viernes, 26 de octubre de 2018

Sheila: un crimen desde lo profundo de la oscuridad


“El narcotráfico y la xenofobia son parte de la vida cotidiana”





por Alejandro Guuerrero



El llamado “Campo Tupsay” (del guaraní Tupsӑy, que significa Virgen María), está en Trujuy, una barriada que pertenece en parte a Moreno y en parte a San Miguel. Se encuentra en Camino del Buen Ayre y Ruta 23. Lo del narcotráfico y la xenofobia lo dice la abuela de Sheila, la niña violada y asesinada, y el periodista añade: “Dicen quienes viven ahí que el narcotráfico es cosa de todos los días” (Clarín Zonales, 23/10). Ahora, desde que ocurrió el crimen, ese predio de 20 mil metros cuadrados (dos manzanas) está militarizado por la Bonaerense y Gendarmería, y dicen que el juicio de desalojo comenzado en 2009 por la recolectora de basura Panizza, podría acelerarse.
Hasta ese año funcionaba allí una bailanta paraguaya pero fue clausurada. Entonces la compró Panizza y comenzó el juicio de desalojo de unas 50 familias que viven hacinadas en ese lugar, en la marginalidad, en la peor miseria material y moral. La degradación y la descomposición de las franjas más empobrecidas de la sociedad, las que quedaron afuera de todo, tienen allí una pintura atroz, indecible.
Tupsӑy es un predio cerrado con portones de hierro, muros, árboles y casas precarias. Ahora, la Bonaerense y Gendarmería han cerrado el lugar, si bien no impidieron que vecinos de otros barrios lo atacaran a piedrazos después del crimen de Sheila. “Antes no se veía a ningún patrullero dando vueltas, dice Mariela, del aledaño barrio Mitre” (ídem). En tiempos pretéritos, el vecindario de los aledaños cruzaba ese barrio para llevar a sus hijos a la escuela 18; ahora, en cambio, caminan ocho cuadras para rodearlo. El asunto tiene su lógica: nunca se ven patrulleros “dando vueltas” cuando “el narcotráfico es cosa de todos los días”. El narcotráfico en esa escala es imposible sin respaldo policial.

El gallo ciego

“Yo soy ciego y no veo nada
A quien diere no se me da nada”

Dicen las viejas historias que el juego del “gallo ciego” comenzó a practicarse en Francia hace mil años, después de que un caballero llamado Colin Mallard quedara ciego en una batalla y, sin soltar su espada, se negó a que lo curasen y siguió peleando hasta morir. El rey mandó que en los torneos siempre luchara un caballero con los ojos vendados para recordar el coraje de aquel hidalgo.
Con los años el “juego” se reprodujo en las aldeas pero con niños a partir de los 9 años. Luego de recorrer el mundo durante un milenio, aquella brutalidad llegó al Bajo de Buenos Aires, a los tugurios del Paseo del Prado (hoy Leandro Alem), traída por marineros que se divertían y apostaban con la sangre de chicos de entre 10 y 13 años.
La costumbre nunca se perdió, aunque lejos de toda hidalguía e incluso de aquellos divertimentos del Bajo porteño.
En los barrios más marginales —más que las villas— se ha instalado la costumbre de la “riña de niños”. La abuela de Sheila cuenta que la chica de 10 años, el sábado anterior a su asesinato, fue obligada por su padre a pelear contra otra nena de su misma edad, “El padre la obligó (…) la hacían pelear por plata”, añadió la mujer (Diario Popular, 20/10). El crimen de la chica ha puesto a la luz pública una práctica antigua, oscura, de la que el público en general sabía muy poco.
El especialista en seguridad Luis Vicat explicó: “La modalidad de utilizar menores en combates feroces se viene registrando en lugares de extrema vulnerabilidad de las víctimas” (ídem), y agrega: “En barrios de emergencia siempre se apostó en competencias entre niñas y niños (…) campeonatos de fútbol donde vale todo”, en las que fracturas y aun lesiones peores son más que comunes.
En cuanto a las peleas, dice Vicat: “Para las apuestas se eligen diferentes categorías, siempre con nenas menores de edad (…) las peleas pueden ser entre chicos, niñas como en el caso de Sheila (…) o mixtas, con parejitas enfrentándose” (ídem).
Los combates ni siquiera se hacen al aire libre. En esos clubes también luchan —en una parodia de boxeo— personas adultas, sin guantes. “Siempre se apuesta por dinero o su equivalente a un monto en drogas”.
Las apuestas generan deudas, venganzas, ajustes de cuentas y hasta homicidios. En esos barrios hay códigos y leyes internas que impiden decir que no. Todos callan, nadie denuncia, el acatamiento es la norma. La aberración se ha vuelto rutinaria, desapasionada, banal, diría Hanna Arendt. Por cierto, quien quiera juzgar estas cosas desde el punto de vista de la moral burguesa o pequeño burguesa no logrará entender nada. Como dijera hace un siglo Roberto Arlt: “El que haga la apología o la nostalgia de esos barrios sólo puede ser un izquierdista pequeño burgués que sólo conoce de la pobreza a su propia sirvienta”.

Víctimas y victimarios

La autopsia preliminar hecha al cadáver de la niña martirizada muestra señales de abusos sexuales antiguos. En la vulnerabilidad de esos barrios, los más vulnerables son los niños. El padre obligaba a la niña a pelear, sus tíos abusaban de ella como seguramente hacían otros parientes sin que nadie, ni siquiera sus padres, vieran la abyección como una anormalidad. Por el contrario, la abyección es allí la norma. Se trata de un terreno en el que víctimas y victimarios se confunden: los tíos que supuestamente asesinaron a Sheila seguramente fueron abusados ellos mismos desde que tenían meses. La banalidad del mal. Además, la pareja convivió días con el cadáver de la niña dentro de su casa, algo que ha ocurrido muchas veces. La relación con la muerte en los últimos escalones de la sociedad es distinta.
Y corresponde volver al principio: “el narcotráfico es cosa de todos los días”. Y donde el narcotráfico es cosa de todos los días (incluso la madre de Sheila se dedicaba a la venta de cocaína al menudeo) está presente la policía. Es imposible que no lo esté.
Correspondería preguntarse, así, por qué los sospechosos fueron interrogados (y allí “confesaron”) en una repartición policial y no en sede judicial, de modo que la tal “confesión” no tiene valor legal alguno ¿Se trató de un interrogatorio o de una negociación para que los acusados no dijeran ciertas cosas?
Otras dudas al pasar: ¿Por qué Policía Científica llegó cuando un tropel de agentes estaba allí desde hacía por lo menos media hora, de modo que la contaminación de la escena del crimen se volvía inevitable?
Será, seguramente, un asunto destinado a perderse en la bruma de otros casos. De lo contrario, dejaría mucha tela para cortar.

6 comentarios:

  1. usted es un maestro, maestro! gracias , muy bueno el artículo!

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  2. Hay q destruir este estado monstruoso, de una vez x todas! Buen punto de vista

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  3. Alejandro Expusiste todo con la crudeza que tiene

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  4. Excelente Alejandro. Residuos de barbarie. Gran prosa.

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  5. Extraordinaria tu publicación, te copio y la voy a poner en algunos sitios del Face que conozco en donde justamente hay gente que defiende al policía Chocobar, dicen que la policía está para poner "orden",orden si.....de los cementerios bahh!!

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