por Ricardo Lusso
Subió al 21 en Don Torcuato, a la altura de la 202 y
Panamericana.
Era una de esas tardes en las que quie consigue un asiento se
duerme. La mayoría van a Puente La Noria, otros bajan antes, en Liniers… A esa
hora, el colectivo va poblado por el silencio de los ausentes, de los dormidos,
del cansancio de esos hombres y mujeres que en esos momentos sólo quieren
llegar a sus casas.
Sin embargo, para Ethelvina ése no era un viaje rutinario,
de los que se hacen a diario. Para ella, el 21 era un mundo extraño que la
llevaba hasta Madero, en La Matanza.
A la altura de Panamericana y el Unicenter algo la empieza a
inquietar. Se le nota en la cara la pregunta que la persigue, la únicA: ¿cuándo
llegará?
El silencio del colectivo sólo era interrumpido por algún
ronquido, uno que otro ringtong de un teléfono que llega desde los asientos del
fondo. Todo parece repetirse: las luces de la Panamericana, las paradas, la
gente que sube o que baja; los que
duermen, sentados o parados; la gente que sólo dice: −Hasta La Noria…; Liniers… Todos con el mismo tono, con el
mismo sonido. Algún afortunado se sienta. Es gente que va a trabajar cuando
todavía es de noche, y vuelve cuando es de noche otra vez… viven de noche.
Viven en la oscuridad.
Ethelvina está cada vez más inquieta. Tiene su teléfono en
la mano derecha y lo mira, ansiosa. Nada, la pantalla no avisa nada. Ningún
mensaje, ningún llamado. El paisaje repetido de la General Paz la desorienta.
−¿Falta mucho
para Liniers…? –Le pregunta a la señora sentada al lado de ella.
−No… no.
Bah… ¿quién sabe? Con este tránsito… y a esta hora… puede que 30 minutos o 45 –le contesta la otra.
−Ah,
porque tengo que llegar. Vivo en Madero ¿Este colectivo para en Madero? Es que
hoy salí… no salgo mucho ¿sabe? Este es el rápido, aunque va tan lento… Porque
fui a acompañar a mi sobrinita a la clínica. Me levanté tempranito… imagínese,
desde temprano, seis y media de la mañana, tomé tres colectivos para ir desde
Madero hasta la clínica. Lejos, va… aunque a mí no me gusta salir mucho.
Prefiero quedarme en casa. Salgo sólo cuando tengo que acompañar a mi
sobrinita. Después, nos fuimos con mi hermana y mi mamá hasta su casa en Don Torcuato.
Lejos, bastante lejos ¿vio? La otra vez hicimos lo mismo…
−Me
imagino… ¿Qué le pasó a su sobrinita?−pregunta
la del asiento de al lado, como para seguir la conversación.
−Ah sí…,
es la tercera operación, tiene una malformación en el corazón. Es congénito
¿vio? Pero dicen que va a estar bien. No sabe la emoción… conocí a su médico
¿sabe? Es la segunda vez en dos meses que la acompaño a mi sobrinita. El doctor
es una eminencia, mire, hasta tiene una fundación. Lloraba de la emoción al
verlo. Una persona única, imagínese, ayuda tanto a los niños. Él ya la operó
tres veces, no sabe… hay tanta injusticia en este mundo, que encontrarse con
personas así a una le llena el alma… Lo que pasa es que no salgo nunca.
Imagínese, llevo a mi nena al jardín, hago las compras y me meto en mi casa.
Porque es mejor quedarse en casa, no salir. Pasan tantas cosas… aunque mi
barrio es lindo. Pero ahora se empezaron a ver unas caras… complicado ¿vio? Ya
no se puede salir como antes, pasan tantas cosas… ¿Vio en la televisión todas
las cosas que pasan? Por eso yo prefiero quedarme en mi casa. No salgo nunca.
Los fines de semana en casa, con mi hija… mejor ¿no? ¿Y de dónde viene usted
con este frio…?
−Fui a
visitar a una señora para la que antes yo trabajaba en Don Torcuato. A mi edad
siempre salgo. Trato de salir, de visitar amigas…, a gente para la que trabajé
toda mi vida…
−Ah, qué bueno,
qué bien. En cambio yo prefiero quedarme en casa, casi no salgo. Fíjese que
está todo tan violento… no hay respeto, con mis 32 años prefiero quedarme en
casa, en las paradas de colectivos todos te empujan, la calles están llenas de
basura. No hay respeto ¡no hay respeto! Por eso prefiero no salir, quedarme en
casa con mi hija y mi marido cuando viene de trabajar. No se puede vivir así ¿qué
le espera en el futuro a mi hija? ¿Por qué no hay un poco de respeto? Por eso
casi no salgo. ¿Falta mucho para Liniers?
La muchacha estira su cuerpo menudo cuerpo por sobre el asiento
de adelante, y parece pensar: “Ya casi está, no me voy a pasar”. Respira un
poco.
Suena su teléfono.
−Hola ¡Sí,
holaaaa mi amor… sí… sí… ya te dije −la
voz le tiembla un poco, aunque trata de mantener la compostura. −Te mandé un whatsapp cuando estaba
a la altura de Unicenter… sí, sí, sí, no te hagas problema, ya voy a llegar
¿Adónde me vas a ir a buscar? No, no, por favor, no me hagas eso… (traga saliva)
−Esperame en Crovara. Sí,
este es el rápido, te dije que tomé el rápido, para en Crovara, no… no, en
Madero no, por favor… En Madero es muy peligroso… Además… sí, bueno, en
Crovara. Si, cuando llego hago la comida. No, es que se hizo tarde. No tengo la
culpa…
Se corta la comunicación.
El colectivo para en Liniers. Ahí baja mucha gente y mucha
gente sube. El transitar eterno del bondi. El amontonamiento en la puerta
delantera y en la trasera. El universo todo que se expande y se contrae
indefinidamente en el colectivo 21.
Ethelvina sigue:
−Es que no
salgo nunca. Encima la única vez que salgo para acompañar a mi sobrinita… éste
me reclama que esté a la hora que él dice… yo no le digo nada cuando llama la
hermana a la noche para que la vaya a buscar. Y él va a buscarla vaya saber dónde.
Yo no salgo nunca. Estoy con mi hijita, la llevo al jardín, hago las compras…. Y
los fines de semana prefiero estar en mi casa.
Ethelvina tiene ojeras marcadas, boca pequeña y cristales en
las retinas ¿Y su cuerpo? menudito, a punto de la desnutrición. Es como blanda,
tierna, de voz suave pero aguda. Todo el colectivo la oye. Todos oímos su
historia.
Ethelvina mira hacia abajo. Siempre mira hacia abajo. Debe
hacer años que mira hacia abajo.
Espera que el teléfono vuelva a sonar para atender al primer
tono… Por suerte para Ethelvina el 21 ya pasó Rosas. Está cerca.
−¿Estamos
cerca de Crovara señora?
−Sí, le
responde la vieja.
Ethelvina sabe que en la próxima parada está su vida, la de
siempre. El 21 la devuelve a esa vida de la que se ha prometido no salirse nunca.
Cuando al auto que la espera en Crovara, jurará una y otra
vez que no volverá a salir. Aunque pueda.
Para sobrevivir, lo mejor es no salir nunca de casa ¿vio?
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