viernes, 30 de septiembre de 2016

SIRIA El martirio de Alepo o la “pequeña guerra mundial”






















“Calles enteras con decenas de edificaciones han quedado arrasadas, después de haber sufrido incendios incontrolables. Médicos sin Fronteras informa que los hospitales están desbordados. Los cirujanos están amputando miembros para salvar a los heridos ante la falta de sangre y medicinas” (El País, 24/9). El diario español titula su nota: “Diluvio de fuego en Alepo”. La ciudad, otrora centro comercial de Siria y un emblema de la civilización meso-oriental, es una ruina: centenares de muertos, otros tantos bajo escombros, 2 millones de personas sin agua y 250 mil bajo bombardeos -los peores en cinco años y medio de guerra- constituyen una catástrofe sin precedentes en el conflicto. Quedan 35 médicos para esas 250 mil personas y la aviación rusa ataca hospitales. Esto ocurre después del fracaso diplomático ruso-norteamericano que intentó establecer una tregua quebrada en menos de 48 horas.

La aviación rusa y la siria utilizan, según diversas denuncias, bombas incendiarias de fósforo blanco, mientras las tropas de tierra del Bashar al-Assad disparan obuses antibúnker (penetran profundamente en los edificios antes de estallar), ambos prohibidos por las convenciones internacionales sobre la guerra. El avance terrestre de las tropas del gobierno ha comenzado y sus soldados dicen haber ocupado, aunque los opositores lo desmienten, el distrito Handarat (un antiguo campo de refugiados palestinos), la Academia Militar y lo que queda de las barriadas de Al Qalasa y Bustan al-Qasar. Ya el 16 de febrero, BBC Mundo (edición digital de la BBC de Londres) había dicho, al analizar las atrocidades de este conflicto y las alianzas políticas y militares desplegadas en él, que se trata de una “pequeña guerra mundial”, que señala, por tanto, las tendencias de la crisis capitalista a desembocar en la guerra “grande”, en la catástrofe definitiva.

“La paz es imposible”

“Todo el mundo retomó las armas”, ha dicho el enviado especial de la ONU a Siria, Steffan de Mistura. “Es un aniquilamiento en todos los sentidos de la palabra”, añadió el titular de Defensa Civil de Alepo, Amar al-Selmo (La Nación, 24/9). “Todo el mundo” es, por un lado, la coalición que respalda al presidente sirio, al-Assad, e incluye a Rusia, Irán y las milicias libanesas de Hezbollah; por el otro, las fuerzas rebeldes armadas y entrenadas por el Pentágono y sostenidas por Arabia Saudita, Qatar, Turquía (por el momento) y, por lo tanto, Israel. En el medio quedan las milicias kurdas, las únicas que combaten allí por una demanda nacional legítima pero se ven subordinadas a la diplomacia y a la asistencia militar norteamericanas. Los kurdos se mueven en un equilibrio peor que precario, puesto que luchan contra los Estados turco e iraquí, aliados de los norteamericanos, al tiempo que pelean también contra al-Assad, enemigo de Washington.

“En estas condiciones, la paz es imposible”, declaró Vladimir Putin. “Lo que es imposible es la victoria militar de alguno de los bandos”, respondió Obama (La Nación, 21/9), por lo que insistió en proponer una salida diplomática que ya fracasó cuando la aviación de los Estados Unidos bombardeó posiciones del ejército sirio y mató a unos 60 militares. El Pentágono aseguró que fue un error, pero nadie le creyó. Enseguida, los aviones rusos atacaron un convoy humanitario que llevaba provisiones a la zona controlada por los rebeldes, con lo que provocó una cincuentena de muertos y la destrucción de 18 camiones. Así terminó una tregua que duró menos de dos días.

“La paz es imposible” y “la victoria militar es lo imposible”: las declaraciones de los presidentes de Rusia y Estados Unidos resumen en buena parte el pantano sanguinolento en el que parece haberse estancado la guerra siria. Ese estancamiento ya produce disidencias internas en el alto mando norteamericano, que se conocieron en junio y aún se desenvuelven. El 22 de junio The New York Times reveló esas discrepancias volcadas en un “canal de disidencias” o “dissent channel”, una suerte de correo interno creado por el Departamento de Estado durante la guerra de Vietnam. Un sector, el de los “halcones”, propone una intervención militar directa aunque sin involucrar tropas terrestres. Se trataría de ataques con armas a distancia y operaciones aéreas, de modo de abrir un proceso diplomático “más duro” bajo control de Washington. Los otros, entre quienes se encontraría Obama, quieren evitar un colapso brusco del régimen de al-Assad y recuerdan los casos de Libia y Afganistán, donde, una vez derrocados los gobiernos que la Casa Blanca consideraba hostiles, las facciones vencedoras se trenzaron en guerras tribales por el poder y provocaron la desintegración lisa y llana del Estado. Por lo demás, la intervención de aviones norteamericanos los enfrentaría físicamente con la aviación rusa, lo que llevaría el conflicto a extremos que por el momento se quieren evitar. Por otra parte, el hecho de que los aviones rusos ya estén operando allí muestra que el Pentágono ha perdido la iniciativa en el terreno.

A dos aguas

Entretanto, el régimen turco de Recep Erdogan navega a dos aguas; por un lado ha llegado a un acuerdo con Putin y, de resultas de ello, manifestó su respaldo “con condiciones” a al-Assad sin abandonar la coalición que respalda a los rebeldes, lo cual es imposible en el mediano plazo y aun en el corto. El asunto tiene su lógica: el enemigo estratégico de Erdogan es el movimiento kurdo, respaldado, también “con condiciones”, por Estados Unidos y la OTAN. Turquía ataca a los kurdos en el norte de Siria, y Estados Unidos les exige el imposible de no combatir contra las tropas turcas.

Mientras tanto, la Alepo martirizada, casi destruida ya por completo, es el campo de batalla de esa “pequeña guerra mundial” de la que habla la BBC. Próxima a la frontera turca, su control resulta estratégico para imponer una tregua más o menos permanente, un alto el fuego estable bajo control de las grandes potencias, pero el fracaso de la tregua anterior indica el desacuerdo de fondo de esas mismas potencias sobre el futuro de Siria, ya no del régimen de al-Assad (después de todo, también Putin ha dicho que aceptaría una salida “ordenada” del dictador sirio).

En definitiva, lo que empezó como una rebelión popular contra el régimen de al-Assad derivó en una guerra -por ahora más o menos indirecta- entre potencias imperialistas. El pacto precario de “no agresión” entre Rusia, Turquía, Estados Unidos, Irán e Israel, que incluye un sistema de alertas mutuas para evitar “accidentes bélicos” entre ellos, indica hasta qué punto todo equilibrio amenaza con saltar en pedazos. En definitiva, la crisis empieza a buscar su salida por el camino de la guerra, tiende a la guerra mundial. La catástrofe puede y debe ser evitada con la movilización internacionalista de los trabajadores del mundo.

Alejandro Guerrero

No hay comentarios:

Publicar un comentario