viernes, 9 de diciembre de 2016

Fuego seco

                                                                                   Banderas Rojas


por Belén Mar


En el estómago le estallaban las ganas de atravesarlo con sus manos húmedas. El clítoris se despertaba con furia, los músculos se endurecían y la energía llegaba a mover las cortinas del carromato.
El susurro fue el punto de partida.
- Un café amargo. Quiero un café amargo.
Una carcajada se escuchó hasta la plaza central, sin embargo el clima permanecía intacto.
Las pelvis aparentaban tener el poder de los imanes. El hierro de sus deseos ya no daba tregua. Se miraban inmensamente desnudos.
- Anís, le contestó.
Se acercó al bajo mesada, tomó la botella a medio beber y la colocó entre sus piernas. Un instante después de terminar el primer sorbo una gota cayó sobre los comienzos del pecho izquierdo recorriendo la turgencia de su piel hasta acabar en el pezón. Era una invitación clara.
No fue necesario el diálogo. Con la lengua sedienta de placer se acercó despacio, disimuló el apuro y el fuego de la tarde los hizo pura ceniza. Las paredes transpiraban y se tragaban el sudor, no había en el aire espacio para el desasosiego. Los gemidos eran interminables, dulces, como las despedidas. Los dedos del hombre estaban tensos como cuerdas pero cada vez que se acercaba al extremo sur de aquella espalda se volvían arcilla para moldear cada rincón. Las bocas embriagadas de anís y de sexo se buscaban desesperadas en cada propuesta.
Los aullidos llegaron con la luna y el viento que secaba cada tronco mojado de aquel pueblo hambriento de lujuria. Las figuras moviéndose simulaban un cuadro viviente. Era una realidad implantada, una esperanza de salvación ciega.

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