domingo, 16 de octubre de 2016

Hay muertos persistentes




Por Alejandro Guerrero


Casi todas las familias tienen sus secretos ¿vio, Parodi? Su muerto en el ropero… en la mía, de pibe, había temas prohibidos. Familia grande ¿vio? No, ya no existe, se fue dispersando, qué sé yo… pero entonces se armaban mesas familiares de veinte o veinticinco personas, y había un reglamento, jeje. De política, de religión y de fútbol no se habla, porque se pudre… pero esos no eran los secretos, no, los secretos eran otra cosa, algo más denso, más oscuro, algo que no podía mencionarse ni en cuchicheos. Uno de esos secretos era mi abuelo. Pedro Beltrán se llamaba… sé que un día se fue, que no volvió nunca ni se volvió a saber de él. Un desaparecido, sí, pero por decisión propia, o no sé… Después, la familia lo desapareció, lo convirtió en innombrable.
Sí ¿vio, Parodi? Este  café es un refugio, como para mostrarle al mundo que Almagro resiste, carajo. Claro ¿no se acuerda? Acá a media cuadra, por Acuña de Figueroa, estaba el Mercado de las Flores, por eso el café se llama La Orquídea ¿Cuándo lo cerraron al mercado? ¿2003, 2004? Sí, fue por ahí, déjeme de joder con google… y también por Acuña pero para el otro lado, a cuadra y media de Corrientes, estuvo el primer local de la UJS ¿sabe? Lo volaron de un bombazo a fines del 74 o principios del 75, sí. Fue de noche, a la madrugada. Cuentan que al otro día, a la mañana temprano, vino la cana, metieron unas cajas en el local en ruinas y llamaron a la tele. Cuando llegó la televisión y el diario Crónica los milicos salieron del local con los fusiles FAL que ellos habían plantado un ratito antes, antes de que aparecieran los periodistas. Jajaja, qué hijos de puta, che…
Pero ¿quiere que le cuente de mi abuelo, o acá también va a ser tema prohibido?
¿Que cómo sé de mi abuelo si era un muerto en el ropero, un desaparecido, un innombrable? Porque como dicen los policías veteranos de Homicidios, no hay nada más persistente que un cadáver. Tarde o temprano aparece. En este país sabemos bien que ningún desaparecido desaparece del todo, que son una presencia, que están ahí. Y el abuelo Pedro persistió en mi vieja, ella no quiso perderlo de nuevo, se negó a que su padre no fuera siquiera recuerdo, que no fuera ni pasado. Se negó, y como quien no quiere la cosa, de a poquito, me fue contando pedacitos de una historia que yo también quise olvidar. Pero la vieja sabía que yo no iba a poder, y que algún día iba a contar esos retazos de historia que quedaron del abuelo Pedro, para que su padre no se esfumara. Le defendió el derecho a ser pasado, a haber existido ¿vio, Parodi?
El relato de mi vieja empezó una tarde, en su casa, cuando ella revisaba fotos viejas que no volví a ver. Tengo toda una historia de fotos perdidas ¿sabe, Parodi? Eso no es malo, porque si no está la foto bien puede ser que el recuerdo sea falso, que nada hubiera ocurrido nunca. Pero son fantasías, yo sé que pasó. O por lo menos sé el relato, lo que mi madre recordaba. Y la foto… la foto era de Mar del Plata, un hombre alto, de bigote grueso, con malla enteriza como las que se usaban en la década de 1920, con una niña sobre los hombros chapoteando en el mar. Había que ver la carita de felicidad de esa nena, la admiración que sentiría por ese padre. Claro, Parodi, la nena era mi madre. El de bigotes y malla enteriza era su padre, mi abuelo Pedro.
Pero anote el dato, Parodi. Mar del Plata en los años 20 del siglo pasado. No cualquiera ¿eh? Faltaba bastante para que un laburante pudiera darse el gusto de meter las patas en el agua de la Bristol. En los 20 había que ser un bacán para ir a Mar del Plata ¿Y tener un auto?  ¿Un Ford T? Había que tener mucha guita, Parodi, o por lo menos ser un profesional muy acomodado. No, no cualquiera. Bueh, mi abuelo Pedro tenía un Ford T.
Por lo que contaba mi vieja, el abuelo no era tipo de fortuna, pero era gerente del Banco de la Provincia de Buenos Aires y tenía un sueldo importante, muy importante. No ahorraba nada ¿vio? Se daba los gustos, vivían bien, muy bien para la época.
La familia vivía en Hurlingham. Supongo que todavía debo tener algún pariente por esa zona, o en San Miguel, o Bella Vista, por ahí… “La perla del oeste”, le decían a Hurlingham. Hasta hoy quedan ahí los chalés ingleses y el Hurlingham Club, con su cancha de golf y una casona construida allá por 1860. Por ingleses, claro… Mi tío Alfredo, hermano de mi madre, era caddie en ese club. Siempre recordaba a los ingleses que le decían “caman, caddie” después de un golpe largo. Le decían así, o por lo menos él lo recordaba así…
Uno de los recuerdos de la infancia de mi madre en aquellos años era el canillita que pasaba a la tarde voceando los diarios: “¡Razón, Crítica, Vanguardia, Protestaaaaa!” ¿Se da cuenta, Parodi? La Vanguardia y La Protesta eran diarios, diarios obreros, y los voceaban los canillitas junto con la prensa comercial. Nunca más los trabajadores volvieron a tener un diario…
Mi vieja recordaba también que un día, a la mañana, su padre les dijo (eran cuatro hermanos, tres mujeres y un varón) que esa tarde tendrían una sorpresa. Y Pedro volvió con un paquete grande, lo desenvolvió y sacó un aparato raro, y lo armó ¡Era una radio, Parodi, una radio! Un lujo ¿vio? Otra vez, Pedro llevó a sus hijos al centro, para que conocieran una escalera que subía sola…
Pero el 6 de setiembre de 1930 lo voltearon a Yrigoyen y le voltearon la vida al abuelo Pedro ¿Por qué? Porque él estaba metido hasta las manos con el partido radical. Mi vieja no sabía qué jerarquía tenía su padre en el partido, pero no debía ser demasiado poca. Y los yrigoyenistas no solían ser muy amables con quienes no lo eran. En fin, por eso o simplemente porque los golpistas querían los puestos gerenciales para acomodar a su gente, el asunto fue que al abuelo Pedro lo echaron del banco. Y minga de indemnización ni nada de nada. A la calle nomás.
Entonces empezó un peregrinaje que fue una pesadilla. Chau auto, chau radio, chau casa, chau todo. Mi vieja recordaba que anduvieron por Tandil, por el Azul, donde la madre de mi madre tenía parientes, a buscar un trabajo de cualquier cosa. Pero Pedro no podía con su genio. Una tarde, trepado a un banco de plaza, tal vez en Azul, se mandó una arenga contra los milicos que habían dado el golpe y lo metieron en cana. A mi vieja, una niña de no más de diez u once años, la llevaron a casa de unos vecinos mientras su padre estaba detenido, y una de las matronas le preguntó: “¿Tu padre es orador?” Hasta el fin de sus días, mi madre asoció la palabra “orador” con terror desatado. Si eras orador te metían en cana y te pasaban cosas terribles.
Ahí, en Azul, mi abuela… claro, Parodi, la mujer de Pedro ¿quién va a ser? A usté hay que aclararle todo, che… mi abuela, le decía, tenía parientes bacanes, los Toscano de Azul. Tenían tierras y una empresa de transportes. No hace mucho, mire, vi un camión que decía Toscano SA, Azul. Así que todavía andan por ahí los tipos. Eran tanos del norte de Italia, de la Toscana, y parece que ese origen les dio el apellido o lo tomaron de ahí, vaya a saber.
Ahí le dieron al abuelo Pedro un laburito de mierda, en unas oficinas. Se ve que algún cable ya se le había soltado al abuelo, porque un día, en vez de ir a trabajar, se lo llevó a mi tío Alfredo (a mi tío Alfredo le decían Victorio, porque a mi abuelo se le ocurrió que el pibe era parecido a Victorino de la Plaza), se lo llevó a pescar, le decía.
Al otro día, cuando fue a la oficina, el tano pariente que tenía de jefe le dijo en su lengua toscana:
—¡Eh, Pietro! ¡Pia sacco e battina pisca!
O así, por lo menos, lo recordaba mi madre. Sí, Parodi, que agarrara el saco y se fuera a pescar. Lo echó a la mierda, de una…
Se ve que entonces los cables se le terminaron de soltar al abuelo. Un día, no sé cómo porque de eso mi vieja no se acordaba o no quiso contar y tampoco le pregunté, el tipo desapareció. Simplemente se fue. Abandonó todo porque antes se había abandonado a sí mismo, se transformó en escombros.
¿Sabe, Parodi, qué es lo que me rompe el alma? Creo que mi madre, hasta que ya era muy vieja, nunca dejó de esperarlo. Andaba cerca de los ochenta mi vieja cuando me contó un sueño que había tenido. Estaba en su casa, golpeaban la puerta y cuando abría estaba mi abuelo Pedro ahí. Mi vieja solo le decía:
—Ahhhhh ¡sos vos!

Hay muertos persistentes ¿no le parece, Parodi?

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