lunes, 7 de enero de 2019

El oportunismo en la socialdemocracia


A 100 años del asesinato de Rosa Luxemburgo (nota 2)




por Alejandro Guerrero



Rosa Luxemburgo tenía 19 años cuando el entonces canciller alemán, Otto von Bismarck, derogó la llamada “ley antisocialista”, que permitió al SPD tener vida legal, presentarse a elecciones y conseguir, cada vez en mayor número, diputados en el Reichstag. Rosa siempre vio con desconfianza esa actividad parlamentaria del partido, al que veía crecientemente domesticado. Pero vamos por partes.
Bismarck tenía su mayor preocupación interna en el crecimiento del socialismo (al punto que en 1871 concedió una tregua a Francia, con la que estaba en guerra, para que pudiera aplastar a la Comuna de París). Así fue que en 1878 dictó una ley de excepción que prohibía la existencia de los partidos socialistas —los obligaba a pasar a la clandestinidad— y ponía severísimas restricciones al funcionamiento de los sindicatos. Sin embargo, sus medidas no tuvieron el resultado esperado y el socialismo continuó su desarrollo. También aumentó la fuerza de las organizaciones sindicales. El asunto tenía su lógica férrea, porque desde la década de 1860 Alemania registraba un desarrollo industrial acelerado y, en consecuencia, una fuerte concentración proletaria contra la que no sirvieron los sindicatos amarillos creados por la patronal. Ese desarrollo derivó en la creación del Partido Socialdemócrata de Alemania en 1863, un año antes del surgimiento de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional.
Ante tal panorama, Bismarck entendió que el problema que le presentaba el movimiento obrero no podía solucionarse con la simple represión y dictó algunas reformas en favor de los trabajadores. Esas reformas, por otra parte, intentaban poner algún límite a una superexplotación que ya atentaba contra la reproducción misma de la fuerza de trabajo.
No obstante, las luchas obreras prosiguieron hasta culminar en una poderosa huelga general en 1889, mientras otra huelga de los mineros del Ruhr era fuertemente reprimida. En 1890 la ley de proscripción al socialismo había perdido todo sentido y fue derogada.
El desarrollo parlamentario de socialismo fue casi aluvional, y llegó a sobrepasar el millón de votos. En este punto resulta obligatorio detenerse. Marx había considerado siempre progresiva la unidad de Alemania, porque ello contribuiría a completar allí una revolución burguesa necesaria al desenvolvimiento de la clase obrera. Uno de los fundadores del socialismo alemán, Ferdinand Lasalle, llegó a respaldar a Bismarck porque el canciller promovía esa unidad. Tal posición condujo a Lasalle a un choque definitivo con Marx, quien sostuvo que se debía defender a los trabajadores del Estado prusiano y no al represor Bismarck.
Aquellas posiciones de Lasalle resultan del mayor interés, porque en ellas se advierte el origen del reformismo parlamentarista en las corrientes socialistas. Contra ese reformismo lucharía Rosa Luxemburgo intransigentemente durante toda su vida.
Lasalle sostenía que la humanidad estaba regida por oportunidades ajenas al control de los individuos y, por eso, el Estado debía hacerse cargo de la producción y distribución de bienes. En lo inmediato, Lasalle sostuvo las consignas del sufragio universal y las asociaciones de productores subvencionadas por el Estado. En su juventud había integrado la Liga de los Justos, devenida en Liga de los Comunistas después de los acontecimientos revolucionarios de 1848. En ellos Lasalle tomó parte activa y entabló una gran amistad con Marx, rota de la forma en que ya se dijo. Fundador también de la Asociación General de Trabajadores de Alemania (ADAV), fue promotor de la fusión de esa organización con la socialdemocracia, que se declaraba marxista. El programa surgido de esa fusión, el Programa de Gotha, fue duramente criticado por Marx y Engels por las concesiones que hacía, precisamente, a las ideas de Lasalle. Como se ve, las luchas internas dentro del socialismo ya se desenvolvían en plenitud.
En medio de esas luchas comenzó su actividad Rosa Luxemburgo. En 1893, con Leo Jogiches y Julián Marchiewski (Julius Karski) fundó el periódico “La Causa de los Trabajadores” (Sprawa Rabotniza), en oposición al nacionalismo del Partido Socialista polaco. Una Polonia independiente, sostenía Rosa, sólo podía surgir de una revolución proletaria en Alemania, Austria y Rusia. Por lo tanto, correspondía luchar contra el capitalismo y no por una Polonia independiente. En esa línea, llegó a desechar el derecho a la autodeterminación nacional. Ése sería uno de sus puntos de polémica más álgidos con Lenin.
Aunque Luxemburgo vivió casi toda su vida adulta en Alemania mantenía su condición de principal teórica y dirigente del partido polaco junto a Jogiches, su gran organizador. En 1898 Rosa obtuvo su ciudadanía alemana al casarse con Gustav Lübeck y se mudó a Berlín. Allí organizó el ala izquierda del SPD, ya en lucha abierta contra el llamado “padre del reformismo”, Eduard Bernstein. Bernstein sostenía que por su propio desarrollo, y con un poderoso movimiento obrero y sindical que impondría medidas más importantes cada vez, el capitalismo transitaría gradualmente hacia el socialismo en un proceso pacífico.
Rosa intervino en esa polémica con uno de sus libros más conocidos: “Reforma o revolución”.

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