprara un acordeón.
Así tuvo su primera verdulera de dos filas, “diatónica”… explicó que es parecido a que un piano no tenga teclas negras.
Homenajeó a los hermanos Anconetani (Luis, Juan y Nazareno). Los que le hicieron por pedido de su padre la primera acordeón muy parecida a la que usa ahora.
Orgulloso de tocar con la primera acordeón argentina.

Tocó Nazareno el artesano, también incluido en su CD reciente.
Habló brevemente de sus giras por el mundo, llevando el chamamé.
Para el Bicentenario argentino, fue a tocar a Rumania.
Dentro de sus citas y recuerdos, demuestra su capacidad de observación atenta y profunda.
Dice que le impactó una frase que escriben en pizarras blancas en algunos comercios de París.

“La frase –continúa- es de un alemán… Nietzsche… y decía el cartel: ‘Sin música la vida sería un error". Nunca más la olvidó.

Terminó con un bis del bis… tocando bien adelante del escenario, sin los músicos, su acordeón desnuda de amplificadores y micrófonos.
Su menuda humanidad y su acordeón Anconetani, negra y austera, que suena extraordinaria, se tornaron más enormes, casi gigantes, en el borde del escenario con poca luz.
Siempre baja cuando se retira la mayoría de la gente para saludar uno por uno y sacarse todas las fotos que le pidan.

Esperé, sabiendo que aparecería, esperé que llegara a mí, le estreché la mano como queriendo abrazarlo.
Le dije: “Maestro, le estoy terminando una cuna a mi nieta que parece nace antes, de apurada”. Él me miraba curioso. “Bueno -seguí- me duele mucho un hombro de hacer todo a mano, pero usted ha logrado que me olvide del dolor en todo su recital”.
Largó una carcajada medida, achinó más sus ojos, apretó más fuerte mi mano y me dijo: “Me alegro mucho”.
Nuevamente con el respeto que infunde el talento humilde, le largué: “Maestro, usted es el Bela Bartok del chamamé”. Simplemente sonrió, complaciente.
Me fui sintiendo nuevamente el dolor en el hombro, pero sentía distintas las baldosas.
En las seis o siete cuadras que caminé hasta el auto, me di cuenta, como si un rayo me cayera en la cabeza… algo tan simple que había olvidado:
Barboza logra construir con su música y sus relatos una complicidad imponente, íntima.
Eso es ni más ni menos la magia del arte: la complicidad entre productor-obra-público.
Cuando aplaudíamos, regresaban algunos pinchazos en el hombro, la panza de July, la imagen de la última ecografía.
Uno de los regresos más dulces a San Lorenzo, el CD que me quemaba en el bolsillo, el dolor de hombro constante por Isabella que vendrá en pocos días.
Sí, acertaron: mi casi destruido Fiestita no tiene reproductor.
Mañana le doy los últimos retoques de pintura a la cuna… Entonces sí, vení pronto Isabella.


Luis Calarota
(desde San Lorenzo, Santa Fe)

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