lunes, 24 de octubre de 2016

Mariano Ferreyra y una respuesta a la miseria kirchnerista

                                                (dibujo del artista plástico Carlos Terribili)



En estos días, lo peor del kirchnerismo ha intentado apropiarse de la figura de Mariano Ferreyra, nada menos, que luchó y fue asesinado por el régimen de “tercerizaciones” y latrocinios en el ferrocarril, impuesto por los K, que tuvo su consecuencia más trágica en la masacre de Once. En su momento, sin embargo, el kirchnerismo, empezando por Cristina Fernández (apologista del criminal José Pedraza, símbolo según ella del “sindicalismo que construye”), hizo lo posible por encubrir e incluso justificar el crimen. Uno fue el jüdenrat José Pablo Feinmann, un deshecho intelectual que intentó hacer responsable del crimen… al Partido Obrero (véase la respuesta de Jorge Altamira en http://www.po.org.ar/prensaObrera/1174/politicas/un-juedenrat-entre-los-k). En la misma línea, el cura Eduardo de la Serna escribió en Tiempo Argentino (transformado entonces en un portavoz de los encubridores del crimen) una nota canallesca, en la que sostenía que el PO estaría “celebrando” el asesinato de nuestro compañero. Esta es la nota con la que Alejandro Guerrero le respondió en Prensa Obrera en octubre de 2010.






Un cura K que dice "lamentar" el asesinato

Por Alejandro Guerrero




El diccionario de la Real Academia da la siguiente definición del término provocador: "Persona que desde un grupo u organización induce a actitudes o manifestaciones violentas, para suscitar una represión o el desprestigio de una causa". El cura Eduardo de la Serna, coordinador del Movimiento de Sacerdotes en Opción por los Pobres, cuando escribe en Tiempo Argentino (24/10/2010) que seguramente "el PO está celebrando" el asesinato de Mariano Ferreyra, quien habría sido entregado por el partido a sus criminales "como un peón de ajedrez", muestra su condición de provocador en el sentido estricto del vocablo. Él intenta provocar una reacción de violencia -por lo menos de violencia verbal- que permita, en efecto, reprimir o desprestigiar la causa por el esclarecimiento completo del asesinato de Mariano. A tal punto es así que en la misma nota dice: "En lo personal, lamento totalmente la muerte de Ferreyra...". Esto es: lo tiene que aclarar, porque si no aclara que lamenta el crimen, la gente pensará que quien lo está celebrando es él.

Con el tono de quien busca en efecto que se le responda con violencia, el cura escribe que "el muerto queda allí, en el medio, mientras los impolutos reclaman justicia y exigen que se calme el dolor interminable de los muertos que ellos mismos -quizá- provocaron".

Veamos el razonamiento para buscarle el objetivo a la provocación.

Mariano, se sabe, fue asesinado mientras acompañaba a trabajadores ferroviarios explotados por una patronal negrera que ni siquiera les reconoce la condición de ferroviarios, al igual que la burocracia ejecutora del crimen. Obviamente, de no haber estado allí, Mariano seguiría vivo y Elsa Rodríguez no lucharía por su vida con un disparo en la cabeza. El que no combate no corre esos riesgos. Si los trabajadores tercerizados del Roca no se organizaran por sus derechos y se movilizaran por ellos, la burocracia y la policía no los reprimirían. Por lo tanto, si se organizan y luchan y se movilizan, de ellos será la responsabilidad por lo que les suceda. De los reprimidos, no de los represores. La acción provoca reacción y, por eso, el que acciona será culpable de producir la reacción.

De la Serna insiste y dice: "Hay un muerto (y hubo muchos otros, y seguramente habrá más)". Se trata de una amenaza explícita, de una advertencia a los trabajadores movilizados: si joden a la burocracia, si joden a la patronal, si joden al gobierno, terminarán muertos a tiros y de ustedes mismos será la culpa, no de quienes los baleen. El cura "de los pobres" echa mano al terrorismo verbal para apañar a los terroristas de pistola al cinto, para cumplir su función de alcahuete de criminales.

A renglón seguido, el cura se pregunta "si lo que se reclama es ‘justicia' realmente, o si lo que se reclama es cuestionar a este gobierno".

Ahí está la madre del borrego. El cura sabe que la demanda de justicia -es decir de castigo a los criminales- pone en la mira a una burocracia sindical de la cual Aníbal Fernández acaba de decir que es "la columna vertebral del gobierno". Por lo tanto, deja a la vista la responsabilidad política del gobierno -de los mandantes del cura- por cobijar a quienes organizan bandas criminales como la que asesinó a Mariano e hirió gravemente a Elsa.

Cuando al final añade que los estudiantes movilizados "juegan a la política, antes de tener su próxima tarjeta de American Express y ser gerentes de multinacionales", este cura vuelve a sobrepasar, como en toda la nota, los límites de su propia miseria. Pero, más allá de la provocación, intenta proferir otra advertencia terrorista: que los trabajadores no convoquen jamás a sus luchas al movimiento estudiantil. El tipo advierte la tendencia sólida a esa unidad combativa y, con las armas que encuentra, procura cruzarla.

Pero, además y sobre todo, trata de denigrar la condición del militante, la de quienes -como Mariano, Elsa y tantos otros- organizan su vida por una causa que va más allá de ellos mismos. Desde su sumidero, este cura quiere escupir hacia arriba para llegar con algún poco de mugre a quienes se han convencido de que algo que hasta puede costar la vida merece, sin embargo, ser hecho.

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