El triunfo de Trump, expresión aberrante
de la crisis capitalista. La responsabilidad de la izquierda.
Por Daniel Gaido[1]
Hace un tiempo un compañero, cuyo nombre lamentablemente no puedo
recordar, posteó lo siguiente en Facebook:
NEOLIBERALISMO: UN TERMINO PELIGROSO
Si "sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria",
es un deber analizar y entender los términos correctamente, ya que de otro modo
nuestra praxis se ve distorsionada. Me refiero a un término, específicamente,
que ha encontrado en la izquierda (pero no solo) un lugar casi primordial y es
el término "neoliberalismo". El llamado neoliberalismo es una forma
de salvataje al capitalismo. Se escucha frecuentemente que la crisis actual es
una crisis del neoliberalismo. No se trata de no entender las diferentes formas
en las que el Estado capitalista se manifiesta, sino de no perderse en
superficialidades. Este neoliberalismo es el resultado de la crisis económica
de la década del 70. El imperialismo intentó recomponer la tasa de ganancia del
capital, primero, atacando a la clase obrera en su propio país (Reagan, por
ejemplo, con los aeronáuticos o Thatcher con los mineros), luego sobre la clase
obrera de los países atrasados (el Consenso de Washington en Latinoamérica) y
por último avanzando sobre los ex Estados Obreros (Rusia y China,
principalmente). Aun así, la tasa de ganancia sigue cayendo en picada. En este
sentido, considero "consecuente" la acción de Patria Grande y su
lameculismo al kirchnerismo. Su lucha es contra el "neoliberalismo",
no contra el capitalismo. Ellos no son anticapitalistas ni socialistas. La
lucha contra el neoliberalismo en tanto neoliberalismo es una lavada de cara de
quienes la proclaman. Seguidores del nacionalismo burgués y constructores de
listas junto con la burocracia sindical entreguista. La lucha es contra el
capital y, por lo tanto, nos "conformamos" con el socialismo. Hay que
entender las cosas por lo que son y no por lo que se dice que eso es.
El compañero no estaba presentando una tesis nueva, ya en 1995 Osvaldo
Coggiola y Claudio Katz (en la época en la que éste aún pertenecía al Partido
Obrero) publicaron en la editorial brasileña Xamã una colección de ensayos
titulada Neoliberalismo ou crise do capital? Pero me impresionó la
concisión de la argumentación, que sintetiza en un párrafo un análisis
histórico cuyos principales eventos intentaremos repasar en este artículo.
La crisis de los acuerdos de Bretton Woods y el
“neoliberalismo”
Entre el 1° y el 22 de julio de 1944 se realizó en Bretton Woods (Nueva
Hampshire, Estados Unidos), una conferencia monetaria y financiera de las Naciones
Unidas, recientemente creadas en el marco del acuerdo entre Stalin y el
imperialismo norteamericano e inglés –una resurrección de la Liga de las
Naciones de Woodrow Wilson,[1] a la que Lenin había
llamado una “cueva de ladrones”. El objetivo de la conferencia de Bretton Woods
era crear un marco para la reconstrucción del capitalismo en la posguerra, que
evitara una recaída en las políticas proteccionistas y devaluatorias que habían
practicado todos los países en la década posterior al estallido de la crisis
mundial de 1929. Durante la conferencia, los Estados Unidos, que concentraban
un 50% de la producción internacional en un país cuya población representaba un
5% de la población mundial, impusieron sus términos, en el marco no sólo de la
derrota de los imperialismos de las potencias del Eje sino también de la
devastación de la Unión Soviética (más de 20 millones de muertos) y de la destrucción
de un cuarto de la economía del Reino Unido como resultado de la Segunda Guerra
Mundial.
El sistema de Bretton Woods que surgió de la conferencia vio la creación
de dos pilares del imperialismo norteamericano hasta el día de hoy: el Fondo
Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. También instituyó un sistema
de tipos de cambio fijos que duró hasta principios de los años 70. Este marco
se completó con la firma, el 30 de octubre de 1947, del Acuerdo General sobre
Aranceles Aduaneros y Comercio (General Agreement on Tariffs and Trade,
GATT), que se transformó en la Organización Mundial del Comercio (World
Trade Organization, WTO) el 1° de enero de 1995. Poco antes del GATT, el 5
de junio de 1947, en el marco del estallido de la Guerra Fría (la “doctrina
Truman” fue proclamada en un discurso pronunciado por el presidente Truman ante
una sesión conjunta del Congreso el 12 de marzo de 1947)[2] el Secretario de Estado norteamericano
George Marshall había pronunciado su discurso en la Universidad de Harvard, en el cual anunció una
iniciativa como resultado de la cual los Estados Unidos dieron más de 12.000
millones de dólares (aproximadamente 120.000 millones de dólares en valor
actual) en apoyo económico para reconstruir el capitalismo en Europa Occidental.
Estas medidas, y la devaluación masiva de capital y de fuerza de trabajo
generada por la guerra, proveyeron el marco para una nueva alza de la tasa de
ganancia y para los así llamados "30 gloriosos años" (1945-1975) de
explotación capitalista, con altas tasas de acumulación del capital.
Este marco comenzó a ceder a finales de los años ’60, debido al
agotamiento del ciclo de acumulación anterior y a los gastos crecientes que la carnicería
en Vietnam le generó al imperialismo norteamericano, lo cual recibió una
expresión oficial con el anuncio por parte del presidente Richard Nixon, en agosto
de 1971, de la suspensión la convertibilidad del dólar en oro, debido al
déficit ocasionado por la guerra. Esto puso fin al sistema de tipos de cambio
fijo entre las diferentes monedas, anclado en el dólar, estipulado por los
acuerdos de Bretton Woods, y dio lugar a una seguidilla de devaluaciones de los
diferentes países para mantener su “competitividad”. Estas devaluaciones, a su
vez, generaron una tendencia inflacionaria que se acentuó con la primera crisis
del petróleo, debida al embargo decretado por la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP) en protesta por el apoyo del imperialismo
norteamericano al colonialismo sionista en Palestina durante la Guerra de Yom
Kippur, en octubre de 1973 (una segunda crisis del petróleo tuvo
lugar en 1979 como consecuencia de la revolución iraní). Esto dio lugar, por un
lado, al fenómeno conocido como stagflation (estancamiento económico con
inflación, por contraposición a la tendencia de las crisis a generar deflación)
y, por el otro, a la salida de los mal llamados “neoliberales” de la academia y
de los think-tanks burgueses en los que habían vegetado hasta entonces
(su biblia, el libro de Friedrich
Hayek, El camino de la servidumbre, fue publicado en 1944,
y su lobby internacional, la Sociedad Mont Pèlerin, data de 1947) y a su
instalación en puestos de poder.
En Gran Bretaña, Keith Joseph, del Institute of
Economic Affairs, siguiendo las teorías de la escuela de Chicago (liderada
por el economista “anti-keynesiano” Milton Friedman, de la Sociedad
Mont-Pèlerin) llamó a aplicar políticas de ajuste para combatir la inflación. Se
trataba, entonces como ahora, de la crisis del capitalismo y de cómo la
burguesía intenta hacer que la paguen los trabajadores, una realidad de la que
no escapa ninguna de las fuerzas políticas burguesas. En Gran Bretaña,
los
“neoliberales” llegaron al poder el 4 de mayo de 1979 con Margaret Thatcher, pero
las políticas de ajuste ya habían comenzado a ser aplicadas por el gobierno
laborista de James Callaghan, quien en 1976 obtuvo un préstamo del FMI a cambio
de la aplicación una política de recortes y de congelamiento salarial que dio
lugar al así llamado Winter of Discontent de 1978-9:
una serie de huelgas contra la versión inglesa del “pacto social” del tercer
gobierno peronista,[3]
aplicado con la connivencia de la burocracia sindical. De esta manera, el “mal
menor” inglés preparó el terreno para el advenimiento del “mal mayor”, al igual
que los kirchneristas prepararon el terreno para el advenimiento de Macri en
Argentina, que el PT preparó el terreno para el advenimiento de Temer en
Brasil, etc.
No nos detendremos a describir en detalle las políticas
de recorte presupuestario, privatizaciones, desregulación financiera y legislación
antisindical (acompañada de la consecuente represión) del gobierno de Thatcher.
Sólo señalaremos que, como en la Argentina del cogobierno macrista-peronista,
el aumento del desempleo fue utilizado como una herramienta para chantajear a
los trabajadores, reducir sus salarios reales y atacar a sus organizaciones. Fue
una rebelión popular, los disturbios ocasionados por el Poll Tax (el
impuesto de capitación municipal) de marzo de 1990, la que hizo que Thatcher fuera
forzada a renunciar por su propio partido el 28 de noviembre de 1990. La conclusión
de este análisis es que el “neoliberalismo” no es un término que pertenezca al
acervo marxista, sino al centroizquierda -Perry Anderson, por ejemplo- ya que la
antinomia neoliberalismo versus Estado de bienestar se mueve completamente en
el terreno capitalista.
La decadencia irrefrenable del capitalismo
Ni las políticas “neoliberales” de los gobiernos
burgueses de los distintos países, ni el “éxito” de la burguesía en restaurar
el capitalismo en los países de Europa del Este y de Asia con la connivencia de
la burocracia estalinista (que hasta el día de hoy sigue gobernando, ahora para
el capital, en China), fueron capaces de superar la decadencia irrefrenable del
capitalismo: a pesar de las brutales agresiones contra los trabajadores (como
resultado de la restauración capitalista, la población de Rusia disminuyó en 6
millones en 20 años, de 148.3 millones de personas en 1990 a 142.4 millones en
2010) no hubo ningún cambio significativo en la tasa media de crecimiento de
los países capitalistas durante los años ‘80 y ’90. A pesar de las
ilusiones generadas por la industrialización de China y el consecuente aumento de los precios de las commodities
en la década pasada, este interludio, que le permitió al kirchnerismo
reconstruir el Estado burgués en Argentina luego de la rebelión popular del
2001 –ésa fue en realidad su verdadera misión histórica-, no sólo se profundizó
la primarización de las exportaciones (y por ende la naturaleza semicolonial)
de los países de Latinoamérica y África, sino que el auge temporal desembocó en
la brutal crisis de sobreproducción y sobreacumulación que vivimos en la
actualidad, cuya primera manifestación fue la crisis de las hipotecas subprime
norteamericanas que estalló en diciembre del 2007.
No existe, por supuesto, ninguna crisis de
sobreproducción en términos absolutos; por el contrario, la miseria de las
masas y la insatisfacción de sus necesidades básicas no hacen sino aumentar en
el marco del capitalismo decadente, como lo atestigua el crecimiento
exponencial de las “villas miseria” en todos el mundo y el consecuente
crecimiento de los barrios cerrados (countries, gated communities) para
la burguesía y la clase media alta. Existe una sobreproducción en el marco del
capitalismo, es decir, una desproporción entre la producción y la demanda
solvente, con capacidad de compra, la cual se ve restringida porque a las
empresas les conviene pagar salarios lo más bajos posibles para aumentar su
tasa de ganancia y porque el aumento de la productividad del trabajo bajo el
capitalismo no conduce a la reducción de la jornada laboral sino al crecimiento
de lo que Marx llamó el ejército industrial de reserva –es decir, de la
desocupación.
Todo esto ya fue señalado por Marx como características
de las crisis tradicionales del capitalismo, que a diferencia de la crisis
actual tenían un carácter periódico y una duración relativamente limitada, lo
que permitía trazar una curva ascendente como promedio de la alternancia de
periodos de auge y crisis. La crisis que vivimos actualmente suma a esas
determinaciones su carácter sistémico, no cíclico, y es un producto de la
decadencia del capitalismo que comenzó con las dos grandes masacres
imperialistas conocidas como las guerras mundiales. Para comprender este
proceso hay que volver al postulado básico del materialismo histórico: así como
existió una sociedad antigua basada en la esclavitud, la cual fue reemplazada
por una sociedad feudal basada en la servidumbre, la cual fue a su vez
reemplazada por la sociedad capitalista basada en el trabajo asalariado,
también la sociedad burguesa actual anida en su seno una tendencia a su
abolición y reemplazo por una formación social superior basada en una
organización diferente y más avanzada del proceso de producción. Pero esta tendencia
no es lineal ni tiene una resolución predeterminada,
como lo expresó Rosa Luxemburg en su famosa consigna “socialismo o barbarie”.
El triunfo de Trump, expresión aberrante de la crisis
capitalista
El ascenso de Donald Trump, al igual que el de Marine Le
Pen en Francia o Beppe Grillo en Italia, es una expresión distorsionada de la
crisis mundial. La reacción de los obreros de Estados Unidos y Europa contra el
establishment político actual es una consecuencia del brutal deterioro
en sus condiciones de vida, que no encuentra un canal de expresión por
izquierda. Según el estudio “Rising morbidity and mortality in midlife among white
non-Hispanic Americans in the 21st century” (“Aumento de la morbilidad y la mortalidad
entre los estadounidenses blancos no hispanos de mediana edad en el siglo XXI”),
escrito por Anne Case y Angus Deaton y publicado en Proceedings of the
National Academy of Sciences en noviembre de 2015, “este aumento para los
blancos se explica en gran medida por el aumento de las tasas de mortalidad por
intoxicación con drogas y alcohol, el suicidio y las enfermedades hepáticas
crónicas y la cirrosis. Aunque todos los grupos de educación vieron aumentos en
la mortalidad por suicidio y envenenamientos, y un aumento general en la
mortalidad por causas externas, los que tenían menos educación vieron los
aumentos más marcados”.
La enfermedad que se ha cobrado 500.000 vidas en 15 años entre
la clase obrera norteamericana se llama pobreza. Sus mayores víctimas son
personas que sólo tienen estudios secundarios, a los que se desprecia
coloquialmente llamándolos basura blanca (white trash). Es una comunidad
cuyos ingresos reales, ajustados al coste de la vida, entre 1999 y 2013 cayó un
19%. En un país en el que el sistema de pensiones público es mínimo, esta
generación ha visto cómo sus ahorros desaparecían dos veces, en la crisis de
las puntocom en 2000 y en la de las hipotecas basura, en 2008, cuando, además, muchos
de ellos fueron desahuciados o perdieron su empleo. Las sobredosis de drogas y
alcohol, y el suicidio, son una respuesta a la falta de perspectivas, la
infelicidad general y la depresión.
A este cuadro devastador hay que sumar los efectos del
traslado de las industrias norteamericanas a países con salarios mucho más
bajos que los salarios percibidos por los obreros estadounidenses. Para tomar
el caso emblemático de Detroit, en 2013 la ciudad tenía una población de
688.701 habitantes, una caída de más del 60 por ciento de una población máxima
de más de 1,8 millones de habitantes en el censo de 1950. Con al menos 70.000
edificios abandonados, 31.000 casas vacías y 90.000 terrenos baldíos, Detroit
se ha convertido en un ejemplo notorio de la destrucción urbana generada por la
crisis del capitalismo y por el intento de la burguesía de superarlo
proletarizando a las capas sociales más pobres del planeta.
La responsabilidad de la izquierda
Los marxistas no hacemos un fetiche de las condiciones
objetivas ni somos “deterministas económicos”; por el contrario, enfatizamos el
rol que la incapacidad de la izquierda norteamericana y europea para dar una
expresión política socialista a la crisis jugó en el ascenso de Trump y sus
compañeros de ruta europeos, y que le permitió a toda una serie de personajes
mediocres y grotescos desempeñar el papel de héroes, como diría Marx. Esos
votos de obreros enojados tendrían que ser nuestros; si no lo son, no es porque
los obreros tengan una tendencia natural al racismo y la xenofobia –como se ha
vuelto un lugar común señalar entre los comentaristas de clase media– sino
porque las organizaciones de izquierda se negaron sistemáticamente a adoptar
una perspectiva de independencia política para la clase trabajadora y de
gobierno obrero hace ya muchas décadas.
En su obituario de Ernest Mandel, Al Richardson –un
historiador trotskista inglés ya fallecido cuya lectura recomendamos
calurosamente– señaló:
Mandel no se limitó a escribir sobre el marxismo en
términos generales, sino que fue uno de los principales líderes de la Cuarta
Internacional de la posguerra, y aquí su posición fue infeliz. Porque cuando él
descendía de lo general a lo particular, de las ideas a la realidad concreta,
su toque estaba lejos de ser seguro. A diferencia de la situación habitual en
el movimiento obrero, donde los líderes generalmente están a la derecha de sus
organizaciones, Mandel siempre se colocó a la izquierda de sus seguidores [una
referencia al “Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional”],
proporcionándoles las excusas que necesitaban para políticas cada vez más
alejadas de las preocupaciones de la clase trabajadora. El estalinismo del
Tercer Mundo, la guerrilla campesina, el pacifismo, el foquismo, la revolución
estudiantil y las bases rojas en las universidades, la ecología, el feminismo,
los derechos de los animales –de todo hicieron seguidismo. No eran, por
supuesto, líderes de nada, sino «dedicados seguidores de la moda», y Mandel
siempre estaba a su disposición para proporcionarles una racionalización que
sonara a marxismo. (Revolutionary History, Vol. 6, No. 1, 1996)
El fascismo le disputó y le terminó ganando la clase
obrera a la izquierda europea en los años 30, en el marco de los zigzags
desmoralizantes del estalinismo, que había transformado a los partidos
comunistas en herramientas al servicio de la política exterior de la burocracia
soviética. Hoy en día la izquierda de los países imperialistas la vuelve a
entregar, pero sin dar lucha, porque ella misma ha renunciado a ser dirección
de clase. Hasta han llegado a decir que hoy no existe la clase obrera,
reemplazándola en sus planteos por fracciones parciales ("negros",
"jóvenes," "mujeres") a las que sin embargo les ofrece una
salida democratizante. Esto se debió, corresponde enfatizarlo, no a que los trabajadores
no crean que pueden tomar el poder, sino a que la propia izquierda en su
derrotismo ha renunciado a esa misma perspectiva. Su objetivo final se ha convertido en la
"democratización del capitalismo".
En ausencia de una izquierda real, los levantamientos son
capitalizados políticamente por fuerzas reaccionarias y las masas están
condenadas a improvisar algún tipo de organización sobre la marcha. Por eso en
los Estados Unidos se dio un principio de polarización política, no a través de
canales independientes, sino en el seno de los partidos burgueses
tradicionales, con el surgimiento de un ala derecha en el ya muy derechista
Partido Republicano, liderada por Trump, y de un ala “izquierda” en el Partido
Demócrata liderada por Bernie Sanders, un candidato del imperialismo (Sanders votó
a favor de atacar Yugoslavia en 1999 y Afganistán en 2001) que hizo campaña en
nombre del “socialismo”, levantando algunas reivindicaciones básicas de los
sectores populares en los Estados Unidos, como la elevación del salario mínimo
y la gratuidad de la educación universitaria. Luego de ganar en 22 Estados y de
que el aparato del Partido Demócrata en el gobierno le birlara las primaries,
Sanders (a quien las encuestas daban como ganador en una elección contra Trump)
llamó a votar por Hillary Clinton, la candidata del inmovilismo, en lugar de
postularse como candidato independiente. De esta manera, la elección del “mal
menor” allanó el camino para el triunfo del “mal mayor” –lo cual muestra una
vez más, esta vez por la negativa, que no existe absolutamente ninguna
alternativa a la organización política independiente de la clase obrera en un
partido propio.
La izquierda en Argentina
En Argentina, en las filas del trotskismo tuvimos el caso
de J. Posadas, que hizo del seguidismo a la burocracia sindical peronista una
verdadera profesión de fe (mandó una corona de flores al funeral de Augusto Vandor);
y el de Nahuel Moreno, que pasó de un gorilismo cerril a practicar el entrismo
en el peronismo y publicar su periódico (Palabra Obrera) “bajo la disciplina
del general Perón”, para luego coquetear con el foquismo y teorizar que el
campesinado se había convertido en el nuevo sujeto revolucionario, para
terminar adaptándose a la democracia burguesa en el marco del MAS. Eso para
confinarnos a las corrientes trotskistas; las maoístas, huelga decirlos, son
infinitamente peores, como lo atestiguan los recientes peregrinajes del PCR al
Vaticano.
Y sin embargo, la izquierda argentina, con todas sus
limitaciones, es el partido bolchevique al lado de la izquierda anglosajona o
europea, ante todo debido a la presencia del Partido Obrero como eje
clarificador de posiciones. En el mismo sentido se enmarca el acto en Atlanta,
para sacar el FIT del inmovilismo al que lo ha condenado los devaneos
oportunistas del PTS con el kirchnerismo y dotarlo nuevamente de una
perspectiva de frente único de clase, no sólo en el terreno electoral sino
también en las luchas cotidianas de la clase obrera. La recuperación clasista
del Sutna marca el camino para la izquierda argentina.
[1] La Sociedad de las
Naciones (SDN) o Liga de las Naciones fue creada por el Tratado de Versalles,
que reunió a los vencedores de la I Guerra Mundial, el 28 de junio de 1919. El
Pacto de la SDN (los primeros 26 artículos del Tratado de Versalles) fueron
redactados en la Conferencia de París, por iniciativa del entonces presidente
de los Estados Unidos, Woodrow Wilson (1913-1921). La primera asamblea de la
Liga se reunió el 15 de noviembre de 1920 con 42 países. Su propósito de
impulsar la “cooperación internacional” y el “arbitraje de los conflictos” se
desintegró con la crisis de 1929-30 y mostró su completo fracaso con el
estallido de la II Guerra Mundial en 1939 (nota del editor).
[2] La “doctrina Truman”,
dictada por aquel discurso del presidente Harry Truman (1945-1953) es
considerada la declaración formal de la Guerra Fría. Truman manifestó su
respaldo a los “pueblos libres que resisten a los intentos de subyugación por
minorías armadas o por presiones internas”, con lo cual se refería, por
ejemplo, a la “resistencia” del gobierno griego contra las guerrillas durante
la guerra civil en ese país (1946-1949). Gran Bretaña, debilitada en extremo
después de la guerra, había anunciado su imposibilidad de seguir ayudando a la
dictadura griega. Truman, con aquel discurso, indicaba que los Estados Unidos
se ponían al frente, activamente, de una cruzada anticomunista internacional
(nota del editor).
[3] En 1973, durante el breve
gobierno de Héctor Cámpora, por iniciativa del ministro de Economía, José
Gelbard, se firmó con la CGT el llamado “pacto social”, que intentaba congelar
precios y salarios durante dos años. Durante ese periodo quedaría prohibido
pedir aumentos salariales (nota del ed.)
[1] Daniel Gaido es
historiador y profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, autor o coautor,
entre otros libros, de Theories of
Business Cycles and Capitalist Collapse; The Second International and the
Comintern Years; The Mass Strike Debate in German Social Democracy y The Formative Period of American Capitalism:
A Materialist Interpretation.
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