Poema de amor para los guerreros
Por Fudi Cosmigonon
La avenida
que cruza Buenos Aires
de punta a punta,
es el escenario.
Ahí están ellos una vez más,
sentados en el escalón de la vereda
con un mate que pasa de mano en mano;
algunos en la plaza de enfrente
discutiendo, debatiendo
otros esperando a los que vendrán,
esos que llegan tarde,
que quizás se encuentren aún
cargando sus mochilas de ilusiones.
También se sabe de aquellos
que se incorporarán
más adelante en la caminata;
y de algunos otros que lo harán
más adelante en el tiempo.
Pero ahí están
los que son,
los que pueden y como pueden;
con el corazón latiendo
al compás de los bombos que empezaron a sonar.
Conocidos y desconocidos se miran,
se reconocen, se entienden y se juntan
en medio de la avenida;
de repente parecen miles, millones,
caminando y cantando.
Algunos sonríen,
otros lloran,
todos sienten.
La banderas se alzan,
rezan nombres, frases, fotos.
Están los tímidos que se quedan atrás...
Son los que logran el equilibrio perfecto
con los de adelante;
los que llevan la bandera roja
con letras inmensas,
los que gritan,
los que tienen los pies cansados y viejos,
pero la cabeza
cada día más lúcida y más joven.
Caminan un par de cuadras,
cada uno va encontrando su lugar,
acoplándose al ritmo,
entendiendo la forma.
Buenos Aires parece silenciosa,
sólo se escuchan entre ellos.
La gente que camina
por la vereda en dirección opuesta
los mira, los inspecciona,
intenta leer las banderas,
sus mochilas, sus remeras,
sus mentes...
Los bombos se silencian
y ya nadie aplaude,
ahora la única música son sus pasos
firmes y coordinados sobre el asfalto
como la danza de un ejército rojo.
Una mujer
que camina con la mirada perdida,
despega sus labios, toma el megáfono
y con la garganta colmada de lágrimas,
grita lo último que puede
rompiendo para siempre el silencio:
Justicia!
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