por Eugenia Cabral
Los
poetas de Córdoba sobrevivientes a la era
del
Terrorismo de Estado somos unos perdedores.
Cuando
no nos encierran en los manicomios,
nos
volvemos alcohólicos, nos secuestran a los hijos,
nos
quita la vivienda un estafador,
nos
suicidamos a los veintiún años,
somos
indígenas y usamos peluca rubia,
en pro
de la salud dejamos de fumar tabaco
para
fumar marihuana, o fumamos tabaco
para
salvarnos de la locura;
nos
cambian de domicilio por el solo hecho
de
haber realizado un viaje a otra ciudad;
viajamos
constantemente de ciudad en ciudad;
trabajamos
en la recolección de basura
y un
día encontramos al fondo del depósito
un
libro de Alfonsina Storni que nos abrirá a la poesía;
nos
niegan un gran premio y declaramos haberlo obtenido;
necesitamos
cambiar de rumbo estético
tras
una operación de columna,
o tras
un accidente de tránsito,
que nos
haya postrado por largo tiempo,
sorprende
el cáncer a los veinticuatro años y nos aniquila
después
de haber conocido las maravillas del amor;
dejamos
un arcón de madera lleno de manuscritos
en la
casucha de una pensión miserable;
nos
dedicamos poemas unos a otros sin saber
que las
dedicatorias son llave de rupturas;
nos
volvemos casi ciegos leyendo
hasta
en las paradas de ómnibus;
nos
atenazan los ataques de pánico hasta desmayarnos;
los
maridos y las esposas nos despojan de nuestros bienes,
o nos
persigue la miseria durante toda edad, todo esfuerzo;
nos
consume la pasión erótica hasta obnubilarnos;
sabemos
tantísimos sonetos de memoria,
componemos
tantísimos sonetos cuasi perfectos;
publicamos
nuestros libros pagándole a un editor,
nos
endurecen la envidia y el resentimiento
hasta
el punto de negar a nuestros pares,
nos
pasamos la vida buscando libros
que
probablemente se hayan salvado de la quema
realizada
por la dictadura militar;
nos
volvemos peronistas después de haber sido marxistas;
fuimos
trotskistas siempre, perretianos siempre;
nos
pasamos las noches y los días buscando
la
manera de editar libros y revistas, nos gastamos
la
mayor parte de nuestros salarios adquiriendo
libros
nuevos o usados, desconocidos o agotados;
reivindicamos
la producción de un autor
sólo
para defenestrar a otro;
nos
lloramos sin haber luchado,
reunimos
dineros y firmas para nobles causas,
reivindicamos
los poemas de un autor
que ya nadie
querría leer;
vivimos
queriendo ver el mar
porque
somos mediterráneos,
nos
dividimos en gremios y asociaciones;
antes
éramos pocos y ahora, muchísimos;
olvidamos
los nombres y las obras
de
nuestros antepasados;
al
final juntamos los pesos necesarios
y
llevamos nuestro libro a la imprenta más barata;
practicamos
la endogamia hasta el colmo de formar parejas
entre
nosotros mismos, después nos divorciamos…
en
suma, no tenemos redención,
pero
vamos teniendo biografías.
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