Entrevista con José Piazza,
trompetista de la Filarmónica de Buenos Aires
Por Alejandro Guerrero
Jubilado reciente (“ahora soy un jubilado clasista”, dice
con una risotada), la trompeta exquisita de José Piazza ya no suena en la
Filarmónica de Buenos Aires, con sede en el Teatro Colón. Pero un músico nunca
se retira del todo y Piazza continúa en la tarea de componer y tocar. Clásica,
claro está, aunque su vida profesional recorrió todos los géneros, desde revistas,
bailantas de otros tiempos, tocar “en cabarés” desde los 18 años y haber
acompañado a Sandro durante un lustro.
Pero, además, Piazza fue durante muchos años delegado de los
trabajadores del Colón, miembro de la junta interna de ATE en el teatro, y libró
allí una lucha frontal. Despedido, privado de sus fueros, demandado,
reincorporado finalmente por la lucha de sus compañeros y por decisión
judicial, Piazza habla aún “del teatro que defendimos”.
-¿De qué lo
defendieron?
-De la tercerización, del trabajo precarizado, del desguace
que empezó cuando Fernando de la Rúa era jefe de gobierno de la Ciudad y luego
continuó y empeoró con todos los que le siguieron y, sobre todo, con Macri y
los K. Hoy el Colón está desguazado, precarizado y hasta con la acústica
afectada por el “master plan” que terminó de convertirlo en un negocio privado.
-¿Por qué Macri “y
los K”?
-Porque los kirchneristas cogobernaron la Ciudad de Buenos
Aires con el macrismo durante años. En lo que respecta al Colón, la ley de
autarquía del teatro fue aprobada por los macristas, los K y todos los partidos
supuestamente de oposición. Ahora se debe reconocer la enorme labor en defensa
del teatro que hace la bancada del Frente de Izquierda, y sobre todo el
legislador Marcelo Ramal, del Partido Obrero. Se trata de recuperar el Colón.
-¿Qué consecuencias
tuvo esa ley de autarquía?
-Hizo del Colón lo que es hoy: un salón de fiestas lujoso
para oligarcas. Ahí se hacen fiestas privadas, casamientos, y artísticamente se
ha desnaturalizado. Tené en cuenta que en la Argentina sólo hay dos teatros
dedicados a la música clásica: el Colón y el Argentino de La Plata, nada más.
Ahora dicen que han introducido en el Colón la música “popular”, y eso no es
cierto. Para nosotros, para quienes integrábamos la junta interna de ATE, un
espectáculo es popular cuando el precio de la entrada lo es, cuando cualquier
trabajador puede pagarla. Hoy hablan de “música popular” porque lo llevan a
Charly García, pero resulta que para verlo a él te cobran lo mismo que cuando canta
Plácido Domingo. Entonces no es popular ni el concierto de García ni el de
Domingo, porque el precio de la entrada es disparatado.
-Hace unas semanas estuvo Al Pacino.
-¿Te das cuenta? Una desnaturalización completa. Pacino ni
siquiera actuó, se sentó en una silla y contó cosas de su vida. Y a mí la vida
de Pacino no me interesa para nada, no es interesante su vida ¿Acaso peleó en
Nicaragua, es un luchador social? Cosas así son lo más parecido a una estafa,
pero parece que resultan más rentables que la Filarmónica, por ejemplo.
-¿Cómo era el Colón
en el que vos ingresaste?
-Yo entré en la Filarmónica por concurso, en 1986. Ese
Teatro Colón era único, distinto de la mayoría de los teatros del mundo. Le
decíamos “la fábrica” o “la factoría”, porque ahí se producía todo lo necesario
para montar un espectáculo: había talleres de carpintería, sastrería,
peluquería, zapatería… Todo el mundo ingresaba por concurso y llegaron a
trabajar 1.250 personas. El teatro también producía sus propios artistas en sus
academias y conservatorios. Era una institución formadora de grandes
profesionales y formadora de público. Se trabajaba todos los días del año.
Había un mínimo de veinte conciertos anuales de la Filarmónica, que luego se
repetían afuera del teatro. También teníamos una veintena de funciones de ópera
y lo mismo con el ballet. El teatro armaba los escenarios para cada puesta. En
esa orquesta toqué bajo la dirección de grandes maestros, como el español Luis
García Navarro y el ruso Yuri Simonov. Se traían directores extranjeros para
determinados conciertos, y el resto se hacía con un director estable. En fin,
ése era el teatro que defendimos.
-¿Qué pasó luego?
-En tiempos de De la Rúa, con Sergio Renán en la dirección
del teatro, empezó el desguace. También la tercerización. Personal estable, de
carrera, comenzó a ser reemplazado por el que traían empresas privadas amigas
del gobierno, que le pagaban a sus empleados la mitad o menos de lo que
cobraban los de planta y en condiciones de inestabilidad. Hoy en el teatro hay
salarios de mayordomía, por ejemplo, que no pasan de 7.000 pesos. Cuando el PRO
llegó al gobierno de la Ciudad, asociado con el kirchnerismo, todo eso se llevó
a límites sorprendentes. Se ha llegado al extremo de ver ofrecidas en Mercado
Libre piezas del patrimonio cultural del teatro: ropa, zapatos, partituras y
hasta una batuta de Toscanini, o por lo menos así la vendían. Y ahora, las
declaraciones de (el director del Colón, Darío) Lopérfido contribuyen a
aumentar el desprestigio del teatro.
-Vos conociste
bailantas de pueblo y grandes salas europeas…
-Ya lo creo. Con la Filarmónica tocamos en grandes salas de
Europa, como la Concertgebouw de Holanda, la sala de la Filarmónica de Berlín o
los auditorios de Madrid. También toqué como solista, incluso obras propias.
Hicimos tres giras europeas entre 1992 y 1998, fuimos la primera orquesta
latinoamericana que entró en el abono europeo. La Filarmónica de Buenos Aires
era entonces la mejor de Latinoamérica. Ya no lo es… Pero sí, soy un músico
multifunción, jeje, toqué todos los géneros. Toqué en bailantas de pueblo, como
decís vos, y en cabarés porteños y en todos los teatros de revistas de Buenos
Aires, en el Odeón, en el Luna Park. Eran tiempos en los que había mucho
trabajo.
-¿Y con Sandro?
-Con Roberto toqué entre 1982 y 1986, cuando lo dejé porque
yo estaba obsesionado con la clásica y en ese año gané el concurso para entrar
en la Filarmónica. Con él hicimos giras por todo el país. Aunque luego se
dedicó a la música melódica, él fue uno de los fundadores, si no el fundador,
del rock argentino, con aquella versión local que hacía de Elvis Presley. Era
un buen tipo, a diferencia de lo que ocurre con otros famosos nunca había
problemas de dinero con él. De teoría musical no sabía ni lo elemental, pero
tenía un enorme talento, una gran sensibilidad musical. Te hacía un tema en el
momento, era muy creativo, muy hábil. Era un artista.
Y allá se va José Piazza. Lleva la trompeta enfundada, para
la noche. Antes, dice, tiene una reunión de la agrupación Jubilados Clasistas.
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