por Alejandro Guerrero
El hecho de que se haya quebrado uno de los represores de La
Tablada (César Ariel Quiroga) ante los tribunales de San Martín, no agrega mayores novedades a lo que ya se sabía de
aquellos crímenes, aunque sí algunos detalles particularmente repulsivos: por
ejemplo, que el encubrimiento de los asesinatos, torturas, fusilamientos y
desapariciones fue tramado personalmente por el asesinado ex fiscal Alberto
Nisman —por entonces secretario del Juzgado de Morón— con el presidente Raúl
Alfonsín y el alto mando del Ejército.
Quiroga dice haber sido obligado a firmar una declaración
fraudulenta (“es un trámite, por si en algún momento alguien reclama algo”, lo
apretaron, “hay que hacerlo por la Institución”). Así fue que el oficial firmó
dos hojas con todas las falsedades pergeñadas por Nisman y compañía. De este
modo, como dice la abogada Liliana Mazea, se quiebran décadas de escuchar, por
parte de los involucrados, el hastiador “no me acuerdo, pasaron muchos años”.
El juicio, se sabe, sólo tiene en el banquillo al ex general
Alfredo Arrillaga, condenado ya a otras cinco perpetuas por delitos de lesa
humanidad. Otro de los acusados, el teniente coronel Jorge Varando, falleció
antes de llegar a juicio.
Como se recordará, el 23 de enero de 1989 un grupo de
militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) ingresó en el Regimiento de
Infantería 3, en La Tablada, a bordo de un camión de Coca-Cola y otros seis
automóviles. Según su jefe, Enrique Gorriarán Merlo, se proponían evitar un
golpe contra Alfonsín, que fue después uno de sus masacradores.
Pero, si bien se mira, en un banquillo de acusados políticos
deberían estar también los dirigentes de la entonces Izquierda Unida: Néstor
Vicente, Luis Zamora, el Partido Comunista, el MAS, el Partido Humanista y
Patria Libre. Ellos, que ahora simulan horror por la masacre, las torturas, los
fusilamientos y las desapariciones, denunciaron entonces, con gritos de horror,
a los atacantes del cuartel y sólo a ellos. A tal punto llegaron que el 24 de
Marzo de ese año se negaron a asistir a la marcha de las Madres de Plaza de
Mayo, que sí denunciaron los crímenes
cometidos por los militares en La Tablada. Por eso aquella tarde atronó el
grito “la plaza es de las Madres, no de los cobardes”.
De todos ellos, Luis Zamora excedió los límites de lo
repugnante al enviar ofrendas florares y telegramas de condolencias a las
familias de los militares muertos. Como
ni siquiera hizo lo propio con los familiares de los militantes caídos, superó
la teoría de “los dos demonios”. Ahora había un demonio solo.
Únicamente Familiares de Detenidos-Desaparecidos, las Madres
de Plaza de Mayo y el Partido Obrero (junto con algún grupo menor) condenamos
en aquella ocasión la barbarie represiva. Poco después el hambre promovido por
el gobierno radical arrojó a las masas populares contra los supermercados (lo
que la mismísima ley burguesa llama “robos famélicos”) y el juez Gerardo
Larrambebere, de Morón, otro de los grandes encubridores de los crímenes de La
Tablada, organizó una rápida provocación contra el Partido Obrero y ordenó
detener a todos sus dirigentes. La respuesta del PO fue una enorme movilización
política “con todo lo que había de honesto en la Argentina” (PO 1301,
30/ene/2014).
Hoy, ante la revelación de aquellos crímenes por uno de sus
autores quebrados, se rasgan las vestiduras muchos que deberían ocultarse de
vergüenza.
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