sábado, 19 de enero de 2019

Reforma o revolución


A 100 años del asesinato de Rosa Luxemburgo (nota 3)




por Alejandro Guerrrero



Entre 1897 y 1898 Eduard Bernstein[1] escribió dos largos artículos en números sucesivos del periódico “Neue Zeit”, órgano teórico del PSD. En esos trabajos Bernstein rebatía la teoría marxista de que el capitalismo lleva en sí mismo los gérmenes de su propia destrucción por la disminución continua de la tasa de ganancia; por lo tanto, de sus contradicciones internas y de la lucha de clases. Consecuentemente la revolución se tornaba innecesaria: el socialismo llegaría por sí, pacíficamente, mediante la organización de cooperativas de consumo, el fortalecimiento de los sindicatos y la extensión de la democracia política. El PSD debía transformarse en el partido de las reformas sociales, no de la revolución. Poco después, Bernstein extendería esas ideas en su libro “Der Voraussetzungen des Sozialismus und Aufgaben der Sozialdemokratie” (“Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia”). Como se ve, ya no se trataba de una divergencia táctica sino de una revisión de la estrategia del partido.
Rosa Luxemburgo, como veremos, fue la primera en advertir los alcances de esa polémica mientras todos los demás —incluido el partido ruso— tomaban al PSD alemán como modelo a seguir, como el partido más importante de la Internacional Socialista (II Internacional), que se fundaría en 1889. Contra esas posiciones de Bernstein, Luxemburgo escribió su primer libro: “Reforma o revolución”, que obligó a la vieja guardia del partido a considerarla una dirigente política a pesar de tratarse de una veinteañera, extranjera y mujer (Rosa acababa de doctorarse en Suiza pero, como ya se dijo, debió huir de ese país por una orden de captura en su contra).
En cambio, la dirección del PSD tomó la controversia como un asunto menor, entre ellos sus principales figuras (August Bebel, Karl Kaustsky, Whilhelm Liebknetch —padre de Karl—, Igmaz Auer y otros). Kautsky, por ejemplo, escribió en el periódico socialdemócrata “Leipziger Volkszeitung” que aquellas posturas de Bernstein constituían “observaciones interesantes que, de todas maneras, culminan en una conclusión falsa; algo que siempre puede ocurrir, sobre todo a personas inquietas y de espíritu crítico. No es más que eso”.
Bernstein, por cierto, no estaba solo ni en Alemania ni en el extranjero. En la Argentina, por ejemplo, el principal de los fundadores del Partido Socialista, Juan B. Justo, fue un seguidor de las ideas de Bernstein. El PS argentino llegó a sostener que las huelgas constituían “un modo atrasado” de lucha y que la clase obrera debía concentrarse en la pugna política; es decir, parlamentaria. Así fue que, con una bancada importante de diputados, el socialismo logró en la Argentina la aprobación de toda una cantidad de leyes favorables a los trabajadores que no se aplicaron nunca, porque las patronales las desconocieron y el partido se negó a imponerlas mediante la acción directa.
El PSD había sido fundado en 1875 sobre la base del Programa de Gotha (véase nota 2), duramente criticado por Marx y Engels[2]. Fue puesto en la clandestinidad por la ley antisocialista del canciller Bismarck en 1878 y legalizado nuevamente en 1890. Durante ese periodo clandestino, el partido registró no obstante un crecimiento sostenido. Una vez en la legalidad, obtuvo un fuerte bloque parlamentario en el Reichstag y en las provincias; y, al mismo tiempo, un cada vez más poderoso movimiento sindical.
En la Internacional Socialista, como se ha indicado, era considerado “el gran partido”, el modelo a seguir. Lenin aún consideraba a Kautsky su maestro teórico y, sobre todo, su gran punto de referencia en lo que hacía a la organización del partido.
Entretanto, la corriente de Bernstein crecía también aceleradamente. El camino del menor esfuerzo se impone con mayor facilidad cuando se está ante un desarrollo capitalista acelerado que permite al movimiento obrero la obtención de mayores concesiones. Europa conocía un prolongado periodo de paz y, particularmente Alemania, una prosperidad cuyo final no se avizoraba.
Hasta ese momento, el PSD proclamaba “ni un hombre, ni un centavo para este sistema”, al tiempo que proclamaba su rechazo incondicional a cualquier gravamen impositivo a obreros y campesinos, porque sostenían “la tiranía del capital, del Estado, las cortes, la policía y el ejército de la clase dominante”. El abandono de ese programa fue en principio gradual. En 1891, los diputados socialistas de Württemberg, Bavaria y Baden, en nombre de supuestas “condiciones especiales” del sur de Alemania votaron en favor de los impuestos estaduales porque, según arguyeron, resultaban precisos para obtener mayores concesiones. Necesitaban, dijeron, un presupuesto mejor para sostener un capitalismo pujante y conveniente a la clase obrera.
La actitud de esos diputados fue rechazada por el partido pero no se criticó el mito de las “particularidades sureñas”: sólo se votó en contra de la postura de esos legisladores en los congresos de 1894 y 1895. No hubo sanción alguna, mientras Engels, en 1894 (moriría al año siguiente) le enviaba una carta a Wilhelm Liebcknetch (el 27 de abril de ese año) en el que criticaba ácidamente la actitud de aquellos legisladores.
Cuando Rosa Luxemburgo llegó a la escena política alemana, esa batalla política apenas empezaba. Kautsky adujo su vieja amistad con Bernstein para no polemizar y nadie contestaba sistemáticamente las posiciones del líder reformista con la solitaria excepción de Alexander Parvus (Izráil Guélfand o Helphand), un emigrado ruso que más tarde tendría un papel relevante en la construcción, junto con León Trotsky, de la teoría de la revolución permanente. Parvus dirigía en Alemania el “Sächische Arbeirztung”, y desde allí lanzaba contra Bernstein una crítica implacable.
Pero Rosa Luxemburgo fue terminante al señalar los alcances teóricos y políticos de la discusión. La controversia con Bernstein, dijo en “Reforma o revolución”, ponía sobre el tapete “la existencia misma de del movimiento socialdemócrata”. Como ya se señaló, fue la primera en advertir la magnitud del problema y en dar la voz de alarma.
Rosa subrayaba que la socialdemocracia en modo alguno se oponía a las reformas, al movimiento sobre el cual se desenvolvía la vida misma de la clase obrera. Sin embargo, esas reformas debían vincularse con el objetivo, señalado por Marx, de la revolución proletaria y la construcción del socialismo. En cambio, Bernstein sostenía: “El objetivo final, sea cual fuere, es nada; el movimiento lo es todo”. Esa posición, añadía Luxemburgo, no era una cuestión táctica sino la lisa y llana supresión de la estrategia política del partido.
Vale la pena transcribir los párrafos finales del prólogo que Rosa Luxemburgo escribió a “Reforma o revolución” el 18 de abril de 1899:

“La teoría oportunista del partido, la teoría formulada por Bernstein, no es sino el intento (…) de garantizar la supremacía de los elementos pequeño burgueses que han ingresado en el partido. El problema de reforma y revolución, del objetivo final y el movimiento es, fundamentalmente, bajo otra forma, el problema del carácter pequeño burgués o proletario del movimiento obrero.
“Interesa, por tanto, a la masa proletaria del partido, conocer, activa y detalladamente, la actual polémica teórica con el oportunismo. Mientras el conocimiento teórico sea privilegio de un puñado de ‘académicos’ en nuestro partido, éstos corren el peligro de desviarse. Recién cuando la gran masa de obreros tome en sus manos las armas afiladas del socialismo científico, todas las tendencias pequeño burguesas, las corrientes oportunistas, serán liquidadas. El movimiento se encontrará sobre terreno firme y seguro. La cantidad lo hará”.

Ya se desenvolvía, claramente, una polémica que sigue hasta nuestros días.


[1] Eduard Bernstein  (1853-1923), antiguo dirigente de la socialdemocracia alemana, albacea literario y amigo de Friedrich Engels.
[2] Véase “Crítica al Programa de Gotha”, en “Programas del movimiento obrero y socialista: desde el Manifiesto hasta nuestros días”, Rumbos, 2013, p. 80.

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