¿fue una tragedia el
Argentinazo?
El 5 de setiembre de 2002, en el suplemento de Psicología de
Página/12, el licenciado Yago Franco —redactor también de la revista Topía,
dedicada al psicoanálisis— publicó un artículo sobre los
"padecimientos" generados a partir del 19 y 20 de diciembre de 2001, por el Argentinazo. Tal como
él los presentaba, se deducía que aquellos sucesos significaron una gran tragedia,
cuyo rasgo clínico sería, según sostenía, la "afánisis" (desaparición del
deseo). Esa tesis de Franco fue rebatida por Paola Valderrama en
Prensa Obrera N° 773, y las repercusiones de esa respuesta dieron origen a esta
segunda nota sobre la cuestión, publicada en Prensa Obrera N° 778, del 31 de octubre de 2002. A tres lustros del Argentinazo, queremos recordar aquella polémica que permanece vigente.
por Alejandro Guerrero
La idea de un monstruo que por las noches habita debajo de
la propia cama es un terror habitual en los niños. Ahora, el monstruo que vivía
debajo de la cama de Yago Franco ha salido de su cubil y amenaza devorarlo.
Yago sucumbe a su catástrofe mental e imagina que ése, su monstruo personal (un
lobo), no salta sobre él mismo sino "sobre la inmensa mayoría de los argentinos";
es más, lo ve pasearse por las calles intimidatoriamente, abiertas las fauces.
Como toda monstruosidad individual, surgida de oscuridades
inaccesibles, el lobo de Yago tiene origen indefinido, no se sabe en qué
consiste ni de dónde viene, aunque sí conocemos la fecha de su aparición:
finales de diciembre, cuando el Argentinazo echó a De la Rúa y a Cavallo. Ante
la bestia despertada por el batifondo de la lucha callejera, Yago está inerme
porque su figura paterna —los poderes del Estado "que debieran amparar a
los ciudadanos"— no lo defienden y, además, esos poderes, "aquello
que debiera ser familiar/amparador, se transforma en persecutorio o
abandonante". Esto es: Yago creía que el Estado era su familia, que ella
le daría amparo cuando el lobo atacara, pero ahora descubre que ese Estado es
el instrumento del lobo, o el lobo mismo. Este descubrimiento de Yago lo pone,
según él mismo, delante de "un panorama siniestro".
La polémica con Yago es posible y adquiere interés político
porque, según se desprende de esa función paternal que asignaba a la
institución estatal, su crisis deviene de la rotura drástica de una ilusión
social: la ficción de comunidad organizada por y en el Estado. Ahora resulta
que tal comunidad no existía, que el Estado sólo era la asociación de una clase
social en contra de otras y, por tanto, para las clases sometidas la idea
comunitaria sólo constituye una fantasía y, sobre todo, una traba.
El Estado, en definitiva, no sólo no ampara a los
ciudadanos: los ataca en nombre de los destructores de la ciudadanía.
"Esto —dice Yago— coexiste con hiperdesocupación, expulsión del sistema
económico, pauperización, lo cual conduce a la imposibilidad de toda idea de
futuro a nivel individual y colectivo". En verdad, tales estropicios no
"coexisten" con el Estado-lobo: son parte del fenómeno. La crisis
capitalista mundial —ése es su lobo, amigo Yago— se hace sentir de ese modo en
todas partes, y en la Argentina ha producido una fractura revolucionaria. La
tragedia personal de Yago, y por eso resulta socialmente interesante y digna de
polémica, es la tragedia política de todo el arco reformista: él confunde
"la imposibilidad de toda idea de futuro" del régimen capitalista con
la imposibilidad de todo futuro en general; esto es, no hay futuro fuera del
capitalismo.
Por eso Yago, al igual que todo el reformismo, no logra
advertir las proyecciones de lo que él mismo observa: "Los cacerolazos,
piquetes, escraches, clubes de trueque, asambleas populares, obreros ocupando
fábricas, son las armas que los ciudadanos han inventado y esgrimen contra la
bestia". No lo advierte porque dos párrafos más adelante, víctima de su
propia desesperación, dice: "Se hace insoportable y sin sentido la
participación en el colectivo social".
Acción colectiva y libertad individual
En este punto, conviene recordar que todas las colisiones en
la historia han resultado, en última instancia, de la contradicción entre el
desarrollo de las fuerzas productivas y las formas de intercambio, dadas por el
régimen de propiedad de los medios de producción. Ese choque produce guerras,
revoluciones, lucha de ideas y también crisis y conflictos en los medios por
los cuales los hombres intentan conocer la realidad, manifestados en la
tendencia a tomar cualquiera de las facetas secundarias del fenómeno y
colocarla en el papel de factor determinante, como bien lo indica Paola
Valderrama al referirse a la supuesta "objetividad" o
"extraterritorialidad" de algunas prácticas profesionales (Prensa
Obrera 773).
Así, el economista dirá que la evolución humana ha dependido
del desarrollo de las teorías económicas, el abogado la atribuirá a las
nociones en materia de derecho y el psicoanalista pretenderá analizar "la
situación social y política desde la práctica o las concepciones
psicoanalíticas" (P. Valderrama, ídem anterior). La base de ese desvío, a
juicio nuestro, radica en la división entre trabajo intelectual y trabajo
manual, que produce un hombre alienado, partido, presa fácil de las ilusiones
individuales acerca de la propia actividad.
Por cierto, subordinar los poderes materiales de la sociedad
(sus potencias productivas) a las decisiones conscientes del hombre y eliminar
la división del trabajo, es tarea comunitaria, no individual; de la lucha de
clases, no del psicoanálisis. En un régimen que reserva las libertades
individuales y sociales a la clase dominante, el individuo de las clases
oprimidas sólo encuentra ocasión de desarrollar su libertad en la acción
colectiva, cuando se expresa en el colectivo, en las asambleas populares, en
las organizaciones piqueteras, en las fábricas ocupadas. Ese es uno de los
sentidos de "la participación en el colectivo social" y está dado por
"las armas que los ciudadanos... esgrimen contra la bestia", que Yago
observa sin ver.
En esos organismos los oprimidos desarrollan su libertad
personal, manifiestan sus opiniones a viva voz y ejecutan su pensamiento ellos,
los que estaban condenados al silencio obediente, a la sumisión. Ahí,
colectivamente, en esa asociación libre, encuentran su propio deseo y "el
deseo del Otro", que Yago cree perdidos.
Revolución y cultura
En otra parte de su análisis, Yago habla del papel de la
cultura en todo el asunto. "La cultura cumple una función de amparo",
dice, pero añade que eso ha cambiado "dramáticamente" porque "la
sociedad" ya no ampara.
Yago no explica qué entiende por cultura, pero para saber de
qué hablamos resulta necesario recordar lo siguiente: en un mundo al borde de
la barbarie definitiva, la actividad cultural radica sobre todo en tomar
conciencia de la necesidad de terminar con la dominación de los bárbaros, en el
conocimiento de los modos de la opresión y de la forma de liberarse de ella. En
general, la cultura está dada por el desarrollo de necesidades de todo tipo y
por el desenvolvimiento de los medios necesarios para satisfacerlas; por tanto,
la liberación de la humanidad consiste, básicamente, en superar los obstáculos
que impiden satisfacer la necesidad, saciar el deseo. Así, la revolución obrera
es la más formidable tarea cultural de la historia.
Está a la vista la relación dialéctica causa/efecto (la
confusión de ambos) entre desarrollo cultural y desenvolvimiento industrial y
comercial. En una crisis como la que sufre la Argentina, se produce un
desequilibrio abrupto de la relación entre el desarrollo de las necesidades
(grado de cultura) y los medios para satisfacerlas. En tales casos, la
alternativa es férrea: se multiplican esos medios —revolución mediante— o se
eliminan necesidades por la vía del desastre, de imponer un retroceso
catastrófico al nivel de civilización de la sociedad.
Desde ese punto de vista, lo mejor que la Argentina tiene
para ofrecer a la cultura universal es su lucha proletaria, su organización
piquetera, sus asambleas populares, sus fábricas ocupadas. Por tanto, la
cultura —contra lo sostenido por Yago Franco— cumple hoy más que nunca su
función de amparo; la cultura argentina es fuerza obrera organizada que crece y
se desenvuelve. Cierto es que la lucha de clases en una situación de
características revolucionarias coloca en tela de juicio los poderes del Estado
que Yago creía paternales; se combate abiertamente contra la voluntad del
Estado (de la clase dominante) y contra todo su andamiaje legal, y esto no
puede menos que alterar la tranquila digestión de algún intelectual pequeño
burgués. Pero ese movimiento gigantesco de enormes fuerzas sociales sólo puede
verse si se desecha la práctica tautológica del bobo que se mira al espejo y
cree mirar por la ventana. Yago será capaz de superar sus fobias, el taxi con
que elude la violencia callejera y su refugio en la televisión, en fin, su
afánisis, si deja de ser, como decía Robert Owen - aquel genial socialista
temprano inglés—, this poor localized being (ese pobre ser limitado) que
intenta medir las cosas más generales con la vara corta del mundillo que le
rodea.
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