sábado, 21 de octubre de 2017

Ethelvina



por Ricardo Lusso




Subió al 21 en Don Torcuato, a la altura de la 202 y Panamericana.
Era una de esas tardes en las que quie consigue un asiento se duerme. La mayoría van a Puente La Noria, otros bajan antes, en Liniers… A esa hora, el colectivo va poblado por el silencio de los ausentes, de los dormidos, del cansancio de esos hombres y mujeres que en esos momentos sólo quieren llegar a sus casas.
Sin embargo, para Ethelvina ése no era un viaje rutinario, de los que se hacen a diario. Para ella, el 21 era un mundo extraño que la llevaba hasta Madero, en La Matanza.
A la altura de Panamericana y el Unicenter algo la empieza a inquietar. Se le nota en la cara la pregunta que la persigue, la únicA: ¿cuándo llegará?
El silencio del colectivo sólo era interrumpido por algún ronquido, uno que otro ringtong de un teléfono que llega desde los asientos del fondo. Todo parece repetirse: las luces de la Panamericana, las paradas, la gente que sube o que baja;  los que duermen, sentados o parados; la gente que sólo dice: −Hasta La Noria…; Liniers… Todos con el mismo tono, con el mismo sonido. Algún afortunado se sienta. Es gente que va a trabajar cuando todavía es de noche, y vuelve cuando es de noche otra vez… viven de noche. Viven en la oscuridad.
Ethelvina está cada vez más inquieta. Tiene su teléfono en la mano derecha y lo mira, ansiosa. Nada, la pantalla no avisa nada. Ningún mensaje, ningún llamado. El paisaje repetido de la General Paz la desorienta.
−¿Falta mucho para Liniers…? –Le pregunta a la señora sentada al lado de ella.
−No… no. Bah… ¿quién sabe? Con este tránsito… y a esta hora… puede que 30 minutos o 45 –le contesta la otra.
−Ah, porque tengo que llegar. Vivo en Madero ¿Este colectivo para en Madero? Es que hoy salí… no salgo mucho ¿sabe? Este es el rápido, aunque va tan lento… Porque fui a acompañar a mi sobrinita a la clínica. Me levanté tempranito… imagínese, desde temprano, seis y media de la mañana, tomé tres colectivos para ir desde Madero hasta la clínica. Lejos, va… aunque a mí no me gusta salir mucho. Prefiero quedarme en casa. Salgo sólo cuando tengo que acompañar a mi sobrinita. Después, nos fuimos con mi hermana y mi mamá hasta su casa en Don Torcuato. Lejos, bastante lejos ¿vio? La otra vez hicimos lo mismo…
−Me imagino… ¿Qué le pasó a su sobrinita?−pregunta la del asiento de al lado, como para seguir la conversación.
−Ah sí…, es la tercera operación, tiene una malformación en el corazón. Es congénito ¿vio? Pero dicen que va a estar bien. No sabe la emoción… conocí a su médico ¿sabe? Es la segunda vez en dos meses que la acompaño a mi sobrinita. El doctor es una eminencia, mire, hasta tiene una fundación. Lloraba de la emoción al verlo. Una persona única, imagínese, ayuda tanto a los niños. Él ya la operó tres veces, no sabe… hay tanta injusticia en este mundo, que encontrarse con personas así a una le llena el alma… Lo que pasa es que no salgo nunca. Imagínese, llevo a mi nena al jardín, hago las compras y me meto en mi casa. Porque es mejor quedarse en casa, no salir. Pasan tantas cosas… aunque mi barrio es lindo. Pero ahora se empezaron a ver unas caras… complicado ¿vio? Ya no se puede salir como antes, pasan tantas cosas… ¿Vio en la televisión todas las cosas que pasan? Por eso yo prefiero quedarme en mi casa. No salgo nunca. Los fines de semana en casa, con mi hija… mejor ¿no? ¿Y de dónde viene usted con este frio…?
−Fui a visitar a una señora para la que antes yo trabajaba en Don Torcuato. A mi edad siempre salgo. Trato de salir, de visitar amigas…, a gente para la que trabajé toda mi vida…
−Ah, qué bueno, qué bien. En cambio yo prefiero quedarme en casa, casi no salgo. Fíjese que está todo tan violento… no hay respeto, con mis 32 años prefiero quedarme en casa, en las paradas de colectivos todos te empujan, la calles están llenas de basura. No hay respeto ¡no hay respeto! Por eso prefiero no salir, quedarme en casa con mi hija y mi marido cuando viene de trabajar. No se puede vivir así ¿qué le espera en el futuro a mi hija? ¿Por qué no hay un poco de respeto? Por eso casi no salgo. ¿Falta mucho para Liniers?
La muchacha estira su cuerpo menudo cuerpo por sobre el asiento de adelante, y parece pensar: “Ya casi está, no me voy a pasar”. Respira un poco.
Suena su teléfono.
−Hola ¡Sí, holaaaa mi amor… sí… sí… ya te dije −la voz le tiembla un poco, aunque trata de mantener la compostura. −Te mandé un whatsapp cuando estaba a la altura de Unicenter… sí, sí, sí, no te hagas problema, ya voy a llegar ¿Adónde me vas a ir a buscar? No, no, por favor, no me hagas eso… (traga saliva) −Esperame en Crovara. Sí, este es el rápido, te dije que tomé el rápido, para en Crovara, no… no, en Madero no, por favor… En Madero es muy peligroso… Además… sí, bueno, en Crovara. Si, cuando llego hago la comida. No, es que se hizo tarde. No tengo la culpa…
Se corta la comunicación.
El colectivo para en Liniers. Ahí baja mucha gente y mucha gente sube. El transitar eterno del bondi. El amontonamiento en la puerta delantera y en la trasera. El universo todo que se expande y se contrae indefinidamente en el colectivo 21.
Ethelvina sigue:
−Es que no salgo nunca. Encima la única vez que salgo para acompañar a mi sobrinita… éste me reclama que esté a la hora que él dice… yo no le digo nada cuando llama la hermana a la noche para que la vaya a buscar. Y él va a buscarla vaya saber dónde. Yo no salgo nunca. Estoy con mi hijita, la llevo al jardín, hago las compras…. Y los fines de semana prefiero estar en mi casa.
Ethelvina tiene ojeras marcadas, boca pequeña y cristales en las retinas ¿Y su cuerpo? menudito, a punto de la desnutrición. Es como blanda, tierna, de voz suave pero aguda. Todo el colectivo la oye. Todos oímos su historia.
Ethelvina mira hacia abajo. Siempre mira hacia abajo. Debe hacer años que mira hacia abajo.
Espera que el teléfono vuelva a sonar para atender al primer tono… Por suerte para Ethelvina el 21 ya pasó Rosas. Está cerca.
−¿Estamos cerca de Crovara señora?
−Sí, le responde la vieja.
Ethelvina sabe que en la próxima parada está su vida, la de siempre. El 21 la devuelve a esa vida de la que se ha prometido no salirse nunca.
Cuando al auto que la espera en Crovara, jurará una y otra vez que no volverá a salir. Aunque pueda.
Para sobrevivir, lo mejor es no salir nunca de casa ¿vio? 

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