miércoles, 16 de noviembre de 2016

Neoliberalismo: un término peligroso

El triunfo de Trump, expresión aberrante de la crisis capitalista. La responsabilidad de la izquierda.




Por Daniel Gaido[1]


Hace un tiempo un compañero, cuyo nombre lamentablemente no puedo recordar, posteó lo siguiente en Facebook:

NEOLIBERALISMO: UN TERMINO PELIGROSO
Si "sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria", es un deber analizar y entender los términos correctamente, ya que de otro modo nuestra praxis se ve distorsionada. Me refiero a un término, específicamente, que ha encontrado en la izquierda (pero no solo) un lugar casi primordial y es el término "neoliberalismo". El llamado neoliberalismo es una forma de salvataje al capitalismo. Se escucha frecuentemente que la crisis actual es una crisis del neoliberalismo. No se trata de no entender las diferentes formas en las que el Estado capitalista se manifiesta, sino de no perderse en superficialidades. Este neoliberalismo es el resultado de la crisis económica de la década del 70. El imperialismo intentó recomponer la tasa de ganancia del capital, primero, atacando a la clase obrera en su propio país (Reagan, por ejemplo, con los aeronáuticos o Thatcher con los mineros), luego sobre la clase obrera de los países atrasados (el Consenso de Washington en Latinoamérica) y por último avanzando sobre los ex Estados Obreros (Rusia y China, principalmente). Aun así, la tasa de ganancia sigue cayendo en picada. En este sentido, considero "consecuente" la acción de Patria Grande y su lameculismo al kirchnerismo. Su lucha es contra el "neoliberalismo", no contra el capitalismo. Ellos no son anticapitalistas ni socialistas. La lucha contra el neoliberalismo en tanto neoliberalismo es una lavada de cara de quienes la proclaman. Seguidores del nacionalismo burgués y constructores de listas junto con la burocracia sindical entreguista. La lucha es contra el capital y, por lo tanto, nos "conformamos" con el socialismo. Hay que entender las cosas por lo que son y no por lo que se dice que eso es.

El compañero no estaba presentando una tesis nueva, ya en 1995 Osvaldo Coggiola y Claudio Katz (en la época en la que éste aún pertenecía al Partido Obrero) publicaron en la editorial brasileña Xamã una colección de ensayos titulada Neoliberalismo ou crise do capital? Pero me impresionó la concisión de la argumentación, que sintetiza en un párrafo un análisis histórico cuyos principales eventos intentaremos repasar en este artículo.

La crisis de los acuerdos de Bretton Woods y el “neoliberalismo”

Entre el 1° y el 22 de julio de 1944 se realizó en Bretton Woods (Nueva Hampshire, Estados Unidos), una conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas, recientemente creadas en el marco del acuerdo entre Stalin y el imperialismo norteamericano e inglés –una resurrección de la Liga de las Naciones de Woodrow Wilson,[1] a la que Lenin había llamado una “cueva de ladrones”. El objetivo de la conferencia de Bretton Woods era crear un marco para la reconstrucción del capitalismo en la posguerra, que evitara una recaída en las políticas proteccionistas y devaluatorias que habían practicado todos los países en la década posterior al estallido de la crisis mundial de 1929. Durante la conferencia, los Estados Unidos, que concentraban un 50% de la producción internacional en un país cuya población representaba un 5% de la población mundial, impusieron sus términos, en el marco no sólo de la derrota de los imperialismos de las potencias del Eje sino también de la devastación de la Unión Soviética (más de 20 millones de muertos) y de la destrucción de un cuarto de la economía del Reino Unido como resultado de la Segunda Guerra Mundial.
El sistema de Bretton Woods que surgió de la conferencia vio la creación de dos pilares del imperialismo norteamericano hasta el día de hoy: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. También instituyó un sistema de tipos de cambio fijos que duró hasta principios de los años 70. Este marco se completó con la firma, el 30 de octubre de 1947, del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (General Agreement on Tariffs and Trade, GATT), que se transformó en la Organización Mundial del Comercio (World Trade Organization, WTO) el 1° de enero de 1995. Poco antes del GATT, el 5 de junio de 1947, en el marco del estallido de la Guerra Fría (la “doctrina Truman” fue proclamada en un discurso pronunciado por el presidente Truman ante una sesión conjunta del Congreso el 12 de marzo de 1947)[2] el Secretario de Estado norteamericano George Marshall había pronunciado su discurso en  la Universidad de Harvard, en el cual anunció una iniciativa como resultado de la cual los Estados Unidos dieron más de 12.000 millones de dólares (aproximadamente 120.000 millones de dólares en valor actual) en apoyo económico para reconstruir el capitalismo en Europa Occidental. Estas medidas, y la devaluación masiva de capital y de fuerza de trabajo generada por la guerra, proveyeron el marco para una nueva alza de la tasa de ganancia y para los así llamados "30 gloriosos años" (1945-1975) de explotación capitalista, con altas tasas de acumulación del capital.
Este marco comenzó a ceder a finales de los años ’60, debido al agotamiento del ciclo de acumulación anterior y a los gastos crecientes que la carnicería en Vietnam le generó al imperialismo norteamericano, lo cual recibió una expresión oficial con el anuncio por parte del presidente Richard Nixon, en agosto de 1971, de la suspensión la convertibilidad del dólar en oro, debido al déficit ocasionado por la guerra. Esto puso fin al sistema de tipos de cambio fijo entre las diferentes monedas, anclado en el dólar, estipulado por los acuerdos de Bretton Woods, y dio lugar a una seguidilla de devaluaciones de los diferentes países para mantener su “competitividad”. Estas devaluaciones, a su vez, generaron una tendencia inflacionaria que se acentuó con la primera crisis del petróleo, debida al embargo decretado por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en protesta por el apoyo del imperialismo norteamericano al colonialismo sionista en Palestina durante la Guerra de Yom Kippur, en octubre de 1973 (una segunda crisis del petróleo tuvo lugar en 1979 como consecuencia de la revolución iraní). Esto dio lugar, por un lado, al fenómeno conocido como stagflation (estancamiento económico con inflación, por contraposición a la tendencia de las crisis a generar deflación) y, por el otro, a la salida de los mal llamados “neoliberales” de la academia y de los think-tanks burgueses en los que habían vegetado hasta entonces (su biblia, el libro de Friedrich Hayek, El camino de la servidumbre, fue publicado en 1944, y su lobby internacional, la Sociedad Mont Pèlerin, data de 1947) y a su instalación en puestos de poder.
En Gran Bretaña, Keith Joseph, del Institute of Economic Affairs, siguiendo las teorías de la escuela de Chicago (liderada por el economista “anti-keynesiano” Milton Friedman, de la Sociedad Mont-Pèlerin) llamó a aplicar políticas de ajuste para combatir la inflación. Se trataba, entonces como ahora, de la crisis del capitalismo y de cómo la burguesía intenta hacer que la paguen los trabajadores, una realidad de la que no escapa ninguna de las fuerzas políticas burguesas. En Gran Bretaña, los “neoliberales” llegaron al poder el 4 de mayo de 1979 con Margaret Thatcher, pero las políticas de ajuste ya habían comenzado a ser aplicadas por el gobierno laborista de James Callaghan, quien en 1976 obtuvo un préstamo del FMI a cambio de la aplicación una política de recortes y de congelamiento salarial que dio lugar al así llamado Winter of Discontent de 1978-9: una serie de huelgas contra la versión inglesa del “pacto social” del tercer gobierno peronista,[3] aplicado con la connivencia de la burocracia sindical. De esta manera, el “mal menor” inglés preparó el terreno para el advenimiento del “mal mayor”, al igual que los kirchneristas prepararon el terreno para el advenimiento de Macri en Argentina, que el PT preparó el terreno para el advenimiento de Temer en Brasil, etc.
No nos detendremos a describir en detalle las políticas de recorte presupuestario, privatizaciones, desregulación financiera y legislación antisindical (acompañada de la consecuente represión) del gobierno de Thatcher. Sólo señalaremos que, como en la Argentina del cogobierno macrista-peronista, el aumento del desempleo fue utilizado como una herramienta para chantajear a los trabajadores, reducir sus salarios reales y atacar a sus organizaciones. Fue una rebelión popular, los disturbios ocasionados por el Poll Tax (el impuesto de capitación municipal) de marzo de 1990, la que hizo que Thatcher fuera forzada a renunciar por su propio partido el 28 de noviembre de 1990. La conclusión de este análisis es que el “neoliberalismo” no es un término que pertenezca al acervo marxista, sino al centroizquierda -Perry Anderson, por ejemplo- ya que la antinomia neoliberalismo versus Estado de bienestar se mueve completamente en el terreno capitalista.

La decadencia irrefrenable del capitalismo

Ni las políticas “neoliberales” de los gobiernos burgueses de los distintos países, ni el “éxito” de la burguesía en restaurar el capitalismo en los países de Europa del Este y de Asia con la connivencia de la burocracia estalinista (que hasta el día de hoy sigue gobernando, ahora para el capital, en China), fueron capaces de superar la decadencia irrefrenable del capitalismo: a pesar de las brutales agresiones contra los trabajadores (como resultado de la restauración capitalista, la población de Rusia disminuyó en 6 millones en 20 años, de 148.3 millones de personas en 1990 a 142.4 millones en 2010) no hubo ningún cambio significativo en la tasa media de crecimiento de los países capitalistas durante los años ‘80 y ’90. A pesar de las ilusiones generadas por la industrialización de China y el  consecuente aumento de los precios de las commodities en la década pasada, este interludio, que le permitió al kirchnerismo reconstruir el Estado burgués en Argentina luego de la rebelión popular del 2001 –ésa fue en realidad su verdadera misión histórica-, no sólo se profundizó la primarización de las exportaciones (y por ende la naturaleza semicolonial) de los países de Latinoamérica y África, sino que el auge temporal desembocó en la brutal crisis de sobreproducción y sobreacumulación que vivimos en la actualidad, cuya primera manifestación fue la crisis de las hipotecas subprime norteamericanas que estalló en diciembre del 2007.
No existe, por supuesto, ninguna crisis de sobreproducción en términos absolutos; por el contrario, la miseria de las masas y la insatisfacción de sus necesidades básicas no hacen sino aumentar en el marco del capitalismo decadente, como lo atestigua el crecimiento exponencial de las “villas miseria” en todos el mundo y el consecuente crecimiento de los barrios cerrados (countries, gated communities) para la burguesía y la clase media alta. Existe una sobreproducción en el marco del capitalismo, es decir, una desproporción entre la producción y la demanda solvente, con capacidad de compra, la cual se ve restringida porque a las empresas les conviene pagar salarios lo más bajos posibles para aumentar su tasa de ganancia y porque el aumento de la productividad del trabajo bajo el capitalismo no conduce a la reducción de la jornada laboral sino al crecimiento de lo que Marx llamó el ejército industrial de reserva –es decir, de la desocupación.
Todo esto ya fue señalado por Marx como características de las crisis tradicionales del capitalismo, que a diferencia de la crisis actual tenían un carácter periódico y una duración relativamente limitada, lo que permitía trazar una curva ascendente como promedio de la alternancia de periodos de auge y crisis. La crisis que vivimos actualmente suma a esas determinaciones su carácter sistémico, no cíclico, y es un producto de la decadencia del capitalismo que comenzó con las dos grandes masacres imperialistas conocidas como las guerras mundiales. Para comprender este proceso hay que volver al postulado básico del materialismo histórico: así como existió una sociedad antigua basada en la esclavitud, la cual fue reemplazada por una sociedad feudal basada en la servidumbre, la cual fue a su vez reemplazada por la sociedad capitalista basada en el trabajo asalariado, también la sociedad burguesa actual anida en su seno una tendencia a su abolición y reemplazo por una formación social superior basada en una organización diferente y más avanzada del proceso de producción. Pero esta tendencia no es lineal ni tiene una resolución  predeterminada, como lo expresó Rosa Luxemburg en su famosa consigna “socialismo o barbarie”.

El triunfo de Trump, expresión aberrante de la crisis capitalista
El ascenso de Donald Trump, al igual que el de Marine Le Pen en Francia o Beppe Grillo en Italia, es una expresión distorsionada de la crisis mundial. La reacción de los obreros de Estados Unidos y Europa contra el establishment político actual es una consecuencia del brutal deterioro en sus condiciones de vida, que no encuentra un canal de expresión por izquierda. Según el estudio “Rising morbidity and mortality in midlife among white non-Hispanic Americans in the 21st century” (“Aumento de la morbilidad y la mortalidad entre los estadounidenses blancos no hispanos de mediana edad en el siglo XXI”), escrito por Anne Case y Angus Deaton y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences en noviembre de 2015, “este aumento para los blancos se explica en gran medida por el aumento de las tasas de mortalidad por intoxicación con drogas y alcohol, el suicidio y las enfermedades hepáticas crónicas y la cirrosis. Aunque todos los grupos de educación vieron aumentos en la mortalidad por suicidio y envenenamientos, y un aumento general en la mortalidad por causas externas, los que tenían menos educación vieron los aumentos más marcados”.
La enfermedad que se ha cobrado 500.000 vidas en 15 años entre la clase obrera norteamericana se llama pobreza. Sus mayores víctimas son personas que sólo tienen estudios secundarios, a los que se desprecia coloquialmente llamándolos basura blanca (white trash). Es una comunidad cuyos ingresos reales, ajustados al coste de la vida, entre 1999 y 2013 cayó un 19%. En un país en el que el sistema de pensiones público es mínimo, esta generación ha visto cómo sus ahorros desaparecían dos veces, en la crisis de las puntocom en 2000 y en la de las hipotecas basura, en 2008, cuando, además, muchos de ellos fueron desahuciados o perdieron su empleo. Las sobredosis de drogas y alcohol, y el suicidio, son una respuesta a la falta de perspectivas, la infelicidad general y la depresión.
A este cuadro devastador hay que sumar los efectos del traslado de las industrias norteamericanas a países con salarios mucho más bajos que los salarios percibidos por los obreros estadounidenses. Para tomar el caso emblemático de Detroit, en 2013 la ciudad tenía una población de 688.701 habitantes, una caída de más del 60 por ciento de una población máxima de más de 1,8 millones de habitantes en el censo de 1950. Con al menos 70.000 edificios abandonados, 31.000 casas vacías y 90.000 terrenos baldíos, Detroit se ha convertido en un ejemplo notorio de la destrucción urbana generada por la crisis del capitalismo y por el intento de la burguesía de superarlo proletarizando a las capas sociales más pobres del planeta.

La responsabilidad de la izquierda

Los marxistas no hacemos un fetiche de las condiciones objetivas ni somos “deterministas económicos”; por el contrario, enfatizamos el rol que la incapacidad de la izquierda norteamericana y europea para dar una expresión política socialista a la crisis jugó en el ascenso de Trump y sus compañeros de ruta europeos, y que le permitió a toda una serie de personajes mediocres y grotescos desempeñar el papel de héroes, como diría Marx. Esos votos de obreros enojados tendrían que ser nuestros; si no lo son, no es porque los obreros tengan una tendencia natural al racismo y la xenofobia –como se ha vuelto un lugar común señalar entre los comentaristas de clase media– sino porque las organizaciones de izquierda se negaron sistemáticamente a adoptar una perspectiva de independencia política para la clase trabajadora y de gobierno obrero hace ya muchas décadas.
En su obituario de Ernest Mandel, Al Richardson –un historiador trotskista inglés ya fallecido cuya lectura recomendamos calurosamente– señaló:

Mandel no se limitó a escribir sobre el marxismo en términos generales, sino que fue uno de los principales líderes de la Cuarta Internacional de la posguerra, y aquí su posición fue infeliz. Porque cuando él descendía de lo general a lo particular, de las ideas a la realidad concreta, su toque estaba lejos de ser seguro. A diferencia de la situación habitual en el movimiento obrero, donde los líderes generalmente están a la derecha de sus organizaciones, Mandel siempre se colocó a la izquierda de sus seguidores [una referencia al “Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional”], proporcionándoles las excusas que necesitaban para políticas cada vez más alejadas de las preocupaciones de la clase trabajadora. El estalinismo del Tercer Mundo, la guerrilla campesina, el pacifismo, el foquismo, la revolución estudiantil y las bases rojas en las universidades, la ecología, el feminismo, los derechos de los animales –de todo hicieron seguidismo. No eran, por supuesto, líderes de nada, sino «dedicados seguidores de la moda», y Mandel siempre estaba a su disposición para proporcionarles una racionalización que sonara a marxismo. (Revolutionary History, Vol. 6, No. 1, 1996)

El fascismo le disputó y le terminó ganando la clase obrera a la izquierda europea en los años 30, en el marco de los zigzags desmoralizantes del estalinismo, que había transformado a los partidos comunistas en herramientas al servicio de la política exterior de la burocracia soviética. Hoy en día la izquierda de los países imperialistas la vuelve a entregar, pero sin dar lucha, porque ella misma ha renunciado a ser dirección de clase. Hasta han llegado a decir que hoy no existe la clase obrera, reemplazándola en sus planteos por fracciones parciales ("negros", "jóvenes," "mujeres") a las que sin embargo les ofrece una salida democratizante. Esto se debió, corresponde enfatizarlo, no a que los trabajadores no crean que pueden tomar el poder, sino a que la propia izquierda en su derrotismo ha renunciado a esa misma perspectiva. Su objetivo final se ha convertido en la "democratización del capitalismo". 
En ausencia de una izquierda real, los levantamientos son capitalizados políticamente por fuerzas reaccionarias y las masas están condenadas a improvisar algún tipo de organización sobre la marcha. Por eso en los Estados Unidos se dio un principio de polarización política, no a través de canales independientes, sino en el seno de los partidos burgueses tradicionales, con el surgimiento de un ala derecha en el ya muy derechista Partido Republicano, liderada por Trump, y de un ala “izquierda” en el Partido Demócrata liderada por Bernie Sanders, un candidato del imperialismo (Sanders votó a favor de atacar Yugoslavia en 1999 y Afganistán en 2001) que hizo campaña en nombre del “socialismo”, levantando algunas reivindicaciones básicas de los sectores populares en los Estados Unidos, como la elevación del salario mínimo y la gratuidad de la educación universitaria. Luego de ganar en 22 Estados y de que el aparato del Partido Demócrata en el gobierno le birlara las primaries, Sanders (a quien las encuestas daban como ganador en una elección contra Trump) llamó a votar por Hillary Clinton, la candidata del inmovilismo, en lugar de postularse como candidato independiente. De esta manera, la elección del “mal menor” allanó el camino para el triunfo del “mal mayor” –lo cual muestra una vez más, esta vez por la negativa, que no existe absolutamente ninguna alternativa a la organización política independiente de la clase obrera en un partido propio.

La izquierda en Argentina

En Argentina, en las filas del trotskismo tuvimos el caso de J. Posadas, que hizo del seguidismo a la burocracia sindical peronista una verdadera profesión de fe (mandó una corona de flores al funeral de Augusto Vandor); y el de Nahuel Moreno, que pasó de un gorilismo cerril a practicar el entrismo en el peronismo y publicar su periódico (Palabra Obrera) “bajo la disciplina del general Perón”, para luego coquetear con el foquismo y teorizar que el campesinado se había convertido en el nuevo sujeto revolucionario, para terminar adaptándose a la democracia burguesa en el marco del MAS. Eso para confinarnos a las corrientes trotskistas; las maoístas, huelga decirlos, son infinitamente peores, como lo atestiguan los recientes peregrinajes del PCR al Vaticano.
Y sin embargo, la izquierda argentina, con todas sus limitaciones, es el partido bolchevique al lado de la izquierda anglosajona o europea, ante todo debido a la presencia del Partido Obrero como eje clarificador de posiciones. En el mismo sentido se enmarca el acto en Atlanta, para sacar el FIT del inmovilismo al que lo ha condenado los devaneos oportunistas del PTS con el kirchnerismo y dotarlo nuevamente de una perspectiva de frente único de clase, no sólo en el terreno electoral sino también en las luchas cotidianas de la clase obrera. La recuperación clasista del Sutna marca el camino para la izquierda argentina.



[1] La Sociedad de las Naciones (SDN) o Liga de las Naciones fue creada por el Tratado de Versalles, que reunió a los vencedores de la I Guerra Mundial, el 28 de junio de 1919. El Pacto de la SDN (los primeros 26 artículos del Tratado de Versalles) fueron redactados en la Conferencia de París, por iniciativa del entonces presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson (1913-1921). La primera asamblea de la Liga se reunió el 15 de noviembre de 1920 con 42 países. Su propósito de impulsar la “cooperación internacional” y el “arbitraje de los conflictos” se desintegró con la crisis de 1929-30 y mostró su completo fracaso con el estallido de la II Guerra Mundial en 1939 (nota del editor).
[2] La “doctrina Truman”, dictada por aquel discurso del presidente Harry Truman (1945-1953) es considerada la declaración formal de la Guerra Fría. Truman manifestó su respaldo a los “pueblos libres que resisten a los intentos de subyugación por minorías armadas o por presiones internas”, con lo cual se refería, por ejemplo, a la “resistencia” del gobierno griego contra las guerrillas durante la guerra civil en ese país (1946-1949). Gran Bretaña, debilitada en extremo después de la guerra, había anunciado su imposibilidad de seguir ayudando a la dictadura griega. Truman, con aquel discurso, indicaba que los Estados Unidos se ponían al frente, activamente, de una cruzada anticomunista internacional (nota del editor).
[3] En 1973, durante el breve gobierno de Héctor Cámpora, por iniciativa del ministro de Economía, José Gelbard, se firmó con la CGT el llamado “pacto social”, que intentaba congelar precios y salarios durante dos años. Durante ese periodo quedaría prohibido pedir aumentos salariales (nota del ed.)



[1] Daniel Gaido es historiador y profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, autor o coautor, entre otros libros, de Theories of Business Cycles and Capitalist Collapse; The Second International and the Comintern Years; The Mass Strike Debate in German Social Democracy y The Formative Period of American Capitalism: A Materialist Interpretation.

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